HAY DOS ELEmentos que forman parte del día a día del artista plástico: la forma y el color. De ahí que el bodegón suela ser tema obligado en las academias.La artista Margarita Vega ha escogido un buen tema en su búsqueda del dominio pictórico: las flores. Flores que plasma en el lienzo en primerísimos planos.Flores que dejan de ser un conjunto de pétalos entrelazados con armonía, y se convierten en un concierto de formas y de sensaciones cromáticas que cada vez se alejan más del naturalismo y tienden a acercarse a la abstracción.Son flores de la Sabana de Bogotá, que la pintora encuentra a su paso cuando se dirige a su estudio de Tabio.Mediante un lápiz, las dibuja con precisión en el papel, no tanto por el registro del objeto, sino como un ejercicio para acceder a la creación. Luego se unta las manos de óleo, hasta definir un color que le permita jugar con las sombras, y los misterios de la degradación cromática. Frente al caballete se olvida del paisaje y de la composición formal, de manera que sus flores terminen convertidas en un sinfín de vueltas y revueltas que, a la postre, inspiren al espectador en la construcción de su propia flor.