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En primer plano

Desde esta semana el Museo de Arte Moderno de Bogotá presenta una selección de 121 retratos realizados por el famoso fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson.

6 de octubre de 2002

Para el fotografo frances Henri Cartier-Bresson lo importante es el instante. Nunca quiso que su trabajo fuera premeditado y no le importaba esperar horas detrás de un personaje hasta captar, en un segundo, la imagen que creía conveniente. Alguna vez el escultor suizo Alberto Giacometti estaba ultimando los detalles de una exposición y él lo acompañó en busca de un retrato. Sin embargo dejó que el artista hiciera lo que tenía que hacer y sin ningún afán esperó a que su instinto le indicara el momento preciso para presionar el obturador. Giacometti, que estaba mirando sus dibujos y esculturas dispuestas sobre el piso de la galería, de repente se inclinó y levantó una obra. Caminó hacia otro lugar de la galería y sólo en ese momento el fotógrafo entró en acción. Ese ha sido uno de sus trabajos más reconocidos: Giacometti aparece un poco borroso, con un cigarrillo en la boca y como una figura un poco disminuida. Cartier-Bresson buscaba al artista caminando y se encontró que, por esos segundos, Giacometti se convitrtió en una de sus esculturas.

En una ocasión, en 1932, detrás de la estación de tren parisiense de Saint-Lazare, durante una tarde lluviosa, un hombre que iba caminando se encontró ante la calle totalmente húmeda sin saber si devolverse para evitar un accidente o si saltar sobre el charco que se había formado. La paciencia del fotógrafo le permitió captar en el aire al hombre que, finalmente, optó por saltar y que quedó inmortalizado en su fotografía, suspendido en el aire, con su figura reflejada perfectamente en el agua, como un póster de uno de los mejores espectáculos circenses y dejando adivinar la caída que le esperaba.

El siempre ha dicho que hay que aceptar el mundo tal como es y por eso hay que retratarlo de la misma manera. Por eso nunca ha usado flashes, ni luces, ni tampoco ha retocado sus fotografías. "Para mí la idea es que el espectador sienta que estuvo detrás de mí en el instante en que hice mi trabajo", dice. De él proviene la famosa expresión: "La cámara es la extensión del ojo" y, convencido de ello, ha captado inmortales imágenes y retratos que lo han convertido en uno de los más importantes fotógrafos del siglo XX.

Tal vez un hombre que lee un periódico a la entrada de una fábrica se vea muy diferente cuando la sombra de la gigante construcción llegue hasta su cabeza, como si se tratara de una figura surrealista. Ese instante es el que Cartier-Bresson busca plasmar. Para él la cámara es un instrumento de la intuición, de la espontaneidad, que permite darle un significado al mundo. Por eso ante su lente no sólo han estado los más importantes personajes de la historia, también se ha ocupado de la gente que camina por las calles o que se detiene ante una estación de tren.

Marcel Duchamp, Marc Chagall, Henri Matisse, George Roault, Simone de Beavoir, William Faulkner, Ernesto Che Guevara, Jean Paul Sartre, Truman Capote, Marilyn Monroe, Albert Camus y Pierre Bonnard, entre muchos otros, han posado para él. Se cree que el último retrato se lo hizo en 1997 al pintor Lucian Freud.

Retratos como estos se podrán ver a partir de esta semana en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Las 121 fotografías escogidas vienen de la National Portrait Gallery de Londres y forman parte de un homenaje en los 94 años de vida del fotógrafo. "Siempre he tratado de averiguar lo que más puedo sobre las personas que debo retratar, si se trata de artistas, de leer sus libros, de escuchar su música, de conocer su trabajo, su vida. Una buena cantidad de conocimiento sobre su capital cultural e intelectual es indispensable. Luego esto se debe olvidar, así como es esencial olvidarse de uno mismo en la presencia de la otra persona que ha de ser fotografiada y, por sobre todas las cosas, lograr que ella se olvide de uno y de la cámara", dice.

Lo irónico es que Cartier-Bresson siempre ha mostrado más interés por la pintura. Desde hace casi 20 años optó por dejar su cámara a un lado para dedicarse a lo que él, desde niño, consideró su verdadera pasión. En este sentido la crítica no ha sido muy favorable. Pero a él, a estas alturas, parece importarle poco. "Todo lo que ansío por estos días es pintar. La fotografía no ha sido más que una manera de pintar, un tipo de dibujo instantáneo".

Ese encuentro con la pintura lo recuerda desde que tenía 5 años. Mientras hacía su secundaria en el Lycée Condorcet, en París, estudió pintura con dos maestros particulares, y gracias a la cómoda posición social de su familia pudo relacionarse con los más importantes poetas y pintores de la época. Después de prestar el servicio militar viajó a Africa en 1929, allí compró su primera cámara fotográfica, y notó una necesidad de testificar con un instrumento más rápido que el pincel "las cicatrices del mundo".

De inmediato sus fotografías empezaron a recorrer las principales galerías y en 1955 expuso en el Museo de Louvre, algo que hasta entonces ningún fotógrafo había conseguido. Al lado de David Seymour, George Rodger y Robert Capa fundó en 1947 la agencia Magnum Photos con la idea de ser un poco más libres y no de trabajar para los intereses de un periódico o una revista. En 1965 se retiró de la agencia aunque la entidad permanece con los derechos de su archivo. La colaboración de Magnum fue decisiva para que ahora esta muestra se exhiba en Colombia.

Después de fotografiar la liberación de París en 1944 se le dio por muerto. El Museo de Arte Moderno de Nueva York lo consideró desaparecido y alcanzó a organizar una exposición retrospectiva póstuma. Para sorpresa de todos él llegó a Nueva York para ayudarlos "antes de que me enterraran". Esta vez la retrospectiva se ha titulado 'Henri Cartier-Bresson: retratos cara a cara', y da fe de uno de los trabajos más significativos de la fotografía. Una muestra que no se puede dejar de visitar.