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Historias de la calle Krochmalna

La visión de un niño judío que crece oyendo las historias relatadas a su padre rabino.

Luis Fernando Afanador
1 de diciembre de 2002

Mas historias de la Corte de mi padre
Isaac Bashevis Singer Norma, 2002
231 paginas

A comienzos del siglo XX, en la calle Krochmalna de Varsovia, un rabino piadoso y sencillo ejerce su oficio. Estudia el Talmud y la Torá, escucha pacientemente a sus vecinos que vienen a exponerle sus pequeños dramas: infidelidades, estafas, desamores, falta de fe. Los divorcia y los casa, les da ánimo; imparte justicia en su pequeña 'Corte'.

Mientras tanto su hijo, el pequeño Isaac -que se convertiría luego en Bashevis Singer, el gran escritor y premio Nobel de Literatura 1978-, está atento cerca de su silla o escondido detrás de alguna puerta. Aunque lo descubran y lo echen, siempre se las ingeniará para captar lo esencial de las conversaciones de los adultos. Sí, son sólo historias de modestos judíos, pero él afina el oído y percibe mucho más: 'la Corte de su padre' es también el mundo reducido a una pequeña escala. Las miserias y las bondades que desfilan allí son las mismas de todos. En su propia casa ha descubierto un laboratorio que le puede dar la clave para entender la misteriosa conducta humana.

Son en total 27 relatos. Desde luego, unos mejores que otros. Sin embargo, no pueden tomarse de uno en uno. Su fuerza persuasiva se encuentra en el efecto de conjunto (no hay que leerlos en desorden, como es posible hacerlo con otros libros de cuentos). Al igual que Sherwood Anderson y su inolvidable Winesburg, Ohio, Bashevis Singer construye un universo narrativo parecido al de una novela. Los personajes aparecen, escenifican su papel y luego se van. Cambian ellos, no sus tragedias: los seres humanos son casi predecibles. El, único testigo, permanece, aunque no igual. En aquel proceso se irá convirtiendo en un hombre. Más historias de la Corte de mi padre es también un libro de iniciación. El pequeño judío respetuoso de su religión y de su tradición milenaria empezará a sentir las primeras grietas de su ilusorio refugio, se volverá un escéptico. Va a cruzar la inevitable línea de sombra. Por eso, en Reb Yekl Safir, una de las últimas y más bellas de las historias de este libro, dirá: "De pronto me sentí asustado y rompí a llorar. Estaba completamente solo en el mundo, rodeado de misterios y monstruosidades ocultas que nadie podía descifrar".

Su padre es honrado y consecuente, cumple al pie de la letra los preceptos sagrados. Todo lo que quiere hacer es estudiar, orar y sumergirse en la cultura yiddishkeit. No obstante, lo que ve a su alrededor es maldad e infamia, y la peor, viene de los mismos judíos. En su bondad -y en su ingenuidad- cree que la causa es "el estado del mundo moderno". Su respuesta, su única opción, será entonces desear que venga el Mesías: "¡Ay de nosotros! ¡Es el fin del mundo! ¡Es urgente que venga el Mesías!". Y, ¿qué tal que su padre -se pregunta Isaac- no supiera nada de nada, qué tal que los herejes tuvieran razón y el mundo fuera sólo robos, asesinatos, mentiras, explotación?

En este libro ya están presentes las contradicciones que harán singular el judaísmo heterodoxo de Bashevis Singer: creer en el destino y a la vez en el libre albedrío; en la santidad y en el deseo. Para él, las pasiones no sólo se originan en nosotros, fueron creadas "por más altos poderes". Las pocas decisiones que podemos tomar, las debemos tomar escogiendo entre el bien y el mal. ¿Cómo hacerlo si Dios nunca le ha dicho exactamente a nadie lo que considera bueno o malo? Así nunca lo sepamos, así Dios no aparezca, debemos confiar en que las cosas que destruyen la sociedad y hacen la vida miserable a los otros, son malas. Y las cosas que ayudan a la gente a vivir y a progresar, son buenas. Y no es suficiente tomar buenas decisiones, lo más difícil es mantenerse fiel a ellas. Los 10 mandamientos fueron una decisión que Moisés y otros judíos tomaron. No se han cumplido. Es más: se ha hecho lo contrario. Porque no es fácil. Pero no hay que desistir, decía Bashevis Singer, hay que intentarlo una y otra vez. De lo contrario, estaremos perdidos.