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Homenajes y profanaciones

A partir de textos de otros autores Ramón Cote hace una interesante propuesta literaria.

Luis Fernando Afanador
29 de julio de 2002

El aliento de la creación puede provenir de los libros o de la vida misma; el énfasis depende en gran medida de la época histórica. Para los clásicos, que creían en la imitación, la obra sólo pretendía ser una copia a la altura del modelo ideal. La Eneida, además de inspirarse en La Ilíada jamás pretendió superarla, como tampoco lo quiso hacer la Divina Comedia con respecto a sus predecesoras. Para los románticos, que creían en lo nuevo, la obra surge de una experiencia única, irrepetible, que no estaba en los libros sino en la vida heroica. Para ellos el paradigma no fue copiar sino inventar y tener experiencias extraordinarias. Los modernos se basan indistintamente en ambas tradiciones y su filiación en alguno de estos dos bandos depende de sus convicciones, de su talante. Para alguien como Joseph Conrad, sería imposible concebir su literatura sin sus largos años pasados en el mar. Para Jorge Luis Borges, la vida era apenas una ilusión, un mal sueño, un error: la intensidad y la verdad residían en los libros de la biblioteca de su padre de la cual nunca saldría. Por eso mismo, le dio a la experiencia leída un rango mayor que a la experiencia vivida. Y fue aún más lejos, consideró al lector con un mejor estatus que el autor: "Que otros se jacten de los libros que han escrito, yo me jacto de los libros que he leído", dijo famosamente. Pero esto no pasa de ser una frase muy bella, lo que realmente importa es que para demostrar su tesis escribió aquella maravilla de la invención humana que es Pierre Menard, autor del Quijote. El Quijote de Pierre Menard, siendo idéntico al de Cervantes, es mejor porque tiene a su favor más lecturas, más interpretaciones: más riqueza. El nuevo continente descubierto por Borges abrió infinitas posibilidades. Ahora no era tan grave carecer de imaginación; no había que disculparse por las influencias literarias. Y algo todavía mejor: no resultaba vergonzante no haber vivido. Al fin de cuentas, ¿quién puede establecer una frontera clara y definitiva entre vivir, leer y escribir? Vida no es gente ni escenarios, sino pensamiento y sentir, dijo alguna vez Wallace Stevens. Serían incontables los autores beneficiados con tal descubrimiento de reescribir sobre lo ya escrito: Augusto Monterroso, Umberto Eco, Italo Calvino, John Barth. Y las teorías y escuelas literarias deudoras de este pensamiento: intertextualidad, palimpsesto, estética de la recepción. Un autor es su obra y, si vale la pena, ya no le pertenece a él, pertenece al lenguaje que es de todos. Páginas de enmedio, de Ramón Cote, se nutre de esta tradición de literatura que nace de otra literatura: "Ejerciendo el sagrado derecho a la apropiación indebida, la azarosa lectura de memorias, cuadernos de viajes, poemas, cuentos, periódicos y revistas originaron estas Páginas de enmedio, las cuales se sitúan a mitad de camino entre el texto apócrifo y el homenaje, entre la devoción y el deslumbramiento". Son, entonces, 20 relatos que, en palabras de Cote, nacieron como un capítulo inédito de la obra original y que no suceden "después" sino más bien "durante". De ahí el título del libro: las "páginas de enmedio" consistían en unas hojas sueltas que algunos editores de los siglos XVIII y XIX insertaban en los libros publicados con el objeto de corregir los errores de armada. Pero bien sea de la experiencia o de la lectura lo que finalmente importa es el resultado, que en este caso es bastante positivo. Hay varios textos de gran factura entre los que se destacan El arcón y las truchas ciegas, Gracias a Maud o Nunca más volveré a irme. Hay otros, los menos, completamente prescindibles como el último o Mea culpa que no pasa de ser una buena anécdota de café. En los homenajes a Auster y a Carver Cote se hace el hara kiri porque juega a completar, sin superarlos, dos textos notables. Además, traiciona su propuesta: no ocurren "durante" sino "después". De cualquier manera, un experimento interesante y valioso que muestra cómo no todos los jóvenes autores colombianos se dejan seducir por los cantos de sirena de la literatura comercial.