Al finalizar el siglo XX el arte de la pintura _que en las últimas décadas se ha tenido que batir en retirada ante los fuertes embates de los ready-made, los happenings, las ambientaciones, las instalaciones, el video-arte y los performances_ parece tomar un nuevo aire, sacudirse de las presiones que lo han forzado a tomar rumbos ajenos a su esencia y orientarse nuevamente hacia propósitos acordes con sus propiedades y carácter. Así, por lo menos, se deduce de la oportuna exposición que Carlos Salas presenta en la galería La Cometa, muestra en la que se recogen algunas de su más recientes producciones y en la que se pone de relieve una profunda convicción sobre la finalidad básicamente estética del medio pictórico. La primera impresión que produce la muestra _que según la sabiduría popular es la que cuenta_ es de placer visual, de deleite sensual, de regodeo cromático. El color de las obras es ahora más variado aunque no por ello libre de connotaciones acerca del estado anímico o la actitud del artista. La textura es actualmente menos gruesa, más pareja que en sus trabajos anteriores, pero en algunas de las obras es evidente cierto pentimento, cierta reelaboración que les aporta zonas más densas o más accidentadas. Y en estas obras es también más notoria que en sus trabajos anteriores la idea de secuencia, de pensamientos o movimientos sucesivos que van armando una totalidad coherente y que arrastran la mirada de un lado para el otro, aunque pausadamente, con escalas, avances y retornos. La muestra hace manifiesto que Salas incrementa sus conocimientos con cada nueva obra, que juega libremente con sus presentimientos y que cada trabajo lo conduce a situaciones inesperadas y complejas a partir de unos cuantos gestos iniciales que impulsa la intuición. Es más, en algunos casos es como si después de hecho el planteamiento originario la pintura hubiera ido produciéndose por su propia fuerza inherente, como si el acto de creación no hubiera sido siempre consciente y el artista se hubiera dejado llevar, sin esfuerzo ni propósito determinado, por la dinámica de los colores y la espátula. La intuición es, por consiguiente, uno de los grandes pilares de su obra, y en ella se genera su vitalidad y se asienta su frescura. Al mismo tiempo, sin embargo, buena parte de las pinturas de esta muestra se halla circundada por una franja blanca, gris o negra que rompe la ilusión, que no permite olvidar que la razón asoma por los ángulos menos esperados, imponiendo cierto orden, clarificando los espacios, estableciendo proporciones y reafirmando la importancia, y tal vez la indispensabilidad de raciocinios y conceptos en la actividad creativa. En estas obras, por ejemplo, se reconocen posiciones definidas acerca de la función de la pintura, de la percepción de sus atributos, de la utilización de sus ingredientes y de otras consideraciones que permiten concluir que si bien la espontaneidad es la principal característica de su trabajo, Salas no ha perdido nunca de vista la sentencia de Kant según la cual "todo concepto sin intuición es vacío y toda intuición sin concepto es ciega". n La elocuencia del contraste Taxidermia y diseño en la obra de Juan Carlos Haag. Entre los artistas que comienzan a figurar en las actividades del país figura Juan Carlos Haag, joven arquitecto oriundo de Villavicencio cuya obra se expone por primera vez de manera individual en la galería Valenzuela Klenner. La muestra revela la sinceridad, que es requisito fundamental en la plástica contemporánea, y también una austeridad que impide que el observador se vaya por las ramas o extravíe los raciocinios que generan los contrastes de sus ensamblajes. La formación de arquitecto de Haag es manifiesta en el diseño pulcro de las estructuras elaboradas en acero inoxidable y resina epóxica, las cuales podrían tomarse como el soporte de los planteamientos aunque en realidad son parte integral de su contenido. El resto de las obras lo constituye material orgánico, como patas y colas de perro, pelos de elefante, escamas de culebra y cabezas de babilla, que no sólo son una secuela de la cultura llanera en la cual los animales juegan un papel preponderante, sino que, en su contraste con la elegancia y la frialdad de la estructura, conforman un patético reproche a la actitud agresiva e inclemente del hombre contemporáneo ante las distintas manifestaciones de la vida. En estos momentos en que la violencia que ha azotado al país se ha convertido en espectáculo de coctel y cuando su registro artístico se ha insertado en un contexto de cuartos oscuros y aullidos tenebrosos reminiscente de las casas de brujas de Walt Disney, cobran especial sentido exposiciones que, como la de Juan Carlos Haag, sin pompa ni ánimo de erudición o diversión, van directo al alma del observador, haciéndolo recapacitar acerca de su pasiva complicidad ante la injusticia y la barbarie.