“Por medio de la presente solicito que me sea informado cuando las piezas separadas de los museos hayan sido puestas a la venta”. Así comienza una carta que el 8 de agosto de 1938 llegó al Ministerio de Propaganda de la Alemania nazi, que manejaba Joseph Goebbels, uno de los hombres más cercanos a Adolf Hitler.  “Además de esta petición”, continúa la misiva, “también estoy interesado en un registro de todas las existencias, pues dada mi actividad como comerciante de arte moderno conozco a los interesados en obras de este tipo en el exterior”. El autor de la carta era un hombre conocido en los círculos intelectuales alemanes, un amigo de pintores y escritores, vendedor de arte y dueño de una prestigiosa librería berlinesa: Karl Buchholz. Meses atrás, durante un almuerzo en junio de 1937, Hitler le había dicho a Goebbels que deseaba exhibir en Berlín el “arte decadente” de Occidente, que representaba una mala influencia para el pueblo alemán.  Diligente como era, este ordenó confiscar las obras de más de 1.400 artistas en poder de museos y coleccionistas. Guardó el botín para mostrarlo al público en una muestra manipulada y contaminada de arengas fascistas. Finalmente, en 1938, Hitler firmó una ley que le permitía al Estado vender las obras en el extranjero, o destruirlas. De esta manera, Karl Buchholz logró el cometido expuesto en su carta. A comienzos de 1939, él y otros tres expertos de arte firmaron con el Reich un contrato que los declaraba “comisionados” para promover y ejecutar la venta de más de 12.000 (luego fueron casi 20.000) obras de arte moderno, entre las que se encontraban trabajos de Pablo Picasso, Henry Matisse, Marc Chagall, Paul Klee y Max Beckmann, a cambio de una comisión fijada entre el 5 y el 25 por ciento.  Además estaban obligados a mantener secreta la cuenta del Reich donde entraba el dinero de las transacciones y quedaban así involucrados, aunque fuera indirectamente, en lo que los historiadores hoy conocen como una “robo masivo y asesino”.  En Colombia esta historia no pasaría de ser una nota breve sino fuera porque Buchholz, nacido en 1901 en Gotinga y fallecido en 1992 en Bogotá, se convirtió en una personalidad reconocida en el mundo intelectual de la segunda mitad del siglo XX en el país.  Casi seis años después de comercializar el arte robado de los nazis y después de visitar Argentina y Brasil, el librero se estableció en Colombia entre 1950 y 1951, según sus palabras, huyendo del comunismo. Don Carlos, como lo llamaban sus amigos y empleados, abrió la Librería Buchholz en la capital del país, que se convirtió en un epicentro de la intelectualidad bogotana, organizó exposiciones, editó la revista Eco y se volvió una figura social.  Los colombianos no relacionaban a Buchholz con los nazis. Su librería, que alcanzó a tener siete sucursales, fue un éxito, y vivió tranquilo hasta el fin de sus días en Bogotá. Desde hace dos semanas, sin embargo, el apellido está circulando en los medios alemanes por cuenta de una polémica.  El 4 de noviembre, la revista alemana  Focus reveló que 1.500 de las obras expropiadas durante la Segunda Guerra Mundial y dadas por desaparecidas estaban escondidas en la ciudad de Múnich, arrumadas y maltratadas en el apartamento del hijo de un tal Hildebrand Gürlitt, uno de los cuatro vendedores del arte robado y colega de Buchholz. El hallazgo plantea la pregunta sobre quién fue realmente este personaje. Durante el nazismo, para ningún alemán era fácil tomar distancia del régimen hitleriano y sus crímenes. Sin embargo, la cercanía de Buchholz con personajes como Goebbels es cuestionable.  Es difícil saber si fue un cómplice oportunista que se lucró con los crímenes de los nazis, o un audaz amante del arte, que entendió que la única forma de proteger del fuego al tesoro hurtado era sacarlo de Alemania. Aunque el interrogante no tiene respuesta, SEMANA habló con expertos y obtuvo algunos documentos que echan luz sobre la faceta hasta ahora desconocida del famoso librero alemán. Antes de acercarse a los nazis, Buchholz era un joven librero y galerista en Berlín. Según el libro Karl Buchholz. Buch- und Kunsthändlerim 20. Jahrhundert, escrito por su hija Godula, él no conoció a su padre y su madre lo dejó en manos de una familia de trabajadores que lo criaron. En 1925 abrió, con la ayuda de su esposa Maria Louise, su primera librería. No solo vendía libros, sino que organizaba exposiciones de arte y, en los años treinta, ya tenía sucursales en las principales avenidas de la ciudad. Para esa misma época, Hitler había llegado al poder. La situación de los judíos era extremadamente difícil. Antes de que el régimen los exterminara en los campos de concentración, cientos de miles alcanzaron a huir. Entre estos se encontraba un galerista llamado Curt Valentin, el socio de Buchholz en asuntos de arte. Ambos aprovecharon la fuga de Valentin a Estados Unidos para abrir una galería en Nueva York, donde este se radicó. Y justo allí Buchholz vendió las obras robadas. El robo de arte de los nazis es un enigma sin resolver, aunque ha sido estudiado durante décadas. No se sabe qué obras fueron robadas, cuáles desaparecieron, cuáles están aún escondidas y a quién pertenecían.  Según el historiador Götz Aly, el arte vendido por Buchholz y los otros tres comerciantes es un ejemplo de los métodos que usaron para apropiarse de lo que podían: oro, joyas, antigüedades o instrumentos musicales. El investigador Jonathan Petropoulus sostiene que los nazis usaron el dinero proveniente del arte, entre otras cosas, para comprar armamento. Según algunos apartes de su correspondencia, Buchholz sabía que estaba moviéndose en un terreno movedizo. Pero, al parecer, quería sacar el arte robado de Alemania lo más pronto posible. Para ello no solo aprovechaba los precios bajos para convencer a los directores de museos en otros países, escépticos ante el dilema de si debían comprarle o no al odiado Reich de Hitler.   También hacía creer a los funcionarios nazis que ese “arte degenerado” no tenía mucho valor y que había que venderlo por lo que ofrecieran. Hay testimonios de empleados que lo ubican ideológicamente lejos de los nazis. Sus librerías en Alemania eran lugares de debate.  Según le dijo a SEMANA su hija Godula desde Denklingen: “Mi padre me contó que en 1941 vinieron de la Gestapo y le cerraron la galería. Parece que fue por causa de una litografía de Käthe Kollwitz. Mi madre me contó que él tenía mucho miedo. Otra vez lo llevaron e interrogaron toda una noche, porque existía una galería con su nombre en Estados Unidos, un país enemigo” Por eso los investigadores ubican a Buchholz en una zona gris. Según un estudio del experto de la Universidad Libre de Berlín Andreas Hüneke, Buchholz se hizo cargo de las obras de 190 artistas, de los cuales 50 eran famosos, como el expresionista alemán Max Beckmann y el suizo Paul Klee.  Los precios, según el mismo Buchholz, eran “gangas”, en parte porque el arte alemán, su principal oferta, no era tan popular y, en parte, porque los nazis, empeñados en desvirtuarlo, no querían darle más valor. Esto indica que él no necesariamente se enriqueció con las operaciones. “Le dedicó a ese trabajo muchísima energía”, dijo Hüneke en diálogo con esta revista, “no se puede descartar la posibilidad de que su meta era salvar el arte”.