Para quienes gustan de las asociaciones quizás en lo único que se parecen Rescatando al soldado Ryan y La delgada línea roja es en el tema. Pero mientras la primera es mucho más espectacular en el sentido concreto del término, es decir en el de ser un espectáculo, la segunda se aleja del sensacionalismo visual, incluso se aleja del género mismo, el de la guerra, tal y como ha transcurrido a lo largo de la historia del cine, hasta ubicarse en los propios límites del drama. En todo caso no se trata tampoco de un drama convencional. En realidad la película propuesta por el director Terrence Malick, luego de 20 años de ausencia del plató, es de difícil clasificación. Basada en la novela del mismo nombre del escritor James Jones, la cual ya había sido llevada a la pantalla en 1964, La delgada línea roja narra la historia de una compañía del ejército norteamericano durante la invasión a Guadalcanal, en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo la misión es lo de menos. Construida a partir de episodios aislados que van correspondiéndose en la medida en que transcurren los minutos pero sin que ninguno de ellos tenga necesariamente que ver con los demás, la película se interesa más en las semblanzas de los propios soldados en relación con su participación en la guerra que en el desarrollo del combate. Sin una ilación determinada los personajes aparecen y se van sin que el espectador pueda ubicar un protagonista concreto. Aún así, la cinta de Malick guarda una energía propia que rompe con los planteamientos tradicionales, siempre dispuestos a hacer de los soldados héroes victoriosos: la de plantear la guerra como la del hombre contra sí mismo y contra su naturaleza. Lenta y dispersa en ocasiones, quizá demasiado larga, La delgada línea roja pareciera no comenzar ni acabar en ninguna parte. Al fin y al cabo ese no es su objetivo. Su intensidad se encuentra esparcida en cada plano que contrasta la belleza natural con la angustia del enfrentamiento; el horror de la muerte con la nostalgia de sus personajes; la templanza en medio de la fragilidad extrema. Si Oliver Stone, Stanley Kubrick y Francis Ford Coppola denunciaron el fracaso de Vietnam, ahora Malick se ha encargado de decir que la Segunda Guerra Mundial no fue menos calamitosa. A pesar de sus pretensiones morales y filosóficas, repartidas a lo largo de la cinta en insustanciales monólogos lanzados en voz en off, La delgada línea roja no deja de ser una aproximación sólida y honesta a la guerra más sangrienta de la historia.