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LA ESPLENDIDA CEGUERA DEL OPTIMISMO

La última novela de Irving, "El hotel New Hampshire", una obra que descarta el sentimiento trágico de la vida

17 de octubre de 1983

La última novela de John Irving. "El hotel New Hampshire", es una prueba más de la riqueza inagotable de la narrativa norteamericana. Es una gran novela, grande por su mismo físico (600 páginas), grande por su concepción profundamente dinámica de la vida. Como en "El mundo según Garp", su novela anterior, ocurren muertes y desgracias en los momentos más inesperados, muertes brutales de madres e hijos que parecerían ser definitivas para el equilibrio emocional de alguien con un poco de sensibilidad. Pero así como Garp al morir consideraba la muerte como una ascensión, el mito de volar siempre anclado en él y al fin realizado, las más rocambolescas muertes en El hotel New Hampshire" no alteran excesivamente la corriente de felicidad, de gozo, que recorre inalterablemente a esa familia de cinco hijos, dos padres y un abuelo que se va menguando de manera inexorable. El bosquejo de la trama de "El hotel New Hampshire" es sencillo: las peripecias de una familia descarriada de hotel en hotel, pasando desde lo más profundo de los Estados Unidos hasta la Viena de la postguera, todo por la fe inquebrantable, la utopía, del padre que "inventa" el negocio hotelero.
Lo asombroso de la novela es su ritmo, la precisión de una conversación ininterrumpida en medio de la familia. Esa facilidad del diálogo es algo muy típico de la novelística de largo aliento norteamericana; desde Thomas Wolfe, y pasando por el "Corre conejo" de Updike o el "Canto del verdugo" de Mailer, los novelones enérgicos integran dentro de su cauce inmenso la palabra textual, la conversación y el monólogo. La discusión, el intercambio de ideas o trivialidades sabrosísimas delante del lector, le dan una frescura deliciosa a la narración; el estilo lineal, natural, se complementa perfectamente con el trasfondo de optimismo que se escapa de la novela.
Sobre Garp, existe ya una bellísima y refrescante película de Roy Hill; el movimiento cinematográfico, su rapidez, se adaptan sin dificultad a la acumulación de acontecimientos de la novela. Por una vez, el ritmo de la escritura es tan emprendedor como el ritmo de la imagen visual, y no se establece un desliz entre las dos lecturas posibles. El impulso de la imaginación es algo que en Irving se desprende evidentemente de la experiencia propia; la vivencia honda se transparenta en lo natural que resulta, gracias al cine, transmitir el mensaje de la novela.
La tentativa de Irving se sitúa por encima de un mundo muy recortado por una cantidad de problemáticas menores que, al alcanzar un valor desproporcionado, esquivan la ingenuidad y el candor necesarios para actuar despreocupadamente. Dentro de la literatura contemporánea es rara esa confianza en la cual la vida transcurre plenamente, más allá de un sentimiento trágico u opresor. Una clave de la sobrevivencia dinámica que recorre la obra de Irving está representada en el personaje del abuelo, entrenador del equipo de fútbol de la universidad donde se constmirá el primer hotel New Hampshire; su filosofía es una aceptación sonriente de todas las situaciones, sin pasividad; ésta, en el personaje del padre, se conjuga con un inquebrantable soñador, y obtenemos el impulso inconsciente, cándido, que hace mover a la familia (un desplazamiento elíptico que lleva a la destrucción, pero, asombrosamente, no adquiere trascendencia).
William Styron, en "La decisión de Sofía", plantea como en sus novelas anteriores cuestionamientos de la personalidad ante una tragedia. Irving, primero, acaba con la percepción trágica del acontecer cotidiano, luego, no cuestiona la personalidad: la presenta, la dibuja, simplemente ante el lector, con sus debilidades y su convicción. Dos grandes de la literatura norteamericana no pueden hallarse más alejados en sus objetivos. Irving parece volver al desenfado y el desparpajo de la Lady Roxana de Defoe, al humor más allá del sufrimiento, a la felicidad que produce la espléndida ceguera del optimista. Su retrato de un cierto cinismo norteamericano es una oda a la alegría.--
Fernando Zalamea