Hace más o menos un lustro Juan Manuel Echavarría comenzó a hacer fotografías que pueden calificarse como conceptuales puesto que no documentan la realidad sino que expresan ideas visualmente. Son trabajos que hacen gala de un terminado escrupuloso y de formas bien compuestas que les confieren una calidad delicada y atractiva. Pero son trabajos cuyo fuerte contenido sólo se hace evidente al apreciarlos de cerca y comprobar su origen, sus componentes, en unas ocasiones relacionados con la justicia, en otras con la iracundia, unas veces inquietantes y otras veces macabros. Su exposición en la galería Valenzuela y Klenner hace claro que a Echavarría lo obsesiona la violencia, aunque no le interesa el socorrido recurso de representarla a través de sangre, armas, mutilaciones o cadáveres. Todo lo contrario, sus imágenes representan flores de variada forma y consistencia, siguiendo un poco los lineamientos de la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. Pero se trata de flores construidas con huesos humanos y, por ende, con vestigios de muerte, con símbolos de terror que lejos de deleitar causan zozobra. La coincidencia cronológica entre la Expedición Botánica y las luchas de la Independencia permiten pensar que este trabajo se halla referido a la gesta libertadora y, por lo tanto, a la violencia como un medio, no como un fin, como un recurso para alcanzar importantes objetivos y no simplemente por 'el placer del poder'. Otras obras, por el contrario, parecen referirse más bien a la violencia como un fin en sí misma, como un acto gratuito que lo máximo que puede producir es más violencia. Tal es el caso de la Bandeja de Bolívar, serie de fotografías en la cual la copia de un recipiente de porcelana que perteneció al Libertador es destrozada con virulencia y convertida en un elocuente polvo blanco. Si se tiene en cuenta que en el fondo de la bandeja aparece la inscripción "República de Colombia para siempre" es fácil comprender que Echavarría se está refiriendo en esta oportunidad a una violencia sin ideales, sin argumentación posible, gratuita y opuesta al bien de la mayoría. ¿Implica lo anterior que para Echavarría existe una violencia justificable y otra injustificable? ¿Es inevitable el empleo irracional de la fuerza? ¿Es ético embellecer lo repugnante? ¿No es un desatino buscarle aspectos positivos al horror? Estos son algunos de los interrogantes que rondan al visitante de esta exposición, puesto que así como ha habido quienes encuentran aceptable la violencia cuando agiliza los cambios en busca de resultados positivos y altruistas, ha habido también personas como Gandhi, que se han opuesto a la violencia en todas sus formas, alcanzando sus propósitos por vías totalmente pacíficas. La exposición de Juan Manuel Echavarría, en conclusión, parte de acontecimientos y circunstancias de la vida nacional, pero lleva a reflexionar acerca de la naturaleza, el génesis y los alcances de la violencia en general, y por esta razón conduce también a conclusiones menos apocalípticas que las que sugieren las imágenes que la conforman. No hay que olvidar que para Aristóteles todo movimiento violento se halla fuera de su curso natural y está destinado a terminar, a tener un final y a regresar a dicho curso ineluctablemente . n ¿Tiempo de ovaciones? osE Horacio Martínez es un artista caleño que desde hace ya varios años tomó la decisión de permanecer dentro de los parámetros de la pintura, a pesar de que su obra no repara en ortodoxias y hace gala de una libertad que bien podría traducirse en experimentos con materiales de menos tradición. Para el artista, sin embargo, la pintura basta y sobra como medio para expresar cualquier idea, sentimiento o emoción, y así salta a la vista en la exposición de sus últimos trabajos, la cual tiene lugar en la galería El Museo. La muestra consiste en un retrato extraído de un periódico de los años 50, en el que aparece un señor aplaudiendo, cuya imagen se ha plasmado con técnicas mixtas sobre numerosos lienzos de formato pequeño y de intenciones diversas. En algunas obras la persona aparece en tonalidades melancólicas y en otras en colores divertidos, en algunos casos el rostro se ve claramente y en otros apenas se adivina, algunas veces la textura es abultada y otras diluida, y así sucesivamente hasta cubrir una gran variedad de maneras de representación pictórica. Pero además la totalidad de la muestra constituye una instalación, un recinto en el que el observador se ve rodeado por personajes anónimos que aplauden frenéticamente, llevándolo a preguntarse por las razones de tanto entusiasmo en una época tan deprimente y difícil. La conclusión: aplauden al artista, representan al público. Pero una vez instaladas en la galería también aplauden al observador, y de ahí su poder de impulsar al examen de conciencia en una sociedad como la colombiana de hoy, con tan pocas razones para las aclamaciones y el júbilo