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LOS CAMINOS DE LA PINTURA

María Morán, Gloria Merino y Carlos Salazar: tres artistas distintos y una pintura verdadera.

19 de noviembre de 1984

En una muestra que intenta relievar las capacidades del método tradicional de la pintura para manifestarse como tal, y también para adaptarse a exigencias distintas de las netamente tradicionales, es preciso, como se ha hecho aquí, salvar las consideraciones temáticas que pudiéramos llamar referenciales, para tomar en cuenta los aspectos puramente plásticos, como el soporte, los materiales, la manera en que han sido utilizados, las marcaciones con las cuales los mismos se transforman en referencias, etc. Ello permite compendiar estas tres jóvenes producciones individuales que pertenecen, respectivamente, a María Morán, Gloria Merino y Carlos Salazar. En ellas se evidencian síntomas que nos indican algunas de las características principales del retorno con que la pintura vuelve a ocupar un plano principalísimo en los eventos artísticos contemporáneos.
Pero también es preciso anotar que cada uno de estos tres pintores trae a la confrontación actual una dimensión por medio de la cual no sólo aparece en forma individualmente distinguible, sino que además ayuda a comprender la complejidad de un acto de regreso que, sin embargo, tiene que ser leído como movilización hacia adelante en busca de nuevos valores de significación: los cuadros a la vista aquí hacen su aporte al encontrar nuevamente, en el lenguaje de la pintura y su capacidad figurativa y representacional, la manera de proponer toda una serie de planteamientos.
La obra de María Morán, que pudiéramos llamar abstracta, hace de la mancha de color y sus configuraciones generales el vehículo principal para dar albergue a una sensibilidad cromática y formal. Ella alude a la necesidad de llenar el plano del cuadro, la superficie o, literalmente, el plano pictórico, con la coherencia indudable de una serie de relaciones que tiene que ver con la croma, con los tonos, con la configuración de cada una de las formas individuales, con el relativo nerviosismo o la relativa serenidad con que aparecen los bordes de las formas, unas contra otras, creando lo que pudiéramos llamar el dibujo y llevándonos a lo que evidentemente constituye su gran aporte: la pintura misma como materia concreta que sirve para formular abstracciones, que narran eventualidades eminentemente pictóricas, restituyéndose al caudal principal de las manifestaciones importantísimas de épocas considerables de la modernidad, como una de las corrientes más significativas del arte contemporáneo, hasta hace relativamente pocos años. La pintura de Maria Morán evidencia madurez considerable a través de un asentado acumular de significaciones que tiene que ver con la pintura, sus materiales y su superficie, para que ésta muestre trazos y otras intervenciones que son el legado visible de la mano en el propósito de crear el color, hasta su estado final; de esta manera, Morán se suma a una escasa, cuantitativamente hablando, categoria de arte en el país, como es la abstracción lirica, de la cual el principal exponente local es el maestro Manuel Hernández.
La pintura de Gloria Merino corresponde a una experiencia netamente figurativa en la cual se ha tomado como referencia la arquitectura republicana de distintas partes del país. La artista ha mirado dicha arquitectura y la ha visto como si su función fuese la de atestiguar aquello que requiere nuestra intervención con el fin de conservar apariencias seriamente amenazadas por el despilfarro cultural que tiende a destruir lo que no es nuevo ni espectacular. Desde tal ángulo, la producción de Gloria Merino está emparentada con otros pictóricos intentos de conservar, tal y como se da en las obras de Pedro Pablo Lalinde y Beatriz Jaramillo. En primera instancia, Merino trabaja a partir de una referencia fotográfica que queda fundamentalmente modificada al ser llevada al tamaño considerable de sus lienzos y al ser tratada con una técnica eminentemente pictórica.
Ella surge del inicial dibujo o calco de la fotografía, pero, posteriormente se lanza a lo pintado superponiendo colores, trasladando la percepción tonal y uniocular de la foto, al lenguaje de brochazos, para dejar, por debajo de los mismos, evidencia de otras capas, provocando la eventual transparencia de color a color, y la efectualidad de lo visto por entre las capas pintadas. Se apoya en el conocimiento del dibujo, y sabe las maneras de crear ilusiones perspectivadas de profundidad espacial, apoyándose también sobre un innato talento del color con el cual logra efectos de luminosidades y penumbras que pasan por encima de su capacidad de narradora para convencernos de su potencial poético. En estos términos, la pintura de Gloria Merino propone recorridos visuales imaginativos por el interior de arquitecturas que muchas veces han sido vistas desde la intensa luminosidad del espacio exterior. Son laberintos para ser explorados en búsqueda nostálgica, exacerbadora de la memoria, para cumplir con la necesidad de respetar lo pasado. Trayéndolo a colación por medio de pinturas cuya factura enuncia el uso de una visión contemporánea.
Completando esta trilogía aparece en la muestra la obra de Carlos Salazar, pintor entrenado en la técnica española, cuya relativa juventud no le ha impedido la producción de una obra que debido a su extrema calidad, indudablemente ha de alcanzar niveles muy considerables de interés por parte del público. Esto se afirma a partir de su talento, de su seriedad y también de la riqueza de las referencias que maneja con desenfado. Pero esto puede afirmarse, sobre todo, en base a la brillante ejecución pictórica que le permite llegar muy rápidamente a efectos deslumbrantes de diseño y apretadisimas, ajustadísimas composiciones. Salazar usufructa antiguas referencias de tipo literario, calificándolas con un contemporáneo y particular sentido de lo perverso: entiende las figuras femeninas cual compendios de superficies duras y brillantes, pulimentadas, como de porcelana, dentro del contexto de una pintura con alusiones pop y rock, manejada con familiaridad generacional. Así mismo con aparente naturalidad usa referencias actuales, obligándolas a ceñirse al metodo de la alegoría, que permite a la figura ser utilizada como símbolo. Pero también sus figurtas son visualizadas de la manera más inmediata posible, casi como retratos, que surgen de situaciones especificas, localizadas en bares, discotecas, páginas de revistas de modas, o salas de estar, calificadas por el recogimiento del buen gusto moderno. Todo esto lo realiza livianamente, como queriendo ocultar la profundidad de pensamiento que anima su que hacer y con la cual propone una imagen pictórica que raya en lo más original que hemos visto entre nosotros últimamente.
La continuidad de esta exposición consiste en su comprensión de la pintura como disciplina exclusiva a la que puede llegarse, entre otros, por tres caminos tan distintos como los que han quedado consignados aquí: con metodologías tradicionales replanteadas en un momento especifico de la contemporaneidad colombiana, para dar servicio al marco de referencia de nuestro arte joven.--
Galaor Carbonell