LA VIRGINIA WOOLF DESCONOCIDA, de Roger Poole. Alianza Editorial, 1982.El conflicto de la mentalidad femenina en lucha con la masculina que pretende destruirla, fue--según el libro de Roger Poole que, basándose en los últimos documentos publicados, cambia completamente la perspectiva para juzgar a Virginia Woolf--el origen de sus ataques nerviosos y de su suicidio como también de su obra literaria. La tensión empezó a producirse para ella desde la niñez, por la doble vía de la conducta de su padre, Sir Leslie Stephen, narcisista y déspota con la madre, muerta muy pronto, y por las relaciones sexuales a que la indujo un hermanastro, mantenidas pasivamente por Virginia hasta los 22 años. Cuando llegó su matrimonio con Leonard Woolf, del que no estaba enamorada (lo aceptó para disponer de "un cuarto propio"), ya había sufrido dos crisis, una a raíz de la muerte de la madre, y otra cuando falleció el padre, quien le inspiraba sentimientos contradictorios. Como durante sus ataques se negaba a comer, y oía a los pájaros cantar en griego, los médicos diagnosticaron su demencia. Pero si hubieran descubierto la verdad habrían comprendido que el famoso canto de aves constituía un símbolo del mundo masculino. (El griego es un idioma abstracto y ella lo estudiaba cuando la acariciaba el hermanastro). Leonard padecía también un trauma sexual, como lo confiesa en su autobiografía. Erudito y racionalista a ultranza, convencido de que jamás se equivocaba, chocaba con la mente libre y poética de la escritora. Antes de su casamiento reunió conceptos de especialistas en enfermedades mentales, sobre la conveniencia de abstenerse de tener hijos, con lo cual privó a su esposa de la realización de un gran anhelo, que quizá le habría permitido recobrar plenamente el equilibrio.Virginia se personificaba en sus ficciones. Constituían además el único hilo al que se aferraba para conservar su identidad. Poole las analiza comenzando por "Fin de viaje", la primera novela publicada al culminar la teórica luna de miel y antes de una tercera y más grave crisis en la que intentó suicidarse por primera vez. Allí la protagonista se mata por la imposibilidad de obtener un auténtico intercambio emocional y físico con su marido. En la novela que la siguió, "Noche y Día", el conflicto es similar pero sin muerte. Todav;a más significativa, "Mrs. Dalloway" repite el proceso. Virginia encarna en la desencantada Clarisa y, más específicamente, en Septimus Smith, el ex-combatiente que regresa de la guerra con los nervios rotos y que consulta a un notable profesor (Leonard) impermeable a sus llamadas de auxilio. Como Septimus no puede expresarlas en el código accesible al facultativo, éste se contenta con recetarle reposo y comida (como en la vida real Leonard a Virginia), lo cual no evita que el paciente se elimine. La soledad y el vacío, ya de carácter metafisico, llegan a su clímax en "Las Olas". Virginia se proyecta en Rhoda, condenada a una situación en que no existe el presente. Todo es pasado. Su cuerpo deja de actuar como amortiguador y, desollada, en carne viva, oye la invitación del mar y se disuelve en sus ondas, como la espuma.Aunque situadas un tanto al margen del drama central, Poole se refiere también a "Tres Guineas", sobre la guerra de 1939, que los Woolf sintieron como la peor amenaza, y a "Flush", el perrillo de Elizabeth Barret, del que fue modelo un cockerspaniard obsequiado a Virginia por su amiga Vita Sackville-West, quien a su vez sirvió de prototipo para "Orlando", novela-poema en que Virginia, excepcionalmente, dio rienda suelta a su erotismo, desviado en esa ocasión hacia otra mujer. El fuego no duró, y en su obra póstuma, "Entre actos", trazó por última vez y de mano maestra su retrato y el de Leonard, tomando para sí los rasgos de Lucy, la mujer que posee lo que ella nunca tuvo: un Dios a Quien rezar. Leonard figura como Oliver, su hermano, que esgrime su aparente superioridad con el fin de arrasar esa fe. En la mañana fatal del 9 de marzo de 1941, cuando se encaminó, con los bolsillos repletos de piedras, en dirección al Ouse, la novelista debió pensar con amargura y en un relámpago, que nadie, nunca, la había leído con atención. De lo contrario no ignorarían la cadena de signos indicadores sembrada a lo largo de sus libros, que la llevaba inexorablemente a ese día. -Elisa Mujica -