Home

Cultura

Artículo

Luis Miguel Rivas nació en Cartago, Valle. Pero su infancia y su juventud la vivió en Medellín. | Foto: Guillermo Torres

ENTREVISTA

“No somos un país de sicarios, somos un país de chichipatos”

Luis Miguel Rivas presenta 'Era más grande el muerto', una novela llena de humor, ambientada en la época donde el narcotráfico ridiculizó al Estado y sometió a muchos colombianos a los más cruentos episodios de violencia.

18 de septiembre de 2017

Luis Miguel Rivas ha sido descrito como una de las mejores plumas que el país tiene en este momento. Es el autor de ¿Nos vamos a ir y cómo la estamos pasando de bueno? (2015), Tareas no hechas (2014), Los amigos míos se viven muriendo (2007), y acaba de presentar su más reciente obra: Era más grande el muerto. Es una novela ubicada en los años 80 y comienzos de los 90, época en la que la mafia de Pablo Escobar ridiculizó al Estado y sometió a muchos colombianos a los más cruentos episodios de violencia. Pero no es otra novela de sicarios. Más biense trata de una historia llena de humor sobre esas personas que no son criminales y que en ese mundo del delito pasan desapercibidas.

SEMANA: ¿Cómo nace la idea de hacer un libro sobre una morgue en la que venden ropa de los sicarios asesinados?

Luis Miguel Rivas (L.M.R): Cuando estaba en Envigado (Antioquia) a través de un amigo me di cuenta de que había alguien que vendía ropa de muertos. Era una chaqueta Gucci que valía 500.000 pesos. Un poco lo que quería mostrar es que todo el mundo hace negocios por debajo de cuerda, eso está muy arraigado en nuestra cultura. Acá se vive la ilegalidad institucionalizada, legitimada. “Aquí escribo lo que vi, lo que leí, lo que escuché, lo que me contaron. Lo que no sé me lo invento pero mentiras no digo”, como dice un personaje de la novela.

SEMANA: Esta novela no es la típica historia sobre sicarios. Está ambientada en este mundo, pero el protagonista es ese que usted llama el Chichipato...

L.M.R.: Hay un sector en la sociedad que es el chichipato, el chico de barrio que no es capaz de ser el sicario. El sicario por lo menos tiene la fuerza y güevas para hacer lo que hace, pero ese no es muy común. Por cada sicario hay 20 chicos que no tienen el valor de serlo, y que son mucho más marginales que el sicario. Ese personaje no se ha tratado en nuestra literatura. Es ese ser anónimo que ahora es adulto y es el celador, el mensajero. Son las personas que tienen oficios menores. Yo quería explorar un poco qué pasa con ese sector que es el que realmente representa a Colombia; no somos un país de sicarios o de mafiosos, somos un país de chichipatos.

Rivas nació hace 48 años en Cartago, Valle. Pasó su infancia junto a su abuela en Pereira y luego se fue a Medellín con su madre. Era más grande el muerto tiene mucho de la época en la que él en su adolescencia y juventud vio cómo Pablo Escobar pasaba por los barrios populares regalando canchas de fútbol y baloncesto.

Puede leer: Lea un adelanto de ‘Origen‘, el nuevo libro de Dan Brown

SEMANA: La forma de hablar de los personajes hace pensar que son producto de su imaginación. ¿ Están inspirados en personas reales?

L.M.R.: Todo lo que tienen los personajes son un poco de lo que uno es como escritor y de lo que ve en sus amigos, en las personas cercanas. Yo quería contar una historia verdadera, vibrante y viva. Qué bueno no hacer personajes sino hacer gente, que vos lo leas y lo sintás al personaje. Yo me agarré de lo más verdadero, de cómo son las personas que conozco. Traté de escribir como uno habla y pues uno habla muy mal entonces había que corregir, pero les permitía a los personajes algunos incorrecciones.

SEMANA: Sin embargo, el chichipato tiene una forma especial de narrar, es rico en vocabulario y descripción...

L.M.R.: (Risas) El chichipato, Manuel, es un tipo muy rico interiormente, un chichipato puede pensar 400 páginas de cosas. Es que cuando vos te fijás en esas personas de las que te hablaba, como el mensajero o el celador, te das cuenta de que son muy ricos, solo que se volvieron el decorado del paisaje. Justo eso quería mostrar que en una persona como esa hay una gran riqueza, que también hay riqueza en la cultura popular, en la manera de ver las canciones, en la manera de enamorarse, en la manera de relacionarse con la plata y la ropa, en la manera cómo se concibe la amistad, en cómo el chichipato sueña a la mujer ideal...

SEMANA: En su libro ‘Los amigos míos se viven muriendo’ y en este la amistad está muy presente, no como una reflexión sino en los eventos que viven los personajes…

L.M.R.: Así como la felicidad es imposible, la vida se trata de sufrir lo menos que se pueda. Ya que el amor romántico no existe, nos queda la amistad. Ya que el amor no nos puede salvar, que nos salve al menos la amistad, que es un sentimiento realmente desinteresado, desprendido, desprevenido y da más de la riqueza y la nobleza que hay en una persona.

Cada vez Rivas respondía parecía que se iba en sus ideas. Luego decía “no sé si te estoy respondiendo la pregunta”... Parecía que se acordaba de la pregunta, miraba hacia el techo y continuaba:

En la novela Manuel y Yiovani viven una amistad de la que no hablan, son amigos sin darse cuenta... Uno de la amistad no habla, simplemente la vive, sin cuestionarse, sin sentimentalismo, simplemente es querer a alguien con el que le tocó compartir porque vivimos en el mismo barrio, en situaciones similares y ahí nos empezamos a querer.

Le recomendamos: Narcos: ¿Qué es verdad y qué es mentira?

SEMANA: La novela va acompañada de fragmentos de canciones de tango, salsa, baladas, ¿cómo seleccionaba la música que le quería incluir a las escenas ?

L.M.R.: Yo soy hijo de una obrera de fábrica de confecciones. Soy de una clase media, media media, media baja. Y en ese sector social al que pertenezco la música hace parte del diario. Crecí oyendo a mi mamá poniendo las canciones de despecho de Helenita Vargas. Salía a la esquina y estaban sonando los tangos. Ponía la emisora y estaba sonando la Voz de Colombia con canciones románticas. La música que uno escucha hace parte de la visión del mundo. Las canciones hacen parte también de lo que la gente dice y siente, por eso esa música tiene tanto arraigo en la gente porque representa lo que vive la sociedad que la escucha. Desde el amor cursie hasta el despecho o la parranda.

Cuando yo quería hacer una escena la parte que vibra es la música que hay en esa escena, la canción que están oyendo los personajes... Por ejemplo, hay un capítulo en el que don Efrem y Lorena bailan El preso de Fruko y sus tesos, y mientras yo estaba haciendo esa escena siempre escuchaba la canción. También tiene técnicamente un asunto de ritmo, era la forma de darle un condimento de ese sentimiento a lo que está pasando.

Además, las rancheras son novelas de cinco minutos. Los tangos son grandes narraciones cortas. Era sumar esa narrativa y hacerle un homenaje a todos los que son parte de mi cultura, la ranchera, el tango, el vallenato...

SEMANA: Otra cosa que uno ve a lo largo de la novela es el arribismo reflejado en ese deseo de tener ropa de marca para parecer de otro estrato. ¿Eso también está muy arraigado en nuestra cultura?

L.M.R.: Una vez, en una productora en la que trabajaba, suprimieron el almuerzo para los técnicos. Yo dirigía el programa y me tocaba darle la cara a los camarógrafos. Les conté y les pedí que se fueran a almorzar. Los chicos nunca preguntaron por qué suspendieron el almuerzo, ni protestaron. Nada. Dijeron “No paremos y terminamos dos horas antes”. Luego me di cuenta de que les daba pena no tener plata para el almuerzo. Se sentían pobres y como si ser pobre fuera culpa de uno...

Sí, el arribismo es parte de nuestra cultura y está mediada con las marcas. Acá la gente no tiene perros si no marcas de perros. La relación más hermosa que hay, que es la relación con un animal, está mediada por eso... Imagináte, es importante dizque qué marca es el perro. Y todo eso se utiliza para prolongar la discriminación entre nosotros.

Te decía, no hay una consciencia de clase porque no pensamos por qué somos pobres o qué hace que seamos pobres. Es culpa de nosotros y lo que tenemos que hacer es conseguir una ropa de marca para salir de la imagen de pobre al menos.

SEMANA: Algunos lugares de la novela tienen una gran descripción. ¿Por qué es tan importante para usted narrar con tanto detalle?

L.M.R.: Sí, por ejemplo, hice una descripción pormenorizada de una tienda en la que vendían sobres de Milo, la aguja capotera, sobres de Minisigüí... Eso a lo mejor no hace avanzar la trama, pero le da la particularidad de ese universo. A alguien lo pueden matar en una tienda de Nueva York, de Finlandia y de Envigado y lo que pasa es un acto universal: Alguien mata a otro. Pero que lo maten en una tienda donde venden Minisigüí, donde venden cordones para zapato y que las cucharas tengan un agujero para asegurarlas y que no se las roben, hacen una imagen nuestra. Eso hace que como estén matando a alguien sea muy distinto a como matan a alguien en una tienda de Finlandia. La verosimilitud de las historias la dan los detalles.

A finales del siglo XIX Joyce Porter dijo que hay 36 situaciones dramáticas. O sea, vos nunca te vas a inventar nada más, cualquier historia que se te ocurra está dentro de esas situaciones. Ahora, tampoco te vas a inventar algo distinto a la vida narrativa, nada que te inventés va a ser distinto a inicio, desarrollo del problema y desenlace, porque la vida es narrativa, como nace el sol o una historia de amor, todo tiene la misma cosa. Lo único que te hace diferente es tu punto de vista, tu forma particular de mirar, en lo que vos te fijás, las maricaditas...

SEMANA: Y su forma de mirar las tragedias es a través del humor, tal como lo hace con Era más grande el muerto...

L.M.R.: No sé quién era el que decía que un humorista es un niño chiquito que va por la noche en un callejón oscuro y se pone a silbar. El humor es el reverso del dolor de nuestro drama. El humor es un modo de ser. Es su manera de asumir y de ver la vida y lo plasmás en lo que escribís. Nuestra realidad es muy cruda y está siempre encima. Uno a veces no tiene la oportunidad de distanciarse y reírse de ella, de ver lo ridículos que somos, y ojalá replantearse. Sería el ideal.  

Estos temas se han abordado desde la denuncia, como hay que abordarlos, desde el drama y la tragedia. Y pienso que ameritaba abordarlos desde el humor. Y el que se podía reír tenía que ser alguien de ese mundo, que lo conociera muy bien, por eso la novela está narrada desde el punto de vista de un chichipato.

Puede ver: La magia del misterio y el anonimato de los escritores

SEMANA: Cambiando de tema, dijo que se siente mejor en Argentina, ¿por qué?

L.M.R.: Yo siempre quiero estar en una realidad distinta a donde estoy. Recién llegué a Argentina no leía prensa colombiana, todo era argentino, quería vivir como un argentino y estar allá y olvidarme de Colombia. Yo tenía muchos dolores, cuando pensaba en Colombia pensaba en un montón de gente por allá matándose. Y cuando han pasado los años y mi cotidianidad está en Argentina ahora solo leo prensa colombiana. Es muy curioso querer estar donde no estás. Una vez alguien me preguntó ‘¿por qué te viniste pa acá?‘. Yo le dije: ‘Ah, pues pa’ no estar allá. (Risas)

En Medellín o en pueblos chiquitos y muy católicos como Envigado la gente sabe todo lo que vos hacés. Los vecinos se la pasan cuidando y juzgando moralmente lo que la gente hace como si fueran los ojos de Dios. Estar lejos en un lugar donde nadie te conozca también te hace sentir libre.

SEMANA: Antes hacía guiones para comerciales y prensa para algunas empresas. ¿Cómo fue dejar de hacer eso para dedicarse únicamente a escribir?

L.M.R.: De la literatura no se vive, a excepción de García Márquez o alguien muy exitoso. Lo que decidí fue no volver a escribir videos institucionales, que en eso viví más que un berraco, me la pasaba diciendo que su empresa es la mejor del mundo y cómo se hace un tornillo. Y haciendo ese trabajo sentía que me envilecía. Yo me torturaba haciéndolos, el que los grababa se torturaba grabando, el editor se moría editándolos, el que lo veía se aburría viéndolo... Uno lo hacía porque era un trabajo y porque recibía un sueldo. Pero ahora trato de hacer que si el trabajo que hago no me dignifica por lo menos que no me envilezca. Es una decisión complicada al principio porque materialmente si uno no tiene plata tiene que asumir momentos malucos, frentear cosas materialmente malucas.

Igual, cuando trabajaba ganaba hasta mucha plata y vivía embalado también. Entonces dije ‘trabajo como un burro y vivo embalado. Mejor dejo de trabajar y sigo embalado de plata pero tengo tiempo‘.

Ahora Rivas se despierta temprano y la primera tarea que tiene es escribir sus sueños. Si no se acuerda, escribe de lo que sea por una hora y media. Después, desayuna con tranquilidad, revisa la prensa y medita. Cuando se embarca en un escrito escribe horas y horas. Vive de hacer proyectos, crónicas y reportajes. En este momento está leyendo Diccionario jázaro de Milorad Pavic. Se adelanta de series de películas que ya muchos han visto, cosas como Mad Men, God bye, Lenín! o la saga de Star Wars. Escucha salsa o Vallenato. Y dedica tres días a la semana para pasar tiempo con su hijo, Bruno. Cuando está con él no hace nada más.  

Le recomendamos: Lo brutal del oficio de ser mamá según la literatura

SEMANA: Algunos dicen que lo que realmente cambia la vida de alguien es tener un hijo. ¿Le pasó así con Bruno?

L.M.R.: Sí, claro. Es la primera persona que conozco desde tan chiquita. Yo lo vi nacer... Me ha servido hasta en lo personal. Me me veo cuidando como a un niño abandonado que yo tengo adentro. Me ha servido para pensar en ciertas cosas de maltrato que tenía escondidas. Me ha obligado a confrontar mi egoísmo, porque si asumís ser padre ya no vivís solo pa vos; tenés que estar vivo pa‘ otro. Eso es muy bonito pero también es desgarrador al principio. O la plata que me hago, y que me hubiera rumbiado en una semana, ahora es pal niño, pero entonces te amplias mucho.

Aunque hasta ahora está presentando Era más grande el muerto ya tiene en mente una nueva novela. Tiene que ver con Emilia, su abuela materna. Su historia le ayudará a mostrar la miseria, la pobreza, la ignorancia y la rabia colombiana.