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MALICIA INDIGENA

Colcultura recobra un escritor de la generación del centenario: Armando Solano.

30 de agosto de 1982

Los grupos generacionales suelen contar con figuras de identificación que a veces no ocupan los primeros planos sino otras en apariencias secundarias. Eso fue lo que sucedió a los centenaristas con sus escritores cotidianos, Calibán y Armando Solano. Del primero se dijo que gobernaba el pensamiento de millares de colombianos. En cuanto al segundo, sus prosas ligeras y brillantes -que Colcultura acaba de compilar- eran devoradas como pan fresco en los periódicos y revistas que circulaban por aquellas fechas: décadas de 1920 a 1940. Al leerlas ahora suenan como ecos de concepciones de vida ya borradas, tan lejanas que parecen casi inverosímiles. Pero en su momento condensaron los entusiasmos, reservas, sueños, obsesiones y desengaños de los amigos y cofrades de Maitre Renard, que entonces desempeñaban las principales posiciones y dominaban el país.
Aparte de la alegre confianza en el progreso y el entendimiento humanos que constituyen el indispensable telón de fondo de los textos solanescos, otros rasgos característicos pueden descubrirse. La generación del centenario era sobre todo esteticista. Fabricaba paraísos artificiales o "nobles utopías" como las llama Cobo-Borda en el prólogo de la obra. Así se rendían sus miembros un culto optimista a ellos mismos, a su generosa disposición espiritual, que la cautela les aconsejaba por otra parte a frenar, de modo que los programas naufragaban en la fase de la fraseología y de los simples ademanes, sin llegar a más. Se citaba continuamente la libertad como "el patrimonio de todos los colombianos", pero a nadie inquietaba averiguar si representaba algo distinto a una palabra sonora. También la religión había ido a parar a la categoría de exclusivo valor estético. Se elogiaban, por ejemplo, la deliciosa armonía de líneas de la ermita de San Diego, y las virtudes teologales heroicamente practicadas por el padre Almansa sin que eso fuera obstáculo para repetir con Solano: "En materia de religión positiva lo único elegante es la indiferencia". El toque necesario de "finesse" lo daba la adhesión irrevocable a Francia. Hasta ahora no se ha aclarado si constituía únicamente un barniz. De resto no quedaba sino escéptica ironía que paradójicamente se enlazaba con el idealismo y que servía lo mismo para aplicarla al adversario político que a cualquier tema en discusión, como el proyecto sobre voto femenino presentado por esas calendas al Congreso, que Solano sugirió adicionar con la creación de salas-cunas contiguas al recinto del Congreso, a fin de que cuando las mujeres fueran elegidas no abandonaran sus funciones primordiales de crianza.
Pero es claro que muchas de las páginas del amable Maitre Renard, pese a las críticas con que pretendió pulverizarlas Policarpo Varón en "Nueva Frontera", resisten el paso de los años. A la sagacidad de Solano no se escapaba la estrechez del medio bogotano, en el cual, decía, no surge el verdadero intelectual sino "alguien que se le asemeja" La "Petite-historie" de Bogotá le debe aportes de gracia evocadora, como los titulados "La Mascarada y "La iglesia de San Diego" (A Varón la gracia lo tiene sin cuidado, más bien lo irrita), o "La Ñapa", con interesantes contribuciones de sociología popular. Sobre las mujeres, a las que sin duda Solano conocía mucho, escribió cosas todavía válidas, superiores a los estereotipos de hoy. Igual, sobre figuras como José Asunción Silva, Vargas Vila, Luis Tejada, y, singularmente, sobre López de Mesa. Su admiración por Anatole France -que hace sonreír al crítico- fue compartida por Proust. En cambio, a Policarpo Varón le sobra razón cuando lamenta el apresurado prólogo de Cobo-Borda, poco o nada esclarecedor, y la inclusión de "Glosas y Ensayos", en la serie de Colcultura denominada "Básica". En la colección "Escritores colombianos" se explicaría mejor, en tanto que en la Básica deberían figurar desde hace tiempo textos como la edición anotada de la obra completa de Eugenio Díaz, que en gran parte yace aún en publicaciones del siglo pasado. Sin duda el vicio centenarista de creer que bastan las palabras, divorciadas de sus contenidos, se sigue practicando todavía.

ARMANDO SOLANO
Escritor perteneciente a la generación del centenario. Nació en Paipa, Boyacá, en 1887, y murió en Bogotá, en 1953, aunque su carrera literaria quedó trunca desde 1947, a causa de un derrame cerebral. Periodista, colaboró en los principales diarios bógotanos y en "Revista Patria", "Revista Universidad", "Acción liberal", "Sábado" y "Revista de América", hoy clausuradas. Su obra central es el ensayo "Melancolía de la raza indígena".
GLOSAS Y ENSAYOS. Armando Solano. Colcultura. 1982.