DESPUES DE DOS SEMANAS DE PIROtecnias teatrales, de jugar a una Bogotá convertida en el centro de la escena mundial, de disfrutar los más variados platos dramáticos, algunos se hacen la pregunta de qué tan nutritivo fue el Festival Iberoamericano de Teatro. Porque independientemente de lo bien librada que salió la organización y de la lluvia de impecables espectáculos, queda la duda de si este evento fue una exquisita golosina o un verdadero alimento para la escena nacional.Ni los más ascetas y críticos del mundillo teatral se abstuvieron de probar el sabor aquí y allá de una mesa tan impecable, variada y económica, porque las entradas estuvieron al alcance de casi todos. Pero continúan los debates sobre su enfoque. Algunos consideran que es una selección de obras europeizantes, hechas para complacer a un público internacional y que se quieren colocar como un paradigma al teatro nacional, caracterizado por búsquedas muy diferentes. Pero esta tendencia que ha marcado al Festival durante sus anteriores versiones, sin embargo parece haberse atenuado en esta muestra. Según Octavio Arbeláez, director del Festival de Manizales: "Esta ha sido la versión más equilibrada de toda la historia del Iberoamericano. Se pudieron conocer todas las tendencias importantes a nivel mundial ". Víctor Viviescas, de la División de Artes Escénicas de Colcultura, coincide en que, "pasó la época de los descrestes tecnológicos para darle espacio a obras que aunque tan atrevidas como 'Las Tres Hermanas' de Nekrosius o 'Anfitrión' de Vassiliev, están centradas en recursos dramáticos como el actor o el texto'.La extensión de la muestra, que por primera vez se hizo durante dos semanas consecutivas, para algunos es extenuante. Aducen que semejante oferta puede llegar a confundir a un público desinformado. Es que en general los grandes festivales del mundo tienen la tendencia a reducir su muestra en una selección mucho más rigurosa. Los mismos organizadores del Iberoamericano reconocen que las cargas de tantas compañías no fueron fáciles de manejar. Sin embargo el festival salió victorioso de esta prueba de fuego: la cantidad no afectó la calidad.Fuera de estas consideraciones, el consenso es que el Iberoamericano es un punto aparte en la actividad cultural colombiana. Y sin duda su capacidad formativa no se puede negar, además de que es una vitrina de la producción nacional. Ya son ocho años en los que directores, actores y espectadores colombianos tienen la posibilidad de mirar afuera, de confrontarse, sin tener la necesidad de viajar.Aunque es un imposible físico, como dice Arbeláez, traer en su totalidad a las tendencias universales, sí fue posible ver los caminos más representativos de la dramaturgia internacional. A pesar de que esta influencia a veces se haya reducido a la vulgar copia, como sucedió con las decenas de imitadores de un grupo como Carbono 14, al que después de sus dos visitas a Colombia muchos querían parecerse. Pero en la mayoría de los casos más bien ha servido para que los colombianos se confronten, sin hablar de las coproducciones con las que el Festival ha dado el paso a la producción. Además el teatro colombiano hoy en dia ha encontrada, tal identidad en obras como 'La Siempreviva, o 'Angelitos empantanados' que puede conversar de igual a igual con cualquier dramaturgia internacional, como sucedió en el marco del festival, donde las obras colombianas llenaron salas sin dificultad.La gran escuela del festival fue la de los eventos especiales. Los creadores y actores colombianos pudieron asistir a una cátedra internacional de primera categoría con maestros como Terzopoulos, Alezzo y Goebbels a precios irrisorios. Este espacio de reflexión y pedagogía, según el crítico español José Monlein, es único en el mundo.Pero el gran fenómeno del festival fue el público. Ningún evento cultural en Colombia ha tenido nunca una asistencia tan masiva (420.000 espectadores en sala y 800.000 en la calle) como la registrada en esta versión. Esta taquilla permitió financiar el 35 por ciento de los 4.300 millones de pesos que costó el festival. Ya que en el mundo ningún evento de este tipo depende de las entradas y siempre es subsidiado, esta afluencia masiva ha llamado la atención no sólo de los colombianos sino de los observadores internacionales. Como les ha sorprendido también la juventud de los espectadores. Y es que en este festival todo parece ser un récord mundial, como el hecho de que su gigantesca maquinaria sea manejada sólo por siete personas. Por todo esto, por su poder de convocatoria y su impecable organización, el festival es hoy el niño bonito de la escena internacional, al que muchos miran con curiosidad y que está en capacidad de invitar a cualquier dramaturgo del mundo.Pero fuera del trabajo profesional e incansable de sus organizadores, hay muchas otras cosas, como ese público que aparece de todas partes y a lo largo del año se esconde; como esa actitud complaciente de la empresa privada y el gobierno que después se opaca ante la temporada local, como esa relajada disposición de ánimo general o como la apertura de los medios de comunicación, en las demás oportunidades mucho más parcos, que tal vez sólo pueda explicar ese otro fenómeno made in Colombia llamado Fanny Mikey, para el que nunca habrá las suficientes explicaciones.