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MODELOS EXCLUSIVOS

Muebles que no cumplen su función, adquiridos a precios astronómicos como si fueran obras de arte

6 de diciembre de 1982

En varias de las mueblerías que recorrimos con Lope, el fotógrafo de SEMANA, nos prohibieron retratar por temor de que fuésemos espías de la competencia intentando copiar aquellos "modelos exclusivos". ¡No podíamos creerlo!
De ellos no se sabe cómo exactamente llegaron a Colombia, ni a través de cuáles revistas o canales de información fueron conocidos por artesanos y empresarios que organizaron su producción para satisfacer las demandas de un ávido mercado. Los autores materiales de estas obras vienen de muchas partes del país: de Antioquia, Caldas o Nariño, y muchos son de Bogotá. Todos trabajan a conciencia de estar fabricando "modelos exclusivos", y están articulados a través de una eficiente red de distribución que conoce bien los gustos de la clientela Estos muebles se producen y venden a costos y a precios considerables, y van a dar a manos de numerosas personas que los comprendidos dentro de las que los aprecian y utiiizan para con ellos llevar a cabo funciones que no están comprendidas dentro de las que usualmente se asignan a los muebles.
Como tales tienen que ser cuestionados, pues el concepto mobiliar incluye el confort y el servicio que puedan prestar. En cambio estos ejemplares de la cultura Mogador (por el teatro de ese nombre en la calle 23 de Bogotá, alrededor del cual, así como en otros sectores de la ciudad, proliferan nuestros especímenes) llegan a grados tales de incomodidad que simplemente no pueden ser utilizados: quien pretenda descansar en una de estas sillas o sofás, o almorzar cómodamente en uno de estos comedores, le está pidiendo peras al olmo.
Porque los ángulos con que se han fabricado los espaldares con respecto a los asientos son estrictamente rectos, y porque la cantidad de capitoneados, abullonados, estoperoles y tallas es profusa; hay tantos terciopelos y afines, y tantas garras de león, picos de águila, flores de lis, hojas de acanto, etc., que las espaldas y posaderas sufren sus proyecciones.
Debemos entonces preguntarnos qué son éstos que no sirven como muebles. Seguramente tendremos que responder que son apenas imágenes de muebles. Y si aceptamos que los compradores no los adquieren para que funcionen como muebles, es casi inevitable concluir que los adquieren para que obren como objetos significativos, denotativos y conotativos, como símbolos, o como arte.
En algunas de las mueblerías que visitamos, los tienen arreglados en conjuntos: comedores con buffets y aparadores; salas interminables donde cada mesita auxiliar es más rebuscada que la otra y alcobas inenarrables con peinadores inverosímiles y camas que si bien permiten el sueño por estar dotadas de modernos colchones, son una invitación irrefutable a las terribles pesadillas provocadas por las coronaciones de sus cabeceras.
¡Ah! tenaz el saloncito que se podría armar con algunos de estos mal llamados muebles. Los colores estridentes, las maderas talladas y taponadas, brillantes notorias, los mármoles y los terciopeios alternan con reproducciones de ignotos y sentimentales cuadros también profusamente enmarcados, y no faltan los helechos descomunales desproporcionadamente puestos sobre indefensas bases seudobarrocas talladas, coloreadas e incrustadas con trozos de espejo. A veces estos conjuntos aparecen contra fotomurales gigantescos de esos que nos han invadido últimamente, y aparecen también subrepticiamente ocupados por una que otra lámpara, o cenicero o adorno en acero inoxidable, sustraído de las más pobres esferas del diseño contemporáneo.
Semejantes caleidoscopios divertidos de incontenible mal gusto, ni siquiera se le han ocurrido a Enrique Grau en sus momentos más inspirados. Su intensidad hace que estos conjuntos se constituyan en una de las expresiones más interesantes y enigmáticas de las que se pueden observar en nuestra cultura urbana contemporánea. Y es que si bien estos muebles surgen de diseños europeos que datan desde el siglo 18 hasta nuestros días, fueron adaptados por las manos hábiles y las visiones torpes de ebanistas, y fueron procesados por un tamiz cultural que los amestizó para lograr resultados inequívocamente locales en correspondencia con el gusto de un determinado estrato social que los usa para satisfacer su necesidad de identificación, y para evidenciar sus pretensiones de todo orden. ¿Qué puede importar que las poltronas no sirvan para sentarse, o que cuando uno se recueste sobre el espaldar de aquellas camas reciba incómodas caricias? ¿Qué importa que un comedor sea demasiado alto o bajo, si cuando el propietario entra a su casa encuentra el esplendor simbólico de su pretentido status social?
Es, entonces, el arte de estos muebles, vestido presuntuoso que sin ambages dice de la obsesiva necesidad de llenar espacios con tremendas imágenes compensatorias de lo que no se ha poseído aún. Lo que ellos logran para este estrato social, lo logran también diversos objetos para los distintos estratos. Sólo que en las más altas ya estamos de acuerdo en utilizar el calificativo de "arte" .
Nota: La alusión a actividades falsificatorias en la última parte de mi artículo sobre Carlos Rojas ha inquietado a varios amigos. Me refería, por supuesto, a la dimensión estrictamente estética dentro de la cual, falsificar no sólo es una actividad legítima, sino necesaria. En cuanto a los que se preocupan con la alemanidad de Nolde (Guerra al Contrabando, SEMANA No. 25) debo aclarar que Emil Hansen Nolde no era alemán del todo y es usual la referencia de que era danés por su parte materna. A los que sientan que esto es insuficiente, les cambio a Nolde por Jawlensky, de origen ruso, e igualmente significativo en el contexto del Expresionismo alemán.
Galaor Carbonell