"Asseyez-vous, Madame", le dijo en su apartamento de París Pierre-Jean Chalençon a Elvira Cuervo. Esa frase de cortesía no tenía nada de extraño, salvo que la invitaba a sentarse en una silla que había pertenecido al mismísimo Napoleón Bonaparte. Así es. Desde los 17 años, Chalençon se ha dedicado a conseguir por todo el mundo objetos que pertenecieron a Napoléon, a su familia o que se relacionan directamente con su época. Hasta ahora ha reunido cerca de 1.200 artículos que tiene en su apartamento parisino y que constituye una de las colecciones privadas más importantes sobre el emperador francés. "Yo vivo con Napoleón", dice. Y también viaja con él. Cuando Elvira Cuervo, presidenta de la fundación QDK, le propuso traer su colección a Colombia, no vaciló: "Colombia es el país del oro y a Napoleón le encantaba el oro". Pero aparte de esta coincidencia anecdótica, Pierre-Jean siempre se encarga directamente de cada una de las exposiciones de su colección en compañía del curador Bernard Chevallier, antiguo conservador principal del Museo de la Malmaison. Para la muestra en Colombia, la primera en América Latina, escogieron 300 objetos que dieran una idea clara de los distintos periodos de la vida de Napoléon y de lo que fue su estilo imperial. Como Elvira Cuervo también quiso que los visitantes percibieran la gran influencia que tuvo Napoleón en los precursores de nuestra independencia y en las costumbres de la naciente república, pidió que hicieran parte de la exposición algunos cuadros del Museo Nacional. Napoleón llega entonces a Colombia para ser visto desde un contexto colombiano.La exposición tiene un total de nueve salas y propone un recorrido que empieza con el ambicioso militar de las campañas de Italia y Egipto y termina con el melancólico destierro en la isla de Santa Helena. En términos pictóricos eso se traduce en una vivaz acuarela de Édouard Detaille del joven general y en un hermoso y sombrío grabado de Belliard en el que aparece dictando sus memorias al general Gourgard. Nadie más adecuado para una exposición que Napoleón Bonaparte: es el creador de una extraordinaria iconografía del poder. Y acaso nadie más apasionante que él como personaje histórico por su ambigüedad: fue a la vez revolucionario y monárquico, libertario y represor. Promovió la igualdad, la educación laica, el progreso de las artes y los oficios, el código civil, pero también las jerarquías, el fasto y la elegancia de los reyes de Francia, y estaba empeñado en emparentar a su numerosa familia con la aristocracia europea. Como a cualquier rey, la descendencia lo obsesionó hasta el punto de anular su matrimonio con su amada Josefina porque no le daba herederos (en la sala cinco puede verse el acta de anulación de su matrimonio con ella). Por cierto, la estéril Josefina fue una apasionada de las ciencias naturales -de la Botánica y la Zoología- y puede apreciarse en la misma sala un bello libro que sobre este tema coleccionaba. No es azaroso, entonces, que haya quedado cercana a un retrato de José Celestino Mutis. Bolívar siempre fue ambivalente frente a la figura de Napoleón. Lo amó y lo odió. Llegó a escribir que "Ni Colombia es Francia, ni yo Napoleón". Pero en realidad nunca olvidaría aquella ceremonia en Notre Dame en la cual Napoleón fue coronado emperador, que le despertó el sueño de la gloria. La paradoja es que terminó siendo exaltado como un adalid de la libertad y, a la vez, acusado de ser un tirano, igual que Napoleón. E iguales -qué curioso- son las pinturas contiguas de la sala dos en las que aparecen Bolívar y Napoleón sobre sus caballos en el mismo gesto heroico. La ambivalencia frente a la figura de Bolívar podría ser extensiva a un sentimiento americano, según recordó el embajador de Francia en Colombia a propósito de esta exposición: "Es por esta razón que la acogida de Napoleón Bonaparte en América Latina no es tan evidente a pesar de que, sin quererlo, el Emperador favoreció la eclosión de las independencias en las colonias españolas y propició la caída de la Corona española al instalar a su hermano José en el trono de España en 1808. La caída de esta monarquía favoreció plenamente los movimientos de emancipación latinoamericana".  No está el famoso cuadro de Jacques-Louis David sobre la coronación del Emperador, pero en cambio podemos ver un interesante boceto de esa misma obra en el que aparece el papa Pío VII. Y hay una escultura de Antonio Canova -muy valiosa- en la que Napoleón es como el dios Marte de los romanos. A partir de la sala del Consulado, abundan los dioses, las coronas de laureles, los carros de guerra, las alegorías a la mitología antigua. En pinturas, grabados, gobelinos, medallas, vajillas, escudos, muebles. Y en mármol, oro, bronce y plata. Napoleón quiso emular a Alejandro y a Julio César, aunque terminó siendo el gestor de la propaganda política moderna, según dice Bernard Chevallier, el curador de la exposición: "Todos estos esfuerzos han pretendido mostrar al emperador como una persona cuidadosa y pendiente del bienestar de su pueblo. La propaganda napoleónica exalta a un gran hombre más que a un guerrero, a un héroe de su tiempo con atributos contemporáneos y señas de humanidad -postura reflexiva, sencillez y, en su uniforme, bicornio y redingote-, y a un emperador moderno cuya legitimidad se relaciona con los ilustres antepasados romanos. En la actualidad, a pesar de su derrota de 1815 y su penoso destino final, el imaginario colectivo lo asocia y recuerda como estratega, genio militar, fundador, inmortal, gloria y progreso". En medio de esa iconografía grandilocuente resulta un alivio encontrarse con el cuadro Retrato del emperador Napoleón I en su despacho, pintado por Paul Delaroche, que de verdad parece revelar al personaje de carne y hueso. Los fetichistas se podrán dar un banquete con un sombrero de fieltro del emperador -uno de los pocos que se conservan-, con su máscara mortuoria o con un mechón del cabello de Josefina. Hay para todos los gustos. Para historiadores y no historiadores. Y para cualquiera que quiera tener una idea justa de quién fue Napoleón y cuál fue su legado.