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Pablo Montoya y 'La sombra de Orión'
Pablo Montoya lanza La sombra de Orión. | Foto: Marcela Sánchez

Entrevista

Pablo Montoya: “Como escritor cumplí con mi función, me pesaban y todavía me pesan esos desaparecidos”

“La sombra de Orión” parte de dicha operación militar apoyada por paramilitares para revelar sus terribles consecuencias desde la población que la sufrió y hoy lucha por hacer memoria. Las letras del escritor se suman al esfuerzo por evitar que el brutal episodio quede sepultado bajo toneladas de escombros y versiones oficiales.

Alejandro Pérez Echeverry
12 de febrero de 2021

¿El fin justifica los medios? No.

El personaje literario Pedro Cadavid volvió a las páginas, eso significa que Pablo Montoya regresó a la literatura, y en momento pertinente. El “músico, novelista, traductor, ensayista, poeta, cuentista, crítico literario, y, ante todo, viajero” (como lo describió en revista Arcadia Pablo Cuartas) acaba de lanzar una novela urgente, fuerte, un libro que no todo el país va a leer pero que todo el país debería leer.

Es personal, claro, Pedro Cadavid está en el corazón del relato, pero este le da gran importancia a las poblaciones aplastadas en medio de un episodio militar y paramilitar y guerrillero-miliciano, y a aquellas personas que hoy luchan porque la memoria de lo sucedido no quede sepultada bajo toneladas de escombros.

Todo este horror se fraguó en un contexto complejo de conflictos, y de un clima político y social en el que las altas esferas comandaban atrocidades o miraban a otro lado mientras se cometían. Una postal de las mismas es ‘Orión’, la operación en la que agentes armados estatales y paramilitares purgaron de disidencias guerrilleras la Comuna en Medellín, armados sin cuartel y sin contemplación por el tejido social y las vidas de los habitantes. Se pacificó la Comuna 13. Ese era el fin, ¿cuáles fueron los medios? Esa sombra de enorme peso simbólico nos revela Montoya en su novela feroz y profundamente investigada. Y en ese entretejido de bandas criminales, e intereses económicos y políticos que revela, seguramente levantará más de una ampolla.

El marco se presenta así. En 2002, Pedro Cadavid (ya mayor, no el estudiante de Música en Tunja de antes) regresa a Medellín después de vivir en París y dejar allá raíces profundas. No es fácil irse, tampoco lo es volver. El país que lo recibe recién votó al líder de la Seguridad democrática y ratifica que, a como dé lugar, se librará del yugo guerrillero. No ajeno a la complejidad que le ha significado un conflicto armado de décadas a Colombia, Cadavid enfrenta ese clima denso. Siente el amor por su hermana, pero en ella encuentra también la indiferencia conveniente de gran parte de la sociedad, que opta por prender un ventilador para no escuchar el sonido de la violencia aledaña. La indiferencia, en el mejor de los casos. En la mayoría, sin embargo, se topa con aplausos y reverencias de políticos y empresarios hacia el pacificador del siglo XXI. Ese que le ha alimentado al país una sed de guerra eterna desde en nombre de un progreso económico que además recae en muy pocos.

Con todo esto , Montoya, escritor comprometido, hizo lo suyo. En La sombra de Orión, la ficción parece venir por cuenta de ciertas perspectivas, claro, pero la cruda realidad de su relato de una guerra compleja, así como de las consecuencias nefastas que hoy miran al progreso a la cara, quita la respiración. Hablamos con él al respecto.

Hay recuentos, estudios, noticias, crónicas, canciones de rap que han hecho recuentos valiosos sobre Orión, pero desde la literatura no había nada a este nivel que usted propone. ¿Qué lo llevó a abordar el tema y cuánto le tomó abordarlo?

Es verdad que una de las cosas que yo encontré cuando iba recorriendo la Comuna 13, los barrios, fue todos estos grupos de hip-hop, de rap, todos estos juglares de la Comuna, como los llamo en la novela, que tienen una función social muy importante pues son grupos de resistencia civil, una resistencia a partir de sus cantos.

Todo se fue hilvanando poco a poco. Yo estuve mucho tiempo fuera de Medellín, pasé un largo rato en Francia. Y en el 2002 volví a Medellín a trabajar como profesor universitario y llegué en plena posesión del presidente Uribe, el 7 de agosto de 2002, y casi dos meses después sucedió la operación Orión. Orión siempre estaba dando vueltas y vueltas, por la brutalidad de la operación. Pero en algún momento me comenzó a llamar muchísimo más la atención esa consecuencia de Orión que es La Escombrera.

Porque es verdad que con la operación Orión cesó esa guerra urbana que existió en la Comuna 13, más o menos entre el 2000 y el 2002 fue que se exacerbó esa guerra, entre fuerzas del Estado (asociadas con el paramilitarismo), para expulsar a las milicias que estaban gobernando en esa parte de Medellín, y que era como el último bastión miliciano de la ciudad. Entonces había muchos muertos, una guerra impresionante, y con la operación Orión pues evidentemente esas luchas cesaron, pero se incrementó la desaparición forzada. Entonces La Escombrera comenzó a sonar. Finalmente, las que llaman mi atención y la de la ciudadanía, de los medios, es un grupo de mujeres que se llama “Mujeres caminando por la verdad”, que son las que empiezan a mostrar la dimensión de lo que hay en la Comuna 13, que es esa fosa común. Una fosa que a mí me empezó a parecer como una especie de metáfora muy terrible de la desaparición forzada, no solamente de Medellín sino de Colombia.

Una imagen muy poderosa que refleja toda Colombia. ¿A qué costo se apagó ese foco de combate?

La operación Orión y esa pacificación de la ciudad, digámoslo así, se hizo a un costo muy alto. El problema es que los medios de comunicación, los grandes sectores pujantes de la sociedad de Medellín (empresarios, políticos) toda esa gente aprobó la operación Orión. Pero es una operación que poco a poco hemos visto que fue brutal. Después de Orión hubo más de 300 detenciones. Ninguna de ellas tuvo una condena, toda la gente que detuvieron luego la soltaron, porque no había ninguna prueba de que fueran guerrilleros o milicianos, asesinos. Necesitaban demostrar que la operación había sido un éxito, y esa gente que detuvieron eran chanceros, emboladores, personas que vendían en las calles, albañiles. En Medellín, en particular, la vox populi es la celebración de esa operación. Yo siempre he pensado que las agresiones militares son terribles y no estoy de acuerdo con ellas, y empecé a desentrañar todo esto, y finalmente en el 2018 empecé a escribir la novela cuando ya había leído todo lo que necesitaba leer, y la terminé en diciembre del año pasado.

La historia integra muchos personajes y puntos de vista, entre ellos y sor Janeth, la niña miliciana, los juglares, las monjas, las organizaciones civiles. ¿Cómo fue esa labor de investigación, en términos de lectura, de hablar con la gente y qué tan complejo fue contarla?

Fue muy difícil. Es una historia que no se puede ver en blanco y negro, que tiene muchos matices. Lo que pasó allá es muy complejo. Entonces lo que hice fue leer todas las investigaciones posibles, desde diferentes puntos de vista, estuve muy pendiente de los archivos de prensa sobre Orión, los informes de las Fuerzas Militares, los informes de la alcaldía, pero también los informes o investigaciones de las instituciones académicas. La Universidad EAFIT, la Universidad de Antioquia, el CINEP, Corporación Región, el Centro Nacional de Memoria Histórica. Hay muchos informes al respecto y cada informe tiene su perfil, por supuesto. Los informes de las oenegés son más solidarios con las víctimas de la violencia, es decir, con los sectores populares. Mientras que los de la alcaldía o las Fuerzas Militares celebran la operación y creo que han maquillado, demasiado, el horror de esas acciones.

Leí además novelas, cuentos. Imagínate que yo estuve leyendo para ello los trabajos que hicieron los chicos de la biblioteca Comfenalco que estaban en talleres literarios. Hubo un escritor llamado John Galán Casanova que hizo en ese periodo difícil del 2000-2002 unos talleres de escritura literaria en esa biblioteca. Yo leí los poemas, los cuentos, las historias de estos chicos. Lo de Ricardo Aricapa que es el primer texto que se escribe sobre la Comuna 13. Pero lo de Ricardo es un poquito vicioso porque él escribió ese libro porque se lo pidió Luis Pérez, se lo pidió la Alcaldía, entonces es una visión completamente oficial. Aunque el libro de Aricapa es muy interesante, no faltaba más.

Cuando leo esos informes, cuando hablo con victimarios, con víctimas, recorro la Comuna 13, hablo con cantantes, raperos, escucho la historia de los grafiteros, recorro las escaleras eléctricas de la Comuna 13, que ahí también están pintadas en la novela, todo esto para poder construir la novela de ficción que yo hago. Entonces invento muchos personajes, como esta miliciana, Sor Janeth; sé que en la novela hay muchos personajes militares basados en la vida real, pero yo introduzco a muchos que no, como al cartógrafo, ese miliciano que es jorobado y que hace el mapa de la muerte de la Comuna, que es un mapa tan grande como la Comuna 13. Es una mezcla de realidad y de ficción.

En la narrativa oficial se celebra la operación, y el acto rebelde de su literatura es botarnos esta verdad en la cara. En un escenario de tanta insensibilidad, ¿cómo romper ese círculo vicioso?

En realidad, no sé. Yo creo que como escritor tenía que hacer lo que hice, y yo cumplí con mi función. Porque me pesaban y todavía me pesan esos desaparecidos... Medellín es una sociedad muy desigual, socialmente hablando. La Comuna 13 está pacificada, ya tiene mayor intervención estatal, no hay que negarlo, ya tiene metro, tiene una gran biblioteca.

Pero además hay un montón de asociaciones culturales, a mí me dijeron que había más de 700 en los más de 20 barrios que conforman la Comuna 13. Hay unos lazos de solidaridad, de resistencia social que parten de la organización misma de estos habitantes que viven en condiciones muy difíciles, porque la desigualdad es impresionante. Y es una comuna que ha estado muy estigmatizada. Si alguien vive en la comuna, o ha sido criado en la comuna o ha estudiado allí, tiene muchos problemas para conseguir trabajo. Eso me consta porque hablé con muchos muchachos.

¿Y de dónde parte esa estigmatización? Fue un conglomerado urbano que estuvo casi más de diez años en manos de las milicias. O sea que las milicias hicieron un tejido social, eran los grupos armados que hicieron cosas terribles, pero eran una presencia de autoridad allí porque no aparecía el Estado, los abandonó completamente o no les interesó cuando eso ya estaba completamente jodido. Pero les interesó cuando vieron que estaban interrumpiendo el paso entre Medellín y Urabá, y como querían construir la gran carretera a Urabá…

Bueno, todos esos proyectos económicos por hacer de Medellín un centro de finanzas, que finalmente es en lo que las élites quieren se convierta a Medellín, guardan relación con las operaciones tan terribles que ocurrieron. Lo peor de todo es que frente a los desaparecidos, frente a La Escombrera, ahí siguen trabajando las areneras, siguen botando escombros. En estos días supe que van a hacer dizque un “ecoparque” al lado de La Escombrera. Al lado de la fosa común, un “ecoparque”... Entonces sí, a mí me parece que hay un desdén, una indiferencia, inclusive un cinismo que a mí me parece terrible.

Todos esos proyectos económicos por hacer de Medellín un centro de finanzas, que finalmente es en lo que las élites quieren se convierta a Medellín, guardan relación con las operaciones tan terribles que ocurrieron

La Escombrera, la sombra de Orión...

Es una fosa común, puede ser la fosa común más grande del país. Pero ahí es muy posible que no encuentren a nadie porque sobre los restos de los supuestos desaparecidos que hay allí han echado escombros durante tantos años que el equivalente es un edificio de 25 pisos. 25 pisos de escombros tirados sobre esos cuerpos. Hubo unas excavaciones, pero se hicieron en el lugar que no era. Todavía no se sabe muy bien dónde hay que excavar, además es una investigación de unas acciones muy costosas. Me parece que funciona como una aberración: la gran fosa común que hay en Colombia está allí, al frente de todos los ciudadanos de una ciudad próspera como Medellín. Y no se puede encontrar ningún muerto o, si se puede, las probabilidades son remotas. Porque esos huesos deben estar astillados completamente....

Un simbolismo siniestro que usted expresa sobre ese lugar...

Es horrible, una cuestión terrible. Y además lo que yo digo en la novela: es el sitio donde se botan escombros de construcción de donde se sacan arenas para la construcción de edificios de Medellín....es un símbolo, es un vertedero y es un nacimiento. Ahí es cuando pienso que la literatura, el arte, cuando la sociedad no reacciona es cuando nosotros tenemos que hacer estos textos para despertar, para sacudir las conciencias. Yo sé que el libro mío va a molestar mucho, sobre todo en ciertos sectores que quieren mostrar una cara buena de la ciudad, ¡pues mostrémoslas! Porque hay muchas caras buenas para mostrar, pero también mostremos las oscuras.

Yo sé que el libro mío va a molestar mucho, sobre todo en ciertos sectores que quieren mostrar una cara buena de la ciudad, ¡pues mostrémoslas! Porque hay muchas caras buenas para mostrar, pero también mostremos las oscuras

Arranca frenético su relato, con ráfagas, pero desde la estructura la novela va presentando muchas partes y cadencias distintas, ¿le supuso reescribirlo mucho?

Una de las dificultades del libro fue armarlo. Tú ves que es un libro con cierta complejidad en la estructura. Pensé: quiero coger al lector, de entrada, con la operación Orión. Porque la operación es el centro mismo que va a provocar todo después. Pero a mí también me interesaba mucho contar la historia de las comunas populares de Medellín. Porque mira que cuando uno lee la literatura que se ha escrito en Medellín sobre las comunas populares uno qué encuentra: “Rosario Tijeras”; “La virgen de los sicarios”; “El peladito que no duró nada”. Es decir: novelas de hampones, de sicarios, novelas que son un poquito amarillistas, me parece a mí.

A mí lo que me interesaba, por mi inclinación ideológica, era mostrar cómo una sociedad marginada resiste el embate de los grupos armados. Y esos grupos armados en Medellín, que fue otra de las dificultades que tuve para entender ese berenjenal, son de diferentes procedencias: son bandas criminales, narcotraficantes, son milicias, son paramilitares, es policía, es ejército, todos son bárbaros y brutales. ¿Hasta dónde uno se mezcla con el otro, hasta dónde va la independencia de este grupo? Todos se mezclan, todos se fusionan. Y finalmente yo decía: tengo que poner allí a la sociedad civil, a las personas que están sometidas a esta brutalidad, y eso fue lo que yo traté de hacer en estas partes en las que Pedro Cadavid cuenta la historia de la comuna, como para poder armar un poco el mapa de la violencia urbana de Medellín en los últimos 50 años, porque la novela comienza más o menos a partir de esas migraciones que vienen del campo y crean estos barrios de invasión.

Por mi inclinación ideológica, me interesaba mostrar cómo una sociedad marginada resiste el embate de los grupos armados. Y esos grupos armados en Medellín, que fue otra de las dificultades que tuve para entender ese berenjenal, son de diferentes procedencias

Ese relato del nacimiento de la Comuna es impresionante, etapas sobre etapas, capas sobre capas, y entre muchos hechos la llegada de “El Mago” con su nieve de narcotráfico y su desaparición…

Bueno, con lo del Mago a mí se me ocurrió eso: lo de la lluvia, la nieve, meter un poco el humor. Y ver cómo el narcotráfico impregnó la ciudad y lo sigue haciendo. Vienen los alcaldes a decirnos que el narcotráfico ya se superó, que destruyeron el edificio Mónaco y que ya eso es una pesadilla superada. No. Mira: si tú vas a la Comuna 13 ahora, ¿qué encuentras? A unos combos de chicos que venden droga y que son, de alguna manera, pequeños grupos que trabajan asociados a la Oficina de Envigado. Todavía está articulada al narcotráfico, no nos digan mentiras. Hay negociaciones para que se “dejé trabajar tranquilamente”, pero cuando hay algún asesinato, una masacre, entonces mandan los policías y los helicópteros, pero todo está estructurado porque el narcotráfico sigue vigente. Y ha penetrado todos los ámbitos sociales. La novela entonces también aborda eso, se sigue presentando y sigue vigente. Por eso acudí a esa llegada del Mago. El Mago es Pablo Escobar y hay que reconocer que fue admirado y es admirado por mucha gente de esos sectores. ¿Aquí no hay un barrio popular que se llama Pablo Escobar? ¿Y por qué se llama así? Porque él lo hizo.

Conmueve su enfoque en retratar personajes como la madre Laura y la madre Rafaela en su labor y visión humanista...

Cuando yo hago todo ese registro de la comuna, a mí sí me interesaba mostrar los excesos de estos poderosos militares, pero también mostrar la resistencia civil. Por ejemplo, lo que hace la congregación de la madre Laura y sobre todo esa madre Rafaela, que en la vida real es la madre Rosa, no te imaginas el personaje. Existe, está postrada porque tuvo un accidente (que también se cuenta en la novela) y esta señora es de una honorabilidad que me hace preguntarme, ¿cómo es que existe gente así? Es de una dignidad y una fortaleza impresionante. Su historia es que ella es expulsada por los paramilitares de Urabá o de Ituango, alguno de los dos, y entonces llega a la Comuna 13 al convento de la madre Laura, y como es una mujer con un trabajo social tan fuerte, la congregación la designa para que se encargue de ayudar a la gente, a estas madres que tienen familiares desaparecidos. Es ella la que conforma, de algún modo, ese grupo de “Mujeres caminando por la verdad”. Es de mis personajes preferidos de entre todo el trabajo que hice de investigación. Ella, muchas de esas mujeres, los cantantes de hip-hop...

La madre Rafaela es en la vida real la madre Rosa, una señora es de una honorabilidad que me hace preguntarme, ¿cómo es que existe gente así? De algún modo ella conforma el grupo de “Mujeres caminando por la verdad”. Es de mis personajes preferidos de entre todo el trabajo que hice de investigación. Ella, muchas de esas mujeres, los cantantes de hip-hop...

Mencionó esa literatura sobre la ciudad que bordea el amarillismo, alejándonos de esa, ¿qué destaca de otros autores en Colombia sobre estos temas?

Yo creo que a veces hablo un poco fuerte de esas otras novelas, pero creo que todos hacemos un mapa literario, todo es muy importante. Por ejemplo, esa manera terrible y misógina, dura en que Fernando Vallejo trata a las mujeres de los barrios populares, que las llama “perras paridoras”, pero esa mirada de Vallejo es muy importante y necesaria, porque en La virgen de los sicarios aparece una realidad terrible. Mucha gente dice que él exagera todo eso, pero la realidad es que no, la realidad es mucho más terrible que la que él pinta.

Hay poesía, cuentos, crónicas, obras de teatro, yo creo que ha habido un papel muy importante por parte de la literatura cuando se enfrenta a esos núcleos de violencia. Yo creo que con La Vorágine empieza toda esa actitud del escritor frente a los fenómenos de la violencia nacional.

Se viene un río de obras que van a abordar de diferentes formas el asunto de la violencia. Lo más importante es que cada uno lo haga del modo más genuino, más sincero, y donde trate de poner a su servicio toda la imaginación literaria

Ahora se vienen muchas cosas encima porque se están revelando muchas cosas desde la Comisión de la Verdad, la JEP, los museos de la memoria, y la sociedad civil quiere saber qué pasó para pasar la página y superar esta cosa terrible que vivimos. A la literatura le esperan muchas cosas. Yo he leído algunos libros de Daniel Ferreira, que es un escritor joven que trata de desentrañar esas violencias; lo de Juan Cárdenas, igualmente; lo de Juan Gabriel Vázquez, que aunque no aborda dinámicas o problemas actuales él sí trata de ir a las fuentes, al Bogotazo, a los grandes magnicidios.

Hay muchos libros, lo que se viene ahora es un río de obras que van a abordar de diferentes formas, por supuesto, ese asunto de la violencia. Lo más importante es que cada uno lo haga del modo más genuino, más sincero, y donde trate de poner a su servicio toda la imaginación literaria. Pero repito: todos hacemos un mapa, y creo que un lector, dentro de 50 años, más o menos, va a encontrar un montón de obras impresionantes. Que le van a mostrar el tipo de país que hemos construido.