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Viki Ospina. Foto: Santiago Ramírez | Foto: Santiago Ramírez

PERFIL

La Colombia profunda que descubrió el lente de Viki Ospina

Viajó por el país retratando la condición del ser humano, es amante del jazz y de los perros, y una de las fotógrafas con mayor reconocimiento en Colombia.

10 de febrero de 2017

Hay una fotografía que cuelga en una pared de la sala de colección del Museo de Arte del Banco de la República. Parafraseando a Roland Barthes, esta fotografía punza, hiere e invita a tener una aventura. Cuatro niños gamines, unas piernas y un hombre que oculta la mitad de su cuerpo detrás de un muro aparecen en la foto fija titulada Gallada, tomada en 1974. La imagen evidencia que Bogotá se estaba convirtiendo en la urbe mutante que es hoy. Para Viki Ospina, la mujer que nos invita a ver a través de sus ojos, la fotografía es una respuesta visual, y la vida es la gran pregunta.

La casa de Viki es un álbum que se recorre con gusto. Las voces de Chet Baker y Etta James nunca dejan de cantar. El jazz vive y ameniza la sala de paredes anaranjadas que contiene una diversidad de instantes: Personajes del Carnaval de Barranquilla, Nueva York, la arquitectura, los gamines de Bogotá. La vida de Viki.

“Lo que está afuera está revelando lo de adentro, es un sueño. La fotografía me produce un placer enorme”, dice mientras mira los últimos rayos del sol que se cuelan por la ventana de su sala. Observa fijamente las sombras y luego una sonrisa se le escapa. Viki está enamorada de la luz. Porque la fotografía es luz.

Viki Villalba Stewart se casó por lo civil, renunció a la fe católica, dejó de creer en el matrimonio y nunca la volvieron a llamar así, porque en el mundo de la fotografía ya la conocían con el apellido Ospina, entonces ya no había marcha atrás.

“Primero me decían Viki de Ospina, pero yo no soy de nadie. Soy de la vida.”

Y sí, Viki es de la vida.

"La Gallada" Foto Viki Ospina

En los setenta se fue con Sebastián Ospina; el amor de ese entonces, el padre de sus hijos y la razón de su apellido, caminando hacia el sur de Colombia. Cambiando fotos por comida. Fotos de lo que se iba atravesando en sus vidas: Belisario Betancourt en la media torta, campesinos, gente en las calles. Eran fotos guardadas en un morral que los acompañó a recorrer el país. Llegaron a Neiva en bus, y desde ahí el viaje fue caminando.

En medio de la carretera un camionero les ofreció un almuerzo. En un aguacero tremendo por Huila y ambos “privados del hambre” un desconocido los invitó a su casa. Los dos obtuvieron su fotografía. Y cuando van pasando por San Agustín se topan con la policía…

-     ¿y sus papeles? – les preguntaron.

-     no tenemos papeles.

-     ¿no tienen papeles?

-     No, no tenemos papeles porque somos ciudadanos del mundo, ¿por qué vamos a tener papeles? No estamos circunscritos a ningún país.

Los encerraron en la cárcel.

Que en realidad era un patio húmedo, maloliente y gris que intentaba cumplir la función de cárcel en el pueblo. Pasaron horas que se hicieron menos largas gracias al juego con sus cámaras. El policía que los había detenido les preguntó en qué andaban metidos. Viki y Sebastián mostraron sus fotos, el policía echó una revisada, foto por foto, hasta que se encontró con la foto de Belisario Betancourt.

-      Huy, yo quiero esa foto, se las cambio.

Y la cambiaron por la comodidad de un hotel. Gracias a que nadie es indiferente al efecto que produce una instantánea. “La fotografía siempre ha sido para mí un mundo de complicidad con la aventura humana”.

Es barranquillera, y el apellido Stewart se lo debe a su abuelo que era inglés. Por eso no puede faltar un té a las cinco para equilibrar la vida. Su celular se sostiene gracias a una vieja caja de casete y del aparato sale la voz de Etta James dándole calor al jardín I found a dream that I could speak to…

Cuando trabajaba en el diario bogotano El Periódico era la única fotógrafa mujer. Y por eso la cultura machista de ese entonces la mandaba a cubrir temas diferentes al de los hombres. No soportó más y convenció a Consuelo de Montejo para que fuera a la plantación de Indupalma en San Alberto, Cesar, donde habían asesinado al jefe de personal y habían acusado a miembros del sindicato. Fue la primera vez que cubrió “un tema de hombres”. Recorrió cada una de las 10.000 hectáreas, no presentó su credencial a las autoridades de la plantación, habló con los trabajadores, los conoció. Congeló el tiempo.

Viajó a Valledupar para retratar a los presos que habían condenado injustamente. El resultado fue su primer gran reportaje que se tituló: Más vale una palma de cera africana que la vida de un obrero colombiano.

 “Y me echaron prácticamente”, recuerda. El jefe de relaciones industriales la acusó de mentir, Consuelo de Montejo no la apoyó y Viki quedó contenta porque pudo hacer su primer trabajo serio.

A Gallada le ha pasado de todo. Fue publicada decenas de veces sin crédito y cientos de veces pirateada. Gallada no es cualquier foto. Una vez un italiano apareció de repente con un afiche que tenía impresa la famosa fotografía, quería hacer una película sobre gamines y estaba buscando personas para la producción. Viki quedó aterrada cuando vio a un gringo con un puñal sobre puesto sobre su foto. “El argumento es inmundo. No quiero participar en tu proyecto por más dinero que me pagues”, le contestó. En otra ocasión un grupo de antropólogos le dijo que querían la fotografía para una revista underground y una amiga de Viki encontró en Paris un libro de Jaques Meunier titulado Les Gamins de Bogota y cuya portada era Gallada.

La toma fue cuando trabajaba en Cromos con un argentino que le sugirió de la nada salir a tomar fotografías de niños gamines. Cogió su cámara leica, y se aseguró de llevar la película que le daba la revista y uno que ella misma había comprado. Aprendió que es injusto que un medio se apodere de las fotos que otros han tomado. Caminó por la calle 19 en el centro de Bogotá, volteó por la séptima hacia el norte y encontró a la gallada, ese grupo de niños de la calle de los setenta, sobre la carrera octava.

Salieron cuatro de la nada que notaron su cámara y se acercaron a ella con la intensión de asustarla. Giró el carrete que contenía su película Tri-x de ASA 400, cerró el diafragma a f/8 y cuadró la velocidad de obturación a 1/150. El primero puso su manzana sobre su boca e imaginó que tenía garras, el segundo pegó un salto y se agarró los testículos, el tercero abrazó a sus hermanos de gallada y el cuarto posó con el estilo de una estrella.

Viki disparó.