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PINTURA Y FOTOGRAFIA

EDUARDO SERRANO
30 de agosto de 1999

Una fortuita confrontación de medios. as relaciones entre la pintura y la fotografía han
variado continuamente desde la invención del daguerrotipo en 1839. En un principio casi todos los
fotógrafos fueron pintores, pero poco después la fotografía comenzó a utilizarse como base para las
representaciones sobre lienzo lo que fue duramente impugnado por la crítica. Más tarde la fotografía sería
descalificada como arte por algunos pensadores debido a su ejecución a través de instrumentos mecánicos,
en tanto que la pintura cedía gran parte de sus dominios para dedicarse a confrontar aquellos aspectos de la
realidad que no podían registrarse con la cámara, iniciando así una ingeniosa evolución que culminaría en la
abstracción y el conceptualismo. En estos tiempos de posmodernidad, cuando el énfasis artístico ha variado
de la producción a la reproducción, y cuando muchas obras de arte se apoyan en una imaginería
existente y convencional, las relaciones entre la pintura y la fotografía han tomado un rumbo aún más
paradójico, entre adyacente y divergente. Las anteriores reflexiones surgen al apreciar las exposiciones de
dos fotógrafos _Eugenia Cárdenas y Santiago Harker_ y un pintor _Gustavo Vejarano_ que se llevan a cabo
en la Galería Diners, puesto que, a pesar de que nada tienen en común, la circunstancia de hallarse bajo el
mismo techo hace inevitable una comparación de sus recursos y propósitos. La pintura de Gustavo Vejarano,
por ejemplo, no tiene mucho que ver con la fotografía por cuanto se concentra en la comunicación de
energía, a través de unos juegos cromáticos abstractos, los cuales propugnan por una respuesta del
observador no sólo como planteamiento estético sino como vehículo de comunicación espiritual. Aunque en
ocasiones se vislumbran elementos reconocibles entre las transparencias, su obra, lejos de buscar la
objetividad que equivocadamente se le ha adjudicado a la fotografía, intenta revelar el universo interior del
artista y la particular orientación de sus símbolos. Las fotografías de Santiago Harker, en cambio, sí se
acercan un poco a la pintura en lo relativo al color y la composición. Podría decirse que su trabajo
patentiza cierto clasicismo, pero sin que el término implique una referencia histórica precisa, sino más bien
una fe inexpugnable en la eternidad de algunos valores como orden, balance y armonía. Aunque parezca
contradictorio, sus imágenes permitirían hablar de una modernidad clásica, no sólo por sus logros formales
sino por esa aura poética de infinita soledad que las circunda, a pesar del sentido del humor que aflora en
muchas de ellas y de sus fuertes contrastes cromáticos. Las fotografías de Eugenia Cárdenas también tienen
cierta conexión con el clasicismo, o mejor, con el neoclasicismo puesto que en ellas se incluyen algunas
esculturas del cementerio de La Habana. Su trabajo hace manifiesto además un afán de involucrar sus
producciones con la vida y una continua indagación sobre el medio mismo la cual la ha llevado a utilizar la
legendaria técnica del cianotipo. En su obra se reproducen imágenes de otros artistas, pero para producir
nuevas imágenes en un proceso no muy diferente al de las apropiaciones, tan en boga no sólo en la pintura
sino, en general, en el arte más reciente. n Para el ojo y el oído n la galería La Cometa tiene lugar una
estimulante exposición en la cual se mezclan la música y la plástica. No sobra recordar que la relación
entre ambas artes ha sido constante a través de la historia, y que en Colombia se inició a comienzos del
siglo XVII con los espléndidos libros corales de la Catedral de Bogotá dibujados por el refinado miniaturista
Francisco de Páramo. Ya en tiempos modernos la primera artista en aportarle sonido a sus obras fue Feliza
Bursztyn, quien trabajó algunas de sus piezas en colaboración con la compositora Jacqueline Nova. La
muestra incluye artistas de vertientes tan variadas como la música que acompaña sus trabajos. En el caso
de Nadín Ospina y Víctor Laignelet se trata de música oriental que ambienta la temática del primero y la
espiritualidad del segundo. Carlos Salas, Gustavo Zalamea y Juan Jaramillo se inclinaron en cambio por la
música clásica _Bach, Vaughan Williams y Fauré_ para introducir al observador en la atmósfera propicia
para la evaluación de sus obras, en tanto que Luis Luna reitera con los tangos de Gardel el sentido entre
romántico y lúdico de sus grafitos. La música que acompaña los ensamblajes de Ana María Rueda fue
compuesta a propósito para su apreciación; la que utiliza Gabriel Silva incrementa las sugerencias de su
pintura con las memorias de una película; y la seleccionada por Carlos Jacanamijoy añade a sus visiones
de la selva los sonidos de un ritual indígena. Complementado este mosaico visual y auditivo, Delcy Morelos y
Gabriel Sierra, al igual que María Fernanda Zuloaga, se orientaron hacia la música más reciente, el trip hop,
cuyo carácter experimental coincide con las metas y frescura de sus propuestas plásticas.