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PROSTIBULO, NAIPES, Y VINO

Dentro de está atmosfera se desarrolla "Tiempo de Revancha", la película que gano en Cartagena la "Catalina de Oro".

2 de agosto de 1982

Las luces se encendieron y con ellas llegó la certeza de haber presenciado una buena película. Eran las diez y media de la noche del viernes. Mientras los aplausos recorrían la sala, algunas voces sueltas afirmaban que probablemente ganaría. Y lo posible se volvió cierto la noche del domingo. Adolfo Aristarain ganó la "Catalina de Oro" de la muestra oficial del festival, con "Tiempo de revancha".
Este director argentino, nacido en Buenos Aires en 1943, se inició en su carrera de la misma, forma que muchos otros en el mismo oficio: como asistente de dirección. Su primer largometraje, "La parte del león", una película policial con marcadas influencias del cine negro norteamericano de los años 40, es un indicador bastante certero de lo que a Aristarain le interesa: contar historias ricas en matices, en forma coherente. El mismo afirma "No me interesa el cine político o testimonial. Mi meta es narrar una historia y calar hondo en la existencia de personajes casi siempre marginados".
En "Tiempo de revancha" se narra la histora de Pedro Bengoa (Federico Luppi), un trabajador especializado en explosivos. Es contratado por una empresa constructora perteneciente a un poderoso grupo financiero que está construyendo un camino en un lugar del interior de Argentina. Allí deberá vivir por el término de dos años, sin embargo, en ese lugar la vida dista mucho de ser lo que él se había imaginado. Desolado, se impacienta por lo que puede llegar a convertirse, de seguir la tendencia que limita allí la vida, pues ésta gira alrededor de tres Objetivos exclusivamente: el prostíbulo, los naipes y el vino.
Dentro de estos parámetros, claramente definidos por el director con un lenguaje fílmico directo, se configura la acción que marca el ritmo de la película. En torno del personaje principal, comienza a producirse una serie de hechos que mantienen cautivo al espectador.
En el momento en que para Pedro Bengoa salir del sitio de trabajo se le convierte en una obsesión, la historia narrada se hace fuerte. Di Toro (Ulises Dumont), otro trabajador, le propone un plan: simular un accidente causado por las precarias condiciones de seguridad que la empresa brinda, y a causa del pánico que esto le producirá, se quedará "mudo". Lo realizan, pero Di Toro muere verdaderamente en el accidente. Bengoa sigue con el plan y simula su mudez psíquica. Comienza entonces una lucha entre él y la empresa por la indemnización. Van a juicio y se falla en favor de Bengoa. Sin embargo, la tensión lo ha llevado a un estado paranóico, casi de locura, que será la causa de su destrucción.
En realidad, Adolfo Aristarain no ha hecho más que mostrar que sabe narrar. A muchos cineastas jóvenes, especialmente los que quieren un cine supuestamente "innovador", les parecera banal. Sin embargo, quien no pueda contar una historia, difícilmente podrá hacer cine, sea del tipo que sea: sicológico, político, musical, etc., porque el problema no es que el cine por ser imagen invalide la narración, sino tener algo qué decir y poder expresarlo con imágenes. Esto lo ha mostrado Aristarain en Cartagena, y no sólo con su película, sino con su voz: "Creo que la más importante en la obra de cualquier creador, es contar sus historias con la mayor verosimilitud posible, utilizando un lenguaje llano y directo", Buen reencuentro del cine argentino (con las limitaciones políticas por muchos conocidas) con Latinoamérica, y más ahora cuando los habitantes del Cono Sur dejan de mirar hacia Europa y los E.E. U.U. por la fuerza de las balas.