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La cultura traqueta pasa al tablero, ilustrada en fotografías que muestran obras apiladas, como las de Luis Caballero en esta propiedad de Pablo Escobar. La serie ‘Paraísos perdidos’, de Ernesto Ordóñez la retrata. | Foto: JOHAN SEBASTIÁN GIRALDO-Casa El diamante, de Victoria Henao

LIBRO

‘Plata y Plomo’, Colombia desde el arte y las drogas

En su libro, Santiago Rueda revisita la historia nacional desde el prisma del arte y las drogas ilícitas. Con su mirada documentada, el trabajo agita el debate sobre la despenalización.

7 de septiembre de 2019

La guerra contra las drogas ha subyugado a Colombia por décadas y aún marcha a pesar de sus nulos avances, pues nunca antes hubo más cultivos ‘ilícitos’ en el planeta.

Desde los años setenta, analistas, cronistas, periodistas y caricaturistas han reporteado y analizado una lucha que parece ignorar la lógica y que ha dado vida al narcotráfico y a sus devastadores efectos en el aparato estatal y el tejido social del país. Todos los escritos, portadas e ilustraciones resultantes, así como la realidad del país, han inspirado a su vez la perspectiva necesaria y reaccionaria de los artistas.

Horizontes. Carlos Uribe

Santiago Rueda aborda ese tema en Plata y plomo. El arte no solo ha retratado el fenómeno de las drogas, de su satanización, y de la guerra en su contra. También fue protagonista y moneda de cambio en los años de auge de los carteles de la mafia. Por eso resulta tan importante un trabajo que lo mira como expresión y también actor de un flagelo social que trastocó ámbitos como la política, el deporte y, en general, los valores de la sociedad.

“Se ha hablado desde todas las perspectivas del problema de las sustancias ilícitas. Hay ensayos sobre narcoliteratura, investigaciones periodísticas, y todos los Escobar parecen haber sacado libro. Pero en el campo de las artes visuales no había nada y me interesó llenar ese vacío”, asegura Rueda a SEMANA. Hoy, cuando el prohibicionismo agita de nuevo sus banderas como solución gubernamental, su trabajo parece más que necesario. Lo publica la editorial Crítica y llega este sábado a librerías.

El texto propone un recorrido cronológico que, con base en artículos, ilustraciones y muchas obras, viaja por la bonanza marimbera, navega el auge de la cocaína, de los carteles, y los efectos en la identidad nacional. Obras: Caricatura, Naide / Portada Revista #4 / Diego Hernández. Abajo: la portada del libro. 

Por su mirada analítica sobre el fenómeno de las sustancias ilegales y la documentación exhaustiva que la soporta (decenas de libros, ensayos, artículos, y muchas obras), el texto se convierte en un punto de referencia obligado. Y no lo hace en lenguaje complicado o académico. Atrapa con un cuento bien narrado, ilustrado, y de fácil lectura.

Más que reunir voces, anécdotas y obras, Plata y Plomo se sirve de todas para presentar, en contexto, las manifestaciones artísticas y las reacciones al flagelo de las drogas, a las drogas mismas, y a las plantas ancestrales de las que se extraen algunas de estas drogas.

"Se ha hablado desde todas las perspectivas del problema de las sustancias ilícitas. Hay ensayos sobre narcoliteratura, investigaciones periodísticas, y todos los Escobar parecen haber sacado libro. Pero en el campo de las artes visuales no había nada y me interesó llenar ese vacío".

La mayor parte del contexto tiene que ver con Colombia pero en ciertos apartes el libro abre su foco al mundo entero para sentar bases y dilemas. Cuenta, entre varias anécdotas, cómo Freud amaba la cocaína. También cómo, en el siglo XIX, en territorio de la actual Alemania sintetizaron la cafeína y crearon la anfetamina y la morfina.

El deporte no escapó al narcotráfico. El arte registró el hecho de varias maneras, a partir de víctimas como Andrés Escobar y equipos de fútbol como América de Cali. Obras: Camilo Restrepo / Orlando Herrera.

El texto generará discusiones sobre ese mundo del arte que se embriagó con los dineros que dieron pie a la “cultura traqueta” en Colombia. Y cómo alimentó ese fenómeno, con duras y certeras citas del médico y psicoanalista Álvaro Villar y del arquitecto Alberto Saldarriaga. A esto suma obras que retratan esta cultura desde la fotografía, como Paraísos perdidos, de Ernesto Ordóñez. También pasa al tablero la relación entre artistas y comerciantes de arte y políticos con narcotraficantes, en un marco de rampante corrupción.

Rueda logra integrar la historia de Colombia con la del arte colombiano bajo el prisma de las drogas y la guerra declarada contra ellas por Estados Unidos. Y si bien sigue una cronología, se permite varias digresiones en sus 16 capítulos para hilvanar y robustecer su registro.

El libro cautiva a varios niveles. Primero, el arte que presenta no pasa desapercibido y denuncia las inconsistencias, hipocresías y efectos nefastos de la guerra contra las drogas. En distintas técnicas como la pintura, la fotografía, el collage, la instalación y el performance, quedan plasmadas injusticias, inconformismo, y denuncias contra el atropello al que se ha sometido a plantas ancestrales (sintetizado en eslóganes como “La mata que mata”).

Como no lo había hecho antes, Rueda explora también la distinción clara entre la hoja de coca y la cocaína, y aborda debates actuales. Obras: Emel Meneses / Edinson Quiñonez / Edwin Sánchez.

Paralelamente, el libro enmarca estos trabajos en los episodios de la historia nacional que los inspiraron, como el auge de los marimberos, el posterior dominio de los carteles, y el Proceso 8000. También en debates como el relacionado a la dosis personal y discusiones de alta doble moral como las que generan las drogas legales, algunas de ellas más adictivas y destructivas que las ilegales.

El autor se sirve del camino que empezó en libros como Hiper/ultra/neo/post: Miguel Ángel Rojas, 30 años de arte en Colombia (2005), Una línea de polvo, arte y drogas en Colombia (2007), y La ropa sucia se lava en casa (2009), que daban cuenta de qué se venía haciendo en el campo de las artes visuales respecto de las drogas.

También de la exposición Una línea de polvo, que nació en 2012 y ha presentado casi en todos los países de Latinoamérica. Irónicamente, tuvo dificultades para montarla en Colombia, pues Rueda solo recibió negativas hasta que, en 2017, el Museo de Arte Contemporáneo El Minuto de Dios le abrió sus puertas. El autor considera curioso ese hecho, pues el barrio proviene de la obra del padre García Herreros, el hombre al que se entregó Pablo Escobar.

Plata y plomo acerca la curaduría juiciosa de Rueda a muchos colombianos, un hecho a destacar pues desde el arte provee análisis y argumentos a un debate que los exige con urgencia.