Hace poco más de 10 años el crítico norteamericano Joseph Sheldon propuso en su libro Cine y sociedad que, en el cine moderno, los directores y guionistas deberían ejecutar cada vez más una serie de códigos que inviten al espectador a dejar a un lado su pasividad ante una historia cualquiera para asumir una posición reflexiva que sea inevitable hasta para el más desprevenido. Sheldon decía: "El efecto de una película debe ser tal que quien vaya a la sala de cine admita que la película ha jugado con uno". Y es precisamente esto lo que ocurre con Sexto sentido, la más reciente producción del director norteamericano M. Night Shyalaman. El propio Shyalaman se encargó de hacer un guión que recrea dos historias paralelas, una de ellas oculta la mayor parte de la cinta a pesar de que siempre se está viendo. Todo comienza con el drama sicológico que sufre Cole Sear (Haley Joel Osment), un niño de 8 años de edad, que ningún experto puede dilucidar concretamente. El caso queda en manos del sicólogo infantil Malcolm Crowe (Bruce Willis), quien intentará develar los misteriosos episodios que rodean al menor no sólo porque su trabajo se lo exige sino por el remordimiento que le produce no haber puesto la atención necesaria a un paciente que no pudo superar sus conflictos emocionales. Unas marcas en el cuerpo del niño sugieren muchas dudas al sicólogo. Las sospechas giran en torno a sus compañeros de colegio y hasta de su propia madre, quien se muestra indignada ante las acusaciones. Pero la realidad es totalmente diferente y detrás de todo ello se esconde una historia de visiones sobrenaturales que conduce a una película de suspenso que no da tregua en la búsqueda de lo que realmente ocurre al niño. El resultado es tan sorprendente que, de repente, se ofrece otra película que el espectador estaba viendo desde el principio tal vez sin advertirlo. Por ello, seguramente, muchos optarán por repetir esta cinta para deleitarse con la trampa que Shyalaman ha puesto y en la que logra su cometido: invitar al espectador a atar cabos para tratar de comprender cómo la cinta puede llegar a engañar durante dos horas. Apuesta final Despues de elogiadas actuaciones en En busca del destino y Salvando al soldado Ryan, Matt Damon protagoniza esta vez, y no sin menos mérito, a un empedernido jugador de póker en Apuesta final, del director John Dahl. Damon personifica a Mike McDermont, un joven estudiante de derecho, quien hace lo posible por tratar de asumir su carrera con la mayor seriedad posible al lado de su novia Jo (Gretchen Mol), a pesar de que su verdadera obsesión lo acecha permanentemente: el juego de naipes. El encuentro con su amigo Worm, interpretado por Edward Norton (Historia americana), un tramposo jugador, lo obliga a debatirse entre un futuro lejos del mundo de las apuestas en donde todo se gana o se pierde en una noche, o seguir en la universidad buscando un futuro que tal vez no le pertenece. Apuesta final no sólo recrea los trucos de los obsesivos apostadores en procura de lo que se proponen sino que explora las cualidades del protagonista frente a una mesa de juego. Como el propio McDermott dice, "la gente piensa que el juego es cuestión de suerte y no es así". Su intención de dejar las cartas se ve frustrada por una serie de problemas en los que se ve envuelto por culpa de su amigo. Su convicción de poder derrotar a quien quiera tampoco lo deja en paz y su mente está en el campeonato mundial de póker. Apuesta final mantiene la atención de principio a fin y muestra las consecuencias de quienes creen tener todo bajo control en un medio oscuro como los casinos.