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¿Quién habita ahí? Parece ser la pregunta que los espectadores se hacen frente a las obras de Pedro Pablo Lalinde.

4 de junio de 1984

La pintura de Pedro Pablo Lalinde indica un desusado interés en las tipologías de la arquitectura popular que todavía, y a pesar del muchas veces mal llamado progreso, constituye una parte considerable de las unidades que individual y colectivamente configuran los tejidos urbanos en pueblos y ciudades en la Colombia de hoy. Su atención está centrada en las estructuras habitacionales producidas espontáneamente de acuerdo con las leyes de la arquitectura popular y dentro de claros parámetros de conducta. De acuerdo con lo que su pintura nos narra, estas casas corresponden, sobre todo, a las zonas del país donde la producción cafetera se desarrolla con mayor intensidad.
Quizás lo guió al principio el conocimiento de obras como la de Emilio Sánchez y su marcado interés por las construcciones tropicales de madera. Pero independientemente de cuáles fueron las naturales influencias del comienzo, muy pronto Lalinde acometió la tarea descomunal de anotar detalles de fachadas, porticados, columnatas, balcones, ventanerías, y sistemas de puertas, así como de remates y cubiertas. Los múltiples colores y detalles decorativos se presentan a veces con gallardía, bizarría o aún con acentos francamente peregrinos. Pero encontramos también las figuras arquitectónicas discretas con las que completar un inventario bastante exhaustivo de posibles aproximaciones al manejo de la gramática de los objetos construídos en el contexto de la expresión popular y local ya señalada.
Esta acometida suya en el campo de lo que aparentemente es descripción, está respaldada por una sólida disciplina de dibujo que toma en cuenta de manera singularmente seria los recursos de la perspectiva y la proyección geométrica de la figura arquitectónica en un espacio ficticio, pictórico y convincente. También anota una luz natural que baña y recórre los objetos para permitir su descripción y lectura adecuada; una luz que enfatiza la volubilidad de los colores y la manera casi prismática de acuerdo con la cual se plantean frente al espectador. En estos cuadros los colores cambian considerablemente de acuerdo con brillos, ángulos de caída de la luz y elementos edilicios con los cuales recibir o eludirla. Este cambio cromático se anota por medio de colores distintos del color fijo con que está pintada la arquitectura a la cual el cuadro se refiere: el color tonal rico y variado que presentan los cuadros en oposición al color constante del objeto visto en la realidad.
Muchas veces también los recursos pictóricos de la obra de Lalinde tales como el brochazo muy suelto, crean efectos convincentes de realidad; sirven para respaldar la pesquisa del que se comporta o parece comportarse más que como artista, como anotador curioso e investigativo del universo cultural que ha escogido como tema. Y es preciso entonces señalar que más que como simple arte (cuyo propósito pudiera ser mostrar lo bello, embellecer las cosas o proyectarse en la dimensión estetizante que muchas veces, y casi siempre equivocadamente, se menciona como cultura del país), la obra se presenta ante nosotros como acotaciones de realidades físicas y ambientales que parecen no compartir la bella inutilidad de lo que usualmente se llama arte, sino que insisten en enfrentarnos a elementos que corresponden a un verdadero patrimonio de cultura. Lalinde carga su obra con un sentido de responsabilidad que la justifica, señalándole un propósito de utilidad, como quien, en plena conciencia de las limitaciones de los recursos disponibles en su medio, quiere que todo aquello que se haga, aún el arte, sirva para algo. A la obra de Lalinde se le puede preguntar: ¿para qué sirve? Ese interrogante puede planteársele sin temor a no encontrar respuesta, ya que sirve para obtener una serie de propósitos claros.
Ellos son, en principio, la sencilla memorización de los elementos individuales y tipológicos del patrimonio arquitectónico de una considerable región de Colombia, como tal resguarda una gran imaginación colectiva que se expresa en la construcción. Ese patrimonio, de más está decirlo, se ve seriamente amenazado por el descuido, la irresponsabilidad y la falta de interés de quienes debían estar al tanto de su conservación. La obra de Lalinde también sirve para prevenir la posible pérdida de la memoria de situaciones emocionales, sentimentales y de valor que se han dado alrededor de esta arquitectura y que han hallado en ella una de sus coyunturas definitivas. Esta evolución da pie para la más reciente evolución conceptual de la producción del artista.
Efectivamente, los cuadros más recientes de Pedro Pablo Lalinde estan menos interesados en la anotación descriptiva de los objetos arquitectónicos y sus elementos físicos constitutivos y prefieren referirse a los valores virtuales que ocupan los espacios entre los elementos sólidos. Ahora se refiere con mayor frecuencia a los espacios interiores donde el tema está constituido por la presencia de valores imaginarios y sentimentales, en cierto modo invisibles e intangibles y que por lo tanto se asocian más directamente con la inconsistencia de lo puramente espacial y negativo, que con la consistencia de lo positivamente construido. El tema tiene ahora que ver con el concepto del hueco, y del vacío que existe entre los elementos sólidos de la arquitectura. Quizás sea por ello que en sus más recientes cuadros aparece con frecuencia la puerta entreabierta que nos invita a pasar a otro espacio, que está más allá, hacia el cual la vista nos incita a adelantarnos aunque no se vislumbra claramente. Esto hace pensar que aquello que está al otro lado es un mundo que aún está por descubrirse.
También en sus cuadros más recientes, las ventanas han dejado de servir para describir tipologías estructurales, constructivas o decorativas con las cuales han sido fabricadas. Ahora se entreabren y nos muestran el mundo que queda más allá, ya sea hacia afuera o hacia adentro; el mundo que se intuye desde la ventana y que formula una invitación para su posible recorrido. Esta opción para habitar imaginariamente lo que no se conoce del todo, es vaga y no ofrece ni certezas, ni recompensas fijas. Lalinde ha sustituido el anterior propósito y resultado de su pintura, grandemente referido a la información, por una nueva posibilidad que cambia consistencia por indefinición, y afirmación por interrogante. Si antes nos decía el qué y el cómo de la arquitectura, ahora hace que nos preguntemos quién y cómo es la persona que puede habitar allí. La capacidad de su obra más reciente para hablarnos de la opción de habitar, la carga de poesía.
La obra de Pedro Pablo Lalinde parece encontrarse en pleno proceso de evolución y clarificación de su razonamiento estético. Sería peligroso intentar una definición terminantemente exacta o una descripción final de la misma. Ha tomado el camino más subjetivo de la lírica, y ha escogido la dimensión sentimental que se afilia a la arquitectura cuando ella es algo más que simple edificación. Lo anterior podría indicar el vuelo en aras de experiencias estéticas más puras y por lo tanto desligadas del sentido de utilidad que ha caracterizado su trabajo hasta ahora. Sin embargo, y basándonos en su anterior búsqueda de conocimiento, quizás sea posible intuir la continuidad de su función "útil", en el afán de servir y hacer aportes claros a la definición de nuestra cultura. Este último es, sin lugar a dudas, uno de los propósitos colectivos de importancia que, hoy por hoy, existen en Colombia.