Hegel sostuvo en su famoso texto La dialéctica del amo y el esclavo que hace parte de su libro Fenomenología del espíritu que el miedo a morir es un sentimiento natural que los hombres comparten con los animales; es un sentimiento, por lo tanto, que pone de presente con claridad sus orígenes naturales-animales. Por eso cuando cada individuo toma conciencia de sí mismo, de su existencia como ser humano, le brota el deseo poderoso de elevarse por encima de su naturaleza original-animal, de superarla o dejarla atrás. Y este deseo solo lo puede realizar si consigue librarse del miedo natural a morir que siente y del que adquirió conciencia cuando precisamente adquirió conciencia de sí mismo. Y el modo que tiene cada individuo de liberarse de este temor natural a morir es enfrentarse en un combate con otro en el que arriesgue o ponga en peligro su vida. Pues un individuo que expone conscientemente su vida en un combate de estos se librará del dominio de ese temor que lo ata a la naturaleza. Solo si un individuo es capaz de arriesgar su vida de manera consciente y deliberada en una lucha contra otro u otros podrá vencer este miedo que posee inscrito en su naturaleza.

Y al demostrar en este combate que ha vencido el miedo natural a morir logra que su adversario y todos los demás que lo conocen lo reconozcan como un ser humano valioso, o mejor, le den la certeza con este reconocimiento de que lo es. Dice Hegel: “El individuo que no ha arriesgado la vida puede sin duda ser reconocido como persona, pero no ha alcanzado la verdad de ese reconocimiento como autoconsciencia independiente. Y del mismo modo, cada cual tiene que tender a la muerte del otro cuando expone su vida, pues el otro no vale para él más de lo que vale él mismo; su esencia se representa ante él como otro, se halla fuera de sí y tiene que superar su ser fuera de sí; el otro es una conciencia entorpecida de múltiples modos y que es; y tiene que intuir su ser otro como puro ser para sí o como negación absoluta”.

Ciertamente cada vez que un individuo arriesga su vida en un combate así logra, en efecto, vencer este temor natural a morir tal como sostiene Hegel. Pero, sin embargo, el hecho de liberarse de este temor que lo aleja o separa de su naturaleza original no necesariamente lo humaniza, no lo conduce siempre a constituirse como un verdadero ser humano. Esto ocurre solo en una situación diferente: cuando alguien pone en peligro su vida para salvar la vida de otro u otros que están en riesgo de morir, es decir, cuando vence su miedo natural a morir para impedir que otro u otros mueran. En este caso ese individuo no solo se eleva por encima de la naturaleza sino también revela una de las cualidades más sobresalientes de un ser humano, la de estar dispuesto a morir para que otros vivan. Solo aquellos que muestran en la realidad esta disposición revelan el rostro o la condición más elevada de su humanidad, se convierten en ejemplos o expresiones paradigmáticas de la humanidad de los hombres. Pues no es suficiente para un individuo arriesgar su vida para adquirir una ejemplar fisonomía humana; se requiere, además, y, sobre todo, que la arriesgue para vencer la muerte que acecha inminente a otro u otros.

Por esta razón, en el fondo, la batalla que humaniza a cada individuo es la que libra contra la muerte no solo natural sino sobre todo no natural, violenta, que amenaza de cerca a otros. La batalla que un individuo libra por prevenir o impedir la muerte violenta que asedia o persigue a otros es la que le da la cualidad y el valor ejemplar de lo humano.

Ahora bien, el miedo a morir no solo se puede superar de esta manera. Existe otra diferente, menos “heroica” y excepcional, que brota del hecho de que cada individuo llegue a comprender en su real y verdadera dimensión el ser de la muerte que se identifica o se confunde con la nada. Ser que fue puesto de presente y comprendido por primera vez por antiguos pensadores griegos como Epicuro quien mostró que los hombres no deben temer a la muerte porque mientras viven no están muertos y cuando mueran no estarán vivos para sentir nada. De ahí que al morir los hombres no sufrirán nada porque simplemente no serán. Al saber y comprender esta realidad los hombres podrán liberarse de ese temor natural que tienen a morir. Y libres de este temor se harán libres, se tornarán capaces de vivir con plenitud los instantes felices y placenteros que esa vida naturalmente les ofrece.

Por su parte, los estoicos insistieron con énfasis en el hecho de que la muerte hace parte natural de la vida, que es el término y el fin no solo inexorable sino natural de la vida de los hombres como la de todos los seres vivos. De ahí que tienen que aprender a reconocer como propio, y no ajeno, este destino natural de sus existencias. Cuando esto ocurre se despojan en gran parte del temor también natural que les brota cuando se encuentran ante o cerca de la muerte, a morir. Pues los hombres si comprenden y reconocen que la muerte es el fin natural del camino temporal de sus vidas la podrán aceptar en sí mismos con entera naturalidad. Y esta comprensión profunda se las proporciona principalmente la filosofía. Pues para los estoicos la filosofía no es tanto la actividad racional de los hombres que buscan respuestas válidas o verdaderas a las preguntas que se hacen sobre sí mismos y el mundo sino, sobre todo un conjunto de nociones cognoscitivas, un saber, sobre la naturaleza de la vida que enseña a los hombres a vivir y a morir según esa naturaleza.

El escritor, orador y jurista romano Cicerón, que se dedicó a divulgar las obras y escritos de los pensadores estoicos griegos, resumió esta postura de sus maestros con la célebre frase que “Filosofar no es otra cosa que prepararse para morir”. Frase que cita Michel de Montaigne encabezando su ensayo De cómo filosofar es aprender a morir en el que dice inmediatamente después que el saber que han forjado los filósofos sobre el mundo “se resume al fin en este punto, en enseñarnos a no temer el morir”.

Pero Montaigne no se conforma solo con repetir o exponer de nuevo este saber que ha aprendido de los antiguos pensadores estoicos. Se esfuerza, además, por pensar y exponer otras nuevas razones que respalden su validez. La primera, que un hombre al aprender a prepararse para morir no solo se libera del temor natural de morir que lo ata y agobia sino también de toda servidumbre, de la sujeción a todo poder externo. Pues al despojarse de este temor ninguna coacción o amenaza mortal proveniente de otros le provocará temor que lo paralice para decir lo que piensa u obrar de acuerdo a ese pensamiento. Dice Montaigne: “La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir. El saber morir nos libera de toda atadura y coacción”.

De ahí que liberarse del miedo a morir no solo da libertad a los hombres para ser felices, o por lo menos, para disfrutar con intensidad, y al mismo tiempo, con medida, los placeres que depara la vida, tal como lo sostuvo Epicuro, sino también les permite liberarse de los poderes que coaccionan, limitan o distorsionan el orden natural de esa vida. Liberarse del miedo a morir es el secreto de la más honda y verdadera libertad de los seres humanos.

Y la segunda aguda y penetrante razón que expone es que cuando alguien se encuentra o se siente lejos de la muerte porque está sano y fuerte le cuesta trabajo aceptar como natural el destino de su muerte, es decir, le brota ante su presencia el miedo a sufrirla. Pero en cambio cuando se encuentra enfermo y débil la siente cercana, familiar y natural, la percibe como el acontecimiento natural que es. Percepción que se intensifica en su interior si la enfermedad que padece es grave o mortal o si ha entrado en la vejez. De ahí que, para Montaigne, cuando alguien siente la cercanía de su muerte natural se le disminuye el miedo o la angustia que tiene naturalmente a morir pues comienza de alguna manera a convivir con la muerte, integrarla paulatinamente en el interior de su ser vivo debilitado y enfermo. Dice Montaigne: “Creo que harto más me cuesta digerir la idea de la muerte cuando estoy sano que cuando tengo fiebre. En tanto que ya no tengo por los alicientes de la vida, pues empiezo a perder la costumbre de ellos y de su placer, veo la muerte con una mirada mucho menos asustada. Ello me hace esperar que, cuanto más me aleje de aquella y más me acerque a esta, más fácilmente me acomodaré al intercambio”.

Sin embargo, tenemos que decir que en general una persona no se puede liberar, o por lo menos, le cuesta más trabajo, no sentir miedo a morir cuando se encuentra en la antesala de sufrir un grave accidente o de ser asesinado por otra persona, es decir, cuando se encuentra en riesgo inminente de sufrir una muerte no natural sino violenta, una muerte para la que normalmente no se ha preparada. Pues, con excepción de los militares o agentes armados de un Estado que se preparan para el riesgo de morir en combate con sus enemigos, ningún ser humano debe preparase para morir de manera violenta, ninguno debe aprender a liberase del temor angustioso de morir por obra de una acción o acontecimiento violento. Este es el límite infranqueable de este aprendizaje filosófico que nunca ningún ser humano debe traspasar so pena de negar el bien más preciado que posee, el del valor natural de su vida.

*Escritor y filósofo residente en Estocolmo