Por estos días tiene lugar en diferentes salas de la capital una serie de exposiciones que conforman una panorámica bastante elocuente acerca de los valores y objetivos del arte que se está produciendo en Colombia. Se trata de muestras individuales de cinco artistas que se encuentran en plena actividad creativa o, mejor, que ya han hallado una manera de expresión que los identifica, pero cuyos trabajos _que van de la pintura a la instalación_no se han estereotipado ni han perdido el norte que los originó, tanto en sus fundamentos conceptuales como en la pertinencia de sus contenidos. En el Museo de Arte Moderno tiene lugar una muestra de Ana María Rueda, la cual reitera su intención de reflexionar alrededor de los elementos naturales y, en particular, del fuego como principio generador o purificador y no como factor avasallador ni destructor. La artista ensambla tablones que de por sí son de una gran riqueza visual para sugerir, mediante el efecto de llamas controladas, poéticos paisajes, la huella de animales e inclusive vestigios caligráficos que revelan una mirada hacia las enseñanzas de Oriente. A pesar de presentarse como una instalación en un espacio perfectamente blanco, su obra permanece fiel a la pintura en el sentido de que el color juega un papel preponderante y de que la madera, que colabora formalmente con las sugerencias, de todas maneras sigue haciendo las veces de soporte sobre el cual se plasman los rastros y los signos. En el mismo Museo se presenta la obra de Luis Hernando Giraldo, quien se mantiene dentro de los parámetros de la pintura tradicional, es decir, aplicada sobre lienzo o sobre papel, y cuya producción revela una personalidad sensible y perceptiva capaz de convertir visiones y recuerdos en imágenes de gran vuelo poético. Su obra es una mezcla de raciocinio y espontaneidad, en la cual figuras simbólicas reconocibles emergen entre una especie de abstracción gestual para aludir, no sólo a las circunstancias de la infancia del artista, sino a enseñanzas de la historia del arte que han colaborado en la consolidación de la pintura como un medio expresivo de posibilidades infinitas. Podría hablarse de paisajes mentales en relación con su trabajo, pero realmente es el mapa, como indicación de territorios más allá de la obra misma, el símil más apropiado para referirse a su pintura. La galería El Museo presenta, por su parte, una exposición de Jaime Franco, cuyo trabajo se cuenta entre los más logrados y notables que se producen actualmente en Colombia. Franco ha sido básicamente un pintor abstracto (aunque en algunos de sus lienzos pueden percibirse referencias a espacios y estructuras) quien, antes que a aludir al mundo real quiere enriquecerlo con las enseñanzas que deriva del hecho de pintar. El color y la textura son los cimientos de su obra: un color macerado, en sordina, sin alardes ni estridencias, y una textura singularmente tersa a pesar de la numerosas capas de óleo que le confieren transparencia y densidad. Su pintura es acerca del arte de la pintura, y tal vez por ello cala tan profundo sin necesidad de asideros extraestéticos. En la galería Diners tiene lugar una muestra de la escultora Cristina Nieto, quien _así como Giraldo y Franco se mantienen dentro de los objetivos de la pintura_ persevera dentro de los parámetros de la escultura constructiva aunque posiblemente enriquecida por el empleo de la computadora. La artista combina hierro y madera en la elaboración de unas piezas que no esconden sus fundamentos geométricos sino que son como fragmentos de circunferencias. Sus obras traen a la mente las quillas de los barcos tal vez por la energía que expelen y que afecta notoriamente el espacio circundante. Y son piezas que apuntan al clasicismo, pero no como alusión a conquistas del pasado sino por la claridad de sus planteamientos, la concordancia de sus partes, la conciencia del oficio y la expresión de concepciones que si bien apelan a la sensibilidad tienen su origen en el intelecto. También en la galería Diners se lleva a cabo una exposición de Pedro Ruiz, la cual podría definirse como una instalación a pesar de que los objetos presentados hayan sido aportados por varias personas, entre ellos artistas y chamanes que toman parte en actividades que complementan su sentido. La obra se titula Biblioteca Natural e incluye los más variados elementos, desde pinturas y esculturas hasta animales vivos y materiales de fabricación industrial. La reflexión que suscita está referida al conocimiento puesto que implica el intercambio de pensamientos que unas veces se hallan contenidos en los objetos y otras veces se plantean mediante conferencias. Ruiz hace las veces de un gestor cultural empeñado en resaltar la dimensión estética de todo tipo de expresiones, más que de un creador de imágenes, aunque algunos de sus muebles como la Mesa Redonda hacen gala de un diseño exquisito, no exento de humor.