La obra de Doris Salcedo produce todo tipo de reacciones, menos indiferencia. Pasó recientemente con su famosa intervención en la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres, cuando una grieta en el piso dividió en dos "el templo del arte contemporáneo". Una grieta que se interpretó de mil maneras, una grieta producida por una artista del Tercer Mundo hecha en el corazón del Primer Mundo con todo lo que implica: era una reflexión sobre esa tácita discriminación al latinoamericano, a los inmigrantes, a las permanentes divisiones que la sociedad impone. Pero también una invitación a pasar de un lado al otro sin "lastimarse", sin caer en esa grieta, sin sufrir tropiezos en ese "salto". De hecho, una de las advertencias a los visitantes era esa: "cuidado con la grieta". Los que esperaban una gran instalación, una intervención escultórica de otro tipo, se toparon con ese resquebrajamiento del piso que, una vez más, como con todo lo que ella hace, no dejó indiferente a nadie. Así ocurrió, por ejemplo, con los peatones de la carrera séptima de Bogotá que vieron cómo se descolgaban unas sillas desde el techo del Palacio de Justicia 17 años después de que ocurriera la trágica toma guerrillera del edificio en 1985. Esa intervención en el espacio público, como se entiende ahora en términos de arte contemporáneo, buscaba simplemente generar esa memoria tan ausente en un país que convive con la violencia. Una grieta en la Tate, unas sillas que se descuelgan en el Palacio de Justicia. También cientos de sillas, unas sobre otras, en un lote vacío de Estambul, para la bienal de esa ciudad en 2003. O unas camisas blancas, dobladas unas sobre otras, llenas de yeso y atravesadas por varillas, que aluden a la ausencia de hombres que ya no están y a las mujeres que, ante la incertidumbre del familiar desaparecido, siguen lavando y planchando camisas como si de alguna manera "ese rito íntimo" los trajera de vuelta. Esas son las obras de Salcedo: insinuaciones de todo lo que conlleva la violencia. Hoy el mundo habla de la importancia de Doris Salcedo y los medios la buscan, pero ella prefiere mantener la distancia. En una decisión discutible, optó porque lo único que debe hablar por ella es su obra. Desde mediados de los 80, cuando incursionó en la escena artística, luego de graduarse de Artes Plásticas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y de seguir sus estudios en escultura en Nueva York, Salcedo se interesó en la violencia. Desde la toma del Palacio de Justicia hasta las masacres de los paramilitares han dado pie a sus investigaciones. Pero con los años, otros tipos de violencia han servido como punto de partida para su trabajo, un trabajo en el que además de lo formal confluye lo poético y lo filosófico.Quienes conocen a Doris Salcedo exaltan su rigurosidad conceptual, cada decisión que toma está precedida de muchas alusiones a textos o referencias que de alguna manera quedan reflejadas en el resultado final. Por eso no es casualidad que un premio más ratifique el reconocimiento que su obra, desde hace años, ha ganado en el mundo entero. El pasado 5 de mayo, Salcedo se convirtió en la primera mujer que recibe el Premio Velázquez que otorga el Ministerio de Cultura de España; un premio que a pesar de ser relativamente nuevo, es considerado el más importante en artes plásticas en el ámbito iberoamericano (algunos incluso dicen que es el equivalente al Premio Cervantes en literatura). Un honor, aunque eso no es lo que la hace importante.Salcedo ha expuesto en el Centro Georges Pompidou, en el Moma, en Documenta de Kassel, en la Bienal de Venecia, en el Reina Sofía de Madrid, en la Tate Modern de Londres, entre muchos otros lugares y eventos. El Velázquez no es el primer ni el último premio que recibirá. Su obra, como ella ha querido, se ha encargado de hablar por sí sola.