Un viaje a Aracataca en 1950 para vender la casa familiar, y el consiguiente choque, en el reencuentro entre la idealización del pueblo forjada en el recuerdo y el pueblo real lleno de desolación, motivó una primera crisis que a García Márquez le hizo sentir como falso lo que venía escribiendo. No le iba a resultar fácil encontrar una perspectiva desde la que pudiera atisbar la verdad poética de aquel mundo desolado y el tono para transmitirla. Propició el primer hallazgo la conversión de García Márquez en un personaje más de la obra, que, por su amistad con Aureliano Babilonia Buendía, intérprete de los manuscritos del viejo Melquíades, va a convertirse en cuentacuentos cómplice de la historia de Macondo y los Buendía. Con él entra en la novela el tiempo real. Y se funde, en consecuencia, la realidad histórica, ya contaminada con el imaginario popular, con la fantasía mágica de la propia ficción. Quedaban así borradas las fronteras entre lo cotidiano y lo maravilloso. Vino a la par el descubrimiento de la voz: no debía ser otra que la de las abuelas que, impertérritas, contaban con natural serenidad lo más frívolo o lo más truculento. "Como si hubieran sabido aquellas viejas que en literatura no hay nada más convincente que la propia convicción". Esa voz se vierte en Cien años de soledad en un castellano tradicional y diáfano. "El problema más difícil de resolver en la práctica -ha confesado García Márquez- fue el del lenguaje. Los escritores no conocemos ya ni siquiera los nombres verdaderos de las cosas. El nuestro es un idioma fabulosamente eficaz, pero también fabulosamente olvidado". No pensemos en vocablos extraños. Tras las huellas de Cervantes y de los clásicos hispánicos, García Márquez se preocupa sobre todo de dar con las palabras propias. Escribe, por ejemplo, el novelista en una primera redacción que José Arcadio Buendía había ido a buscar, para matar a su vecino Patricio Aguilar, la "lanza vieja" de su abuelo. Ese calificativo, "vieja" -antigua o estropeada- va a ceder el paso en la redacción definitiva a "cebada", "lanza cebada", la que ha sido ya clavada o probada en un cuerpo vivo. Es sólo una muestra de la riqueza del léxico que se va articulando en un discurso fluido y musical, lleno del ritmo que tradicionalmente -tal como ocurre en los vallenatos- va creando una atmósfera envolvente. Cien años de soledad es una novela que no sólo hay que leer sino escuchar. En la voz de García Márquez resuenan la del viejo gitano profeta y otras muchas voces: en última instancia, la voz de la tierra en lengua española.*Presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española