El museo de arte colonial reanuda sus tareas después de cuatro años de suspensión, durante los cuales fue sometido a inaplazables restauraciones para preservar suintegridad arquitectónica. El Museo goza de especial consideración en el ámbito latinoamericano por la historia de la construcción que habita y porque en su colección de obras producidas entre los siglos XVI y XVIII se revelan los síntomas de una naciente idiosincrasia.Existen discrepancias entre los historiadores sobre la autoría del edificio, la cual ha sido atribuida a Juan Bautista Coluccini, constructor de la contigua iglesia de San Ignacio a pesar de las ostensibles diferencias estilísticas entre los dos inmuebles, y también al alarife español Pedro Pérez, de quien no se tiene mayor información. De todas maneras se trata de una de las construcciones más venerables que sobreviven de la época colonial, la cual no sólo sirvió de sede a varias entidades educativas sino también al último Congreso de la Gran Colombia, calificado por el Libertador como Admirable. El edificio, con su patio interior presidido por el famoso 'Mono de la Pila', _el cual estuvo ubicado en la fuente de la Plaza de Bolívar que surtía de agua a la antigua Santa Fe_ no podía ser más apropiado ni complementar con más coherencia el acervo que allí se conserva.La institución cuenta con una sala dedicada a exposiciones temporales que se inaugura con una muestra sobre la Inmaculada Concepción, curada con evidentes conocimientos por la directora de la entidad, Teresa Morales de Gómez. La muestra ofrece atractivas versiones de las dos iconografías más difundidas sobre esta advocación: la tradicional de la Virgen con las manos en el pecho que se rige por las indicaciones de Pacheco, el pintor iconólogo de la Inquisición, y la atribuida al escultor ecuatoriano Legarda, popular en el sur de Colombia, en la cual la Virgen aparece en actitud guerrera y con agitado revuelo de su túnica y manto, apabullando al 'maligno' con una espada o una cadena.La instalación museológica ha sido realizada de acuerdo con el guión de Patricia García, curadora de la entidad, cuya intención es esencialmente didáctica. Especial atención amerita la sala dedicada a Vázquez y Ceballos, donde figuran trabajos tan destacados como su famoso autorretrato, Vázquez entrega dos de sus obras a los padres agustinos, y en la cual se encuentran así mismo: uno de sus dos bodegones que han llegado hasta nuestros días; la pintura de la Santísima Trinidad, en la que el artista se acoge a la discutida versión de una persona con tres rostros iguales, y varios de sus 'almorzaderos', pequeñas pinturas que se vio obligado a cambiar por comida. Es igualmente notable la sala dedicada a los retratos de los virreyes por Joaquín Gutiérrez, a la cual se accede atravesando un espléndido dosel, y el salón principal, en el que se han ubicado relevantes pinturas de los talleres santafereños. Allí aparece el inverosímil Santo Domingo en la batalla de Monforte, de Acero de la Cruz, junto con lienzos de los tres Figueroa y de los hermanos Fernández de Heredia, entre otros.La sección de escultura cuenta con sobresalientes trabajos europeos y con numerosos ejemplos de la escuela quiteña, entre ellos los tradicionales Pesebres, grupos de esculturas de rico policromado y delicada encarnadura que proveen un agudo testimonio sobre los oficios y la vida en el período. Cuenta así mismo con graciosos ejemplos de los talleres santafereños y boyacenses que hacen manifiesto el ascendente indígena en sus formas, figuras y colores, entre los cuales debe resaltarse una atractiva Canéfora o doncella con una canasta cargada de frutos tropicales en la cabeza. En esta sección se encuentra también la refinada escultura San Joaquín y la Niña María, de Pedro Laboria, sin duda una de las obras más logradas del barroco en Suramérica.Un espacio destinado a objetos de la liturgia, donde se exhiben delicadas muestras de platería, otro espacio donde se exponen bargueños o escritorios portátiles que ostentan finas incrustaciones en carey, hueso y marfil, y un gran salón de mobiliario cuya instalación fue llevada a cabo por Pilar López, experta en los patrones de la vida colonial, complementan el nuevo recorrido de este viejo Museo cuya colección, aparte del deleite visual que suministra, permite comprobar la particular acepción que le otorgaron a los estilos europeos los artistas neogranadinos, así como los inicios del mestizaje entre indígenas, negros y blancos que le dio vida al arte nacional.