Poco importó que en la misma noche, y a unas cuantas cuadras, se coronara a la reina del Carnaval. Ayer en la plaza Mario Santodomingo del Parque Cultural del Caribe tuvo lugar la decimoprimera edición de La Noche del Río y no cupo un alma. El evento convocó más de 8.000 asistentes que se bailaron y gozaron nueve agrupaciones en un viaje de poco menos de siete horas. Lo viene haciendo por años. Los grupos ofrecieron sus tamboras, percusiones, voces y bailes especialmente en géneros característicos del río Magdalena como el Bullerengue, la Chalupa, y el Pajarito. Pero hubo lugar, tiempo y audiencia para el jazz fusión de The Marrugo’s Band, la música llanera progresiva con espectáculo de danza del Grupo Cimarrón y la ‘Chanson’ Francesa con ‘tumbao’ de los franceses Mon Côté Punk. Varias propuestas trascendieron el canto y ofrecieron actuación o zapateo. La apuesta a resaltar los matices del Magdalena y sumarle ríos como el Orinoco y el Sena, le regaló más colores y más contraste a la noche.Palabras previas y cantoEl día y La Noche el Río giraron en torno a un personaje en particular. Magín Díaz, un cantador de 94 años de edad, originario de Gamero, Bolívar. Entre muchas otras canciones cuyos derechos tampoco registró y cuyas regalías recibió alguien más, Díaz compuso ‘Rosa’, tonada que en su momento masificó Carlos Vives. Guillermo Valencia, director del Sexteto Gamerano que acompaña a Díaz musicalmente, también lo asistió en un conversatorio previo al concierto. Valencia, que ayudó a Petrona Martínez “cuando nadie la conocía”, cree que toda la atención que Díaz reciba es poca. Por eso habló de la historia musical del gamerano y compartió anécdotas sobre cómo una enfermedad de la madre de Díaz lo hizo regresar de Venezuela y lo alejó de cantar en el primer disco de la Billo’s Caracas Boys. También sobre por qué durante décadas estuvo en la sombra, pues se le contrataba de corista para otros artistas más ‘vendedores’ que no tenían una gota de su innata capacidad de componer. A su avanzada edad Díaz musita pocas palabras. Su consejo a los jóvenes músicos sobre su arte fue “Que lo sigan”. Pero cuando soltó su canto espontáneamente en varias ocasiones, como una respuesta refleja, llenó el cuarto de espíritu y llevó a algunos a cantar con él. Lo frágil de su cuerpo contrastó con la potencia de su voz. Magín Díaz hoy, es una voz detenida en el tiempo. También en la charla, Totó La Momposina y Gloria Triana relataron mágicamente sus primeros encuentros y la exploración que juntas hicieron de la música de la depresión momposina y el Magdalena. Ese fue el abrebocas. Y una vez cayó la tarde, vivió la música y chicos y jóvenes y grandes fueron uno. La edad fútilCaída la noche del 4 de febrero, en el parque repleto, Magín Díaz recibió los aplausos que se merecía hace tiempo. Las anécdotas de injusticia en la tarde poco importaron. Cantó a la estatura de la estrella que Rivera sabe que es. Mantuvo varias notas sostenidas y causó algarabía a voluntad frente a una plaza llena aclamando su nombre y mujeres que abordaron el escenario para bailar con él. Y para éxito del evento la brecha generacional no existió, ni en grupos ni en espectadores. Magín Díaz y su sexteto, Manuela Torres y Basán Tambó, longevos artistas, alternaron con artistas muy jóvenes, entre ellos una brillante chiquita de ocho años, parte de Herederos del Bullerengue, que a la pregunta “¿Desde cuándo cantas?”, respondió “¿Desde la barriga de mi madre?”. Con su baile, voz y desparpajo, emocionó y garantiza una embajadora cultural de la música del río de aquí a unas cuantas décadas. El público reunió mínimo tres generaciones gozando a la par. Abarrotó el parque y, consumiendo cerveza o no, se comportó a la altura. Respondió a un concierto frente a un museo y fue una pieza tan hermosa como la música. Dejaron huellaBabilonia y Son Ancestros abrió la jornada pasadas las seis de la tarde. Un total acierto. Lina Babilonia marcó el tempo de la noche con su voz entrenada en aspectos clásicos pero rendida a los pies de lo tradicional. Alegró el escenario, dominó el micrófono, estableció el golpe del tambor. El público fue soltando. Babilonia también se encargó de anunciar que Magín Díaz era el hombre de la noche, e interpretó varias de sus notas rindiéndole tributo. The Marrugo’s Band presentó una propuesta de jazz y tradición y basó su espectáculo casi totalmente en ‘covers’. Dejó lo mejor de su repertorio para el final. En su canción original ‘Sofía’ desató el talento de sus cuatro miembros, de los cuales la saxofonista y el teclista tienen 13 y 10 años, son hijos del bajista que toca hace veinte años con el baterista. Nunca un nombre de banda estuvo tan justificado. Los Herederos del Bullerengue marcaron un antes y un después. No solo actuaron una escena teatral de pescadores para abrir el concierto, una vez soltaron su descarga musical obligaron a la gente a pararse y bailar. El canto principal, su mezcla con los coros, los grandes y chicos entrelazando contagiaron a la plaza con su optimismo franco, musical, ribereño. Al Grupo Cimarrón, dirigido por Carlos Rojas, se le nota la cancha. Llevaron la música de los Llanos orientales, del Orinoco, Meta y Arauca, a un nivel de ‘Joropo progresivo’, con ritmos quebrados que retaron la cadencia de caribeños. Pero barranquilleros, argentinos, coreanos, franceses, y demás presentes reconocieron un espectáculo de alta calidad y precisión. Siguieron la música a su manera y apreciaron los zapateos perfectamente coordinados de hasta cuatro miembros de la agrupación que hacían retumbar las tablas y abrir bocas de sorpresa. La noche cerró con una contundente presentación de Conjunto Tradición. Sus tres voces de matices distintos llevaron el son a un nivel espiritual, las gaitas y flautas inspiradas liberaron gozo, dolor y brazos al aire en el público. Además, invitaron a escena por separado a Pedro Ramayá (flautista de Millo y gaitero precursor) y a Lili Saumet de Bomba Estéreo. Un final justo para una noche que mezcló juventud y divresidad con tradición y salió airosa en el intento. El extra final: una parada obligadaEl Museo del Caribe es un esfuerzo altamente recomendado y debe atraer más visitas. En seis pisos y distintas salas pinta el ADN del Caribe, a sus ecosistemas su literatura, su música, sus fiestas, sus expresiones, sus objetos, sus pueblos. Poco, si algo, se queda por fuera. La experiencia es interactiva, visualmente impecable y atrapante. Y para sumar, la sala dedicada a Gabriel García Márquez es curada estéticamente y planeada y ocurrente. Mezcla de la vida y la obra de Gabo, compartiendo objetos clásicos como algunas de sus máquinas de escribir y transponiéndolos a narraciones audiovisuales de su obra. En idea y ejecución compite con cualquier espacio fuera del país.