Fernell Franco nació en Versalles, al norte del Valle del Cauca, en 1942. Ocho años después llegó a Cali escondido en un camión. Huía con su familia de la violencia partidista. Se acercó a la fotografía por necesidad. Primero recorrió las calles de la Cali efervescente de mediados de siglo como mensajero de un estudio fotográfico: “En la noche del campo uno tiene el espectáculo de las estrellas en el cielo, y en contraste lo que vi al llegar a Cali fue que aquí las estrellas estaban en la tierra”, dijo en una entrevista con la curadora María Iovino. Más adelante pasó a ser fotorreportero de periódicos y revistas nacionales e internacionales, editor y fotógrafo publicitario en la agencia de Hernán Nicholls. Solo con los años y en forma autodidacta encontró su vocación y el modo de apelar a la naturaleza precaria y conflictiva de la vida urbana caleña. Esa vocación se convirtió en obra en medio del debate entre aquellos que consideraban a la fotografía solo un registro o un testimonio, y los pocos que, en aquella época y en Colombia, la consideraban un arte. Aun así, Franco encontró espacios locales para exponer, como el Museo La Tertulia o Ciudad Solar, el centro de encuentro de Andrés Caicedo, Luis Ospina y Carlos Mayolo. Más adelante colaboraría, de hecho, con la fotografía fija de algunas películas de Mayolo y Ospina. Y, mientras tanto, producía Prostitutas, Retratos de ciudad, Los interiores, Billares, Demoliciones, Bicicletas, Pacífico, Los amarrados. Pero solo al encontrarse con María Iovino empezó a darles cierre a esas series inconclusas en las que trabajó a lo largo de su vida, y que se enfocaron casi siempre en la ciudad. “Las series son el reflejo de su pasión por Cali, por la decadencia de esa ciudad que brilló a principios de siglo, pero que fue creciendo hasta desbordarse en el caos y la violencia del narcotráfico”, dice María Wills, investigadora de la obra de Franco y cocuradora, junto a Alexis Fabry, de la muestra en París, Fernell Franco, Cali claroscuro, que se exhibirá entre el 6 de febrero y el 5 de junio. “El encanto de este artista”, escribe Wills, “reside en gran medida en el proceso, en los puntos intermedios, en que los trabajos terminados parezcan inconclusos. La pureza del acto fotográfico se deshace para revitalizar el medio a través de la experimentación de elementos intrínsecos, como la luz, y extrínsecos, como la alteración de la imagen después de ser creada”. Su experimentación técnica del contraste, así como sus exploraciones temáticas se volvieron definitivas para el artista Óscar Muñoz. Como escriben los curadores en el catálogo de la muestra, a Franco y Muñoz los unía “un acercamiento a la fotografía como proceso y como metáfora para hablar del tiempo y el olvido. No solo compartieron espacios de exhibición, también fueron amigos. La mayor parte de su trabajo surgió de su pasión por la ciudad en la que crecieron, y de cuya decadencia fueron testigos”. Óscar Muñoz se valió varias veces de fotografías tomadas por Franco, para hacer, en los años noventa, obras muy importantes en su carrera, como Narciso y Simulacros. Por ello, al final de la muestra en París, en una sala pequeña, se reencontrarán con una obra inédita de Muñoz, El principio de la empatía: una instalación que recrea el espacio de trabajo de Fernell Franco, y una especie de reflexión sobre el intento de ver desde los ojos del otro. En la colección del Museo Reina Sofía en España reposan ya fotografías de Franco. Ahora mismo, el Tate Modern de Londres está tramitando la compra de otras. Esta exposición, por lo pronto, estará en París hasta viajar en julio al Centro de la Imagen en México, otra de las mecas de la fotografía. En esta muestra se podrán apreciar 140 fotografías de diez series distintas producidas entre 1970 y 1996.