Home

Economía

Artículo

ALGO MAS QUE DEUDAS

La cumbre de Cartagena concluye que el problema de la deuda no es sólo financiero

23 de julio de 1984

El escenario era Cartagena: los protagonistas, los delegados de las naciones participantes en la cumbre que inauguró el Presidente Betancur el jueves pasado y el público interesado era el mundo entero.
Así, con la asistencia de los ministros de Relaciones Exteriores y de Hacienda de once países deudores latinoamericanos (Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, México, República Dominicana, Perú, Uruguay y Venezuela), comenzó un encuentro de más trascendencia que las reuniones protocolarias que suelen llevarse a cabo en Latinoamérica.
Antes de la inauguración oficial, delegaciones técnicas habían trabajado intensamente para elaborar un documento que presentarían a los cancilleres al finalizar la semana. Las reuniones preparatorias para la cumbre sesionaron desde el lunes 18 y estuvieron divididas en una comisión económica, que establecería los denominadores comunes entre las naciones participantes en todo lo referente a este campo, y una comisión política. Esta última estaría encargada de exponer las posiciones de los participantes respecto al marco general de la crisis y de dejar en claro que éstos consideran que, como lo diría el Presidente Betancur en su discurso inaugural, "el problema de la deuda externa ha dejado de ser un simple problema financiero, y es ahora, sin duda, un asunto de alta política internacional".
Es imposible entender las actitudes divergentes de los acreedores y los deudores sin examinar las respectivas versiones sobre el origen de la actual encrucijada. En primer lugar, y como lo han repetido sin descanso los acreedores, la naturaleza misma del sistema financiero hace suponer que las partes interesadas en utilizar los capitales que se ofrecen en préstamo se comprometen a mantener los requisitos bajo los cuales los aceptan. Hasta hace poco, la totalidad de los acreedores y la mayoría de los deudores habrían coincidido en esto. La responsabilidad de encontrar solución a los problemas de deuda externa, entonces, correspondería a aquellos países que, por una u otra razón, se hubieran endeudado más allá de sus capacidádes. Es así que, con el propósito de que los sacrificios económicos los hagan los países deudores, los acreedores y el FMI han venido abogando por la aplicación de medidas restrictivas para mejorar la balanza de pagos de los países en dificultades.
Ahora, sin embargo, los países latinoamericanos insisten en que el aspecto financiero es sólo uno de los elementos del problema, inseparable de los políticos, sociales e históricos.
A principios y mediados de la pasada década el auge de petrodólares y la expansión del mercado de eurodólares produjeron un superávit de capitales disponibles en los mercados financieros. La banca internacional, en su afán por reciclar estos dineros adoptó una política de préstamos que estimuló a los países en desarrollo utilizar el endeudamiento externo como instrumento propicio para el crecimiento. Según, esta teoría, el endeudamiento latinoamericano surgió más por las presiones económicas y los créditos fáciles que otorgaban los acreedores que por la demanda autónoma por préstamos de los países el desarrollo. De igual manera, los deudores alegan que los países industrializados han agravado la situación siguiendo políticas que han producido altas tasas de interés, y que al mismo tiempo han cerrado sus mercados a los productos que Latinoamérica exporta, limitando así los ingresos en moneda dura de los países deudores, y dificultando el pago de las deudas.
La conciencia de que la presión política necesaria para que los países industrializados aceptaran este análisis sólo sería efectiva de ser aplicada por el conjunto de los países deudores de la región. Esto explicaría la determinación de éstos de reunirse en una Cumbre que desde que se anunciá causó conmoción en los centros financieros internacionales. Explicaría también por qué Colombia, que tiene problemas de deuda externa menores que los de la mayoría de los otros países reunidos, se hubiese comprometido con la organización de la empresa y hubiese ofrecido ser el país sede. Como lo manifestó el Presidente Betancur, "no son las dificultades de pago las que nos han traído a Cartagena" sino la percepción de que "nuestro destino final no es independiente del destino de los países hermanos".
En juego, según lo declararon las delegaciones presentes, están tanto el futuro de la banca internacional como el de las democracias latinoamericanas. El Presidente Argentino, Raúl Alfonsín, ha venido explicando que la delicada situación política en su país no le permite acogerse a las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional ya que éstas implicarían un descenso en la calidad de vida de los argentinos. Los Ministros reunidos coincidieron en que esta situación, en mayor o menor grado, la comparten los otros países latinoamericanos. Esto explica el énfasis político del discurso inaugural del Presidente Betancur y de la Declaración de Cartagena, que se concentra en establecer las condiciones económicas globales que se requerirían para que los países reunidos puedan cumplir el propósito de crecer y pagar al tiempo.
Los temores de los acreedores en el sentido de que se formaría un cartel de deudores resultaron infundados. Esta posibilidad, como lo señaló el ministro de Hacienda colombiano Edgar Gutiérrez, nunca se consideró. Tanto el documento preliminar que elaboró el ministerio de Hacienda y que presentó al inicio de la cumbre como punto de partida, como la Declaración de Cartagena, expresan claramente la intención de los países deudores de buscar soluciones individuales a los problemas de pago, de acuerdo con las características particulares de la deuda de cada país.
Lo que no sospecharon los acreedores fue que de la cumbre surgiria una posición política tan solidaria como la que se adoptó. En un discurso de tono tercermundista, el Presidente Betancur hizo un llamado a los países industrializados para que dejen a un lado su actitud sangriligera de antaño, y que se unan a los países deudores con el fin de apartar al sistema financiero internacional del borde del abismo.
Los países industrializados tendrían que hacer un esfuerzo sincero por reducir las tasas de interés y permitir fácil acceso a los latinoamericanos sus mercados. Se establecerían también métodos para compensar a los países deudores por aquellas políticas comerciales o financieras de los países acreedores que pusieran en peligro los programas internos de ajuste.
Por su parte, los países reunidos se comprometerían a promover un proceso de integración que ampliaría lo mercados locales y les ahorraría monedas duras y a reducir las barreras; la inversión extranjera, para que la región deje de ser una exportadora neta de capitales. (En 1983 solamente, las transferencias netas de América Latina hacia el exterior llegaron; 32 mil millones de dólares).
Con el propósito de facilitar la colaboración futura de los países reunidos, se insistió en la creación de un; comisión que presentaría la posición latinoamericana ante la opinión pública de los países acreedores y la banca internacional. Así mismo, se prevé la celebración de una segunda cumbre de deudores.
Al finalizar la primera se puede afirmar que los países reunidos demostraron una posición política solidaria y coherente al mismo tiempo que repetían su intención de pagar lo que deben y de buscar soluciones económicas individuales a un problema que exige que se le preste pronta atención.--