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EL QUE NO LLORA, NO MAMA

Suben los precios de la leche, pero sigue el "trancón en la vía láctea"

8 de abril de 1985

En contraste con los anunciados esfuerzos gubernamentales para controlar el índice de inflación, que continuo avanzando a grandes pasos durante el mes de febrero, el gobierno sorprendió a la opinión pública la semana pasada, al autorizar un aumento entre el 4% y el 8% en los precios de la leche que se vende en el país. Desde el martes anterior, una bolsa de 750 centímetros cúbicos del alimento quedó costando 33 pesos en Cundinamarca y Boyacá, 35 en Atlántico y Antioquia, 39 en el Viejo Caldas y Santander, 39.50 en Cauca y Valle, y 37 pesos en el Tolima.
El alza, exagerada según algunos, vino a constituirse en el capítulo más reciente de los problemas que durante años han plagado la producción, distribución y mercadeo de este artículo de primera necesidad. Según las razones dadas por los dirigentes gremiales que diseñaron la nueva estructura de precios, lo sucedido con la leche obedece a una estrategia para compensar costos y estimular la producción, la cual se vio reducida a comienzos del año, creando fenómenos de escasez en Bogotá y otras zonas del país. Sin embargo, otras personas conocedoras del tema insistieron en que lo sucedido con la leche puso en evidencia los desequilibrios detectados desde hace tiempo, cuya víctima inocente siempre acaba siendo el consumidor.
Las dificultades en las que se debate el sector de los lácteos son irónicas, considerando las posibilidades del país en ese campo. Tal como le sucede con un sinnúmero de productos agropecuarios, Colombia posee condiciones ideales para constituirse en una "potencia lechera". La diversidad de climas, la tradición ganadera y un grado de relativa tecnificación en el área, le conceden al país ventajas apreciables sobre otras zonas del continente. No obstante, Colombia no ha logrado ajustarse a esas expectativas.
El consumo de leche por habitante apenas llegó a 50.9 litros en 1983, mientras en otros países en desarrollo alcanzó 70 y más litros. La Organización Mundial de la Salud y otras entidades internacionales han señalado cómo los colombianos se encuentran peligrosamente debajo del límite minimo recomendado de consumo de leche per cápita. Buena parte de la niñez del país no recibe, ni siquiera, una ración del alimento considerado como definitivo en las etapas iniciales de desarrollo del ser humano.
Tales antecedentes, reconocidos de tiempo atrás, han motivado reformas en diferente sentidos. La más importante se llevó a cabo en 1979 y se conoció como el Convenio Lechero, según el cual se abandanoba el régimen de control de precios por uno de libertad vigilada, con el fin de ofrecerle mejores utilidades a los productores. Las consecuencias de Convenio se dejaron sentir rápidamente. Al comenzar la presente década se estaban logrando aumentos en producción total cercanos al 10% anual, cifra considerada como muy buena.
Con todo; cuando los volúmenes obtenidos parecían asegurar la tranquilidad del país en el área, los especialistas descubrieron que una cosa es tener más botellas en el hato y otra que lleguen hasta la mesa del consumidor. Al tiempo que la producción en las fincas alcanzaba niveles récord los canales de comercialización y refinación del alimento siguieron siendo los mismos. La cadena productor-transportador-pasteurizadora siguió intacta en los dos últimos eslabones echando por tierra las mejoras en el primero.
Así como sucedía en el pasado los hatos le siguen entregando el producto al transportador, quien cumple con el sagrado rito de rendir la leche con agua y la consabida cuota de bacterias, para vendérsela a su vez a la planta procesadora, o bien entregársela directamente al público. El resultado final es un líquido que, ni aún después de procesarse, logra desprenderse de todas las impurezas. "La leche que se toma en Colombia es pésima", afirmó enfáticamente un especialista sobre el tema. "Ese es un veneno en pequeñas dosis", agregó un agrónomo que pidió no ser identificado.
Fuera de lo anterior, la producción de leche en Colombia sigue los ciclos del clima, debido a que el ganado se alimenta de forrajes y no de concentrados. Por lo tanto, las épocas de lluvia traen consigo aumentos en la producción, mientras que las sequías implican reducciones drásticas. La situación se agrava cuando se presentan heladas que queman el pasto, lo cual impide la alimentación del animal.
Ambas circunstancias se presentaron en Colombia en los últimos meses. En primer lugar el clima de buena parte de 1984 trajo consigo una superproducción de leche que hizo que los procesadores optaran por no comprarle a los hatos, obligando a que el producto se botara porque no había manera de distribuirlo. La otra cara de la moneda se vivió a comienzos de 1985 cuando una temporada de verano coincidió con fuertes heladas en la Sabana de Bogotá y la leche empezó a escasear. Ante ello, los productores sabaneros decidieron venderle a los procesadores del occidente del país, donde hay un precio mayor y la rentabilidad sube, haciendo aún más agudo el problema en la capital.
El problema empezó a solucionarse cuando el clima mejoró y el IDEMA anunció la importación de 2.000 toneladas de leche en polvo para evitar la escasez. Sin embargo, la actitud de la entidad estatal sólo contribuye a empeorar las cosas, en opinión de algunos sectores. Si bien existe la capacidad instalada para acumular existencias de leche mediante la pulverización, se alega que las importaciones del instituto evitan que ese objetivo se cumpla, debido a que la leche en polvo importada es sustancialmente más barata que la producida internamente, dejándole mayores margenes de ganancia a los procesadores. La incertidumbre que esa política crea en los pulverizadores nacionales les obliga a mantener un nivel de inventarios bajo y no correr con el riesgo de acumular leche en polvo que después no se pueda vender. En algunas oportunidades se ha propuesto que sea el IDEMA, el que compre esos excedentes, pero el Instituto ha dejado en claro que no le interesa. Además, el gobierno insiste en que la idea es la de no permitir importaciones y lo sucedido ahora obedece a que la huelga en Cicolac durante el año pasado, impidió que se pulverizara la cantidad apropiada.
Otra de las alternativas que se ha venido ensayando es la de "jugar" con los precios de la leche. Para las plantas procesadoras es más rentable aumentar la proporción que se utiliza para derivados de la leche (quesos, yogurth, etc.), pues estos no tienen control de precios. Por lo tanto, cuando se permite un alza en el precio al consumidor, para el procesador vuelve a ser más rentable vender leche y no derivados, aumentando de esa manera la oferta del producto al público.
"Lo que pasa con la leche es producto de un círculo vicioso que seguirá hasta que haya una gran crisis", sostiene un observador quien insiste en que, por lo menos en ciertas zonas, hay un claro antagonismo entre los productores y pasteurizadores. En regiones como Antioquia y la Costa Atlántica ha dado resultado el sistema de cooperativas que integran todas las etapas de producción, pero en Cundinamarca los esfuerzos han resultado infructuosos. Además, el gobierno ha sido errático en aplicar los mecanismos que tiene diseñados en el papel y no ha mostrado un curso de acción definido.
Mientras llega el momento de las decisiones el sector lechero seguirá teniendo los mismos bamboleos de ahora. Para nadie es un misterio que las alzas en precios desestimulan el consumo y es probable que el público no tenga más remedio que tomar menos leche. En medios del sector existía cierta expectativa sobre lo que puede hacer el nuevo ministro de Agricultura al respecto. Empero, las circunstancias políticas y las experiencias del pasado indican que se necesita un arduo trabajo para lograr enderezar el problema lacteo. En el intermedio Colombia seguirá siendo, como anotaba un productor, "de los pocos países en el mundo que bota leche cuando le sobra, y a los pocos meses la importa porque le hace falta".--