FURIA DE FERIA

Cuatro mil expositores venden de todo a doscientos mil compradores. Pero hay un gran ausente: el público.

16 de agosto de 1982

Cuatrocientos millones de dólares cambian de manos en quince días, durante las 371 horas que duran los negocios de la Feria Internacional de Bogotá. Sin embargo, debido a su carácter heterogéneo, la Feria podría ser reemplazada en unos cuantos años por una serie de eventos especializados.
Certámenes como Agroexpo, Expoconfort, Feria de la Computación y otros similares están ya cubriendo con éxito, algunos de los campos que tradicionalmente eran de la Feria.
Se trata de un fenómeno mundial. Expertos organizadores feriales consultados por SEMANA, coinciden en afirmar que las grandes ferias del mundo tienden a desaparecer, dejando paso a pequeñas ferias especializadas que, si bien no son tan espectaculares, tienen un éxito mucho mayor desde el punto de vista comercial.
La Feria 82 tiene varias características nuevas. Una de ellas, tal vez la más significativa, es la restricción de acceso al público. La Feria, como tal, ha dejado de ser "exposición". Sólo fue abierta al público durante dos fines de semana. Las otros días se dedicaron exclusivamente a compradores acreditados que pagan cada uno 500 pesos por franquear el arco de entrada del Coliseo.
La asistencia del público que, cada dos años bordea siempre los dos millones de personas, se restringió en beneficio del creciente número de compradores. En 1974 fueron cien mil, y en 1980 más de doscientos mil.
Actualmente participan en la Feria 41 países, 12 de ellos representados exclusivamente por empresas privadas y 1.500 expositores colombianos, agrupados en tres grandes agremiaciones (Acopi, Confecámaras y Fedemetal). El número total de fabricantes y empresarios que ofrecen bienes y servicios en la Feria está cercano a los cuatro mil.
Pero la causa de que la Feria, tal como viene realizándose, peligre, es su propio crecimiento. La cantidad y la diversidad de mercancías reunidas en su espacio son un obstáculo, para que vendedores y compradores con intereses comunes se encuentren fácilmente. La organización ha hecho un gran esfuerzo para combatir este problema, publicando un catálogo de más de 400 páginas que, a su vez, necesita otro folleto de 142 páginas con instrucciones y guías para participar.
Toda esta información ha sido codificada, simultáneamente, en un cerebro electrónico cuya central está en la Feria, pero que tiene, en varios hoteles de la ciudad, terminales televisivos que permiten al comprador determinar exactamente el punto al que debe dirigirse, incluso con semanas de anticipación. Así, un importa dor de maquinaria agrícola en España sabe aun, antes de viajar, que la China trae a la Feria novedosos equipos para el pequeño cultivador.
La Feria esconde, tras esos quince días de cocteles y tratos comerciales, meses de trabajo frenético que comienza el diez de mayo y finaliza el 30 de agosto. Las ferias, al perder su carácter periódico y volverse cada vez más permanentes, han generado grupos de especialistas, profesionales en montarlas y desmontarlas. Así, es posible encontrar en el pabellón francés a un bigotudo marroquí, cuya especialidad es tapizar grandes extensiones a grandes velocidades. Viaja por todo el mundo durante ocho meses al año, por cuenta de entidades financieras estatales de su país. Ese hombre es capaz de cubrir con 300 metros de tela, las paredes y el techo de un pabellón de 70 metros de fondo, en tres días, con una grapadora eléctrica y un ayudante. Y, además, sin descuidar la estética.
Los pintores de la feria, los carpinteros de la feria, los diseñadores y arquitectos de la ferian son siempre los mismos, y están hechos de una "madera" especial. Son hombres dispuestos a trabajar 24 horas continuas, sin chistar y sin disminuir la calidad de su labor. Son, además, multifuncionales e intercambiables. Todos se conocen entre sí y se ayudan mutuamente.Trabajan para los expositores colombianos y para algunos extranjeros, bajo contrato. Algunas entidades comerciales como el INI, Instituto Industrial Español, transportan todo lo necesario para su pabellón, desde los obreros especializados hasta los materiales decorativos que, en esta ocasión, consistieron en una tonelada de tubos de aluminio unidos con empalmes de plomería, que producen un efecto espectacular.
La Feria también tiene aspectos negativos, aunque ajenos a ella. Durante los días de montaje, solamente dos de los expositores perdieron más de diez millones de pesos, por robo de material. Las mercancías, descargadas en Barranquilla o Cartagena dentro de inmensos "containers" sellados, fueron transportados en grandes tractomulas. Durante los casi mil kilómetros de carretera, las soldaduras fueron rotas y algunos de los containers saqueados. Los principales afectados fueron los expositores españoles. Perdieron dos computadores, uno de ellos de propiedad de la aerolínea Iberia y cuyo mayor atractivo era el de vender pasajes automáticamente. También desaparecieron decenas de sillas y kilómetros de tela que se traían para montar el pabellón. Las pérdidas inmediatas para el INI, llegan a los diez millones de pesos, aunque el valor comercial de los artículos es mucho mayor y no se han contabilizado los gastos extras por la importación directa, en avión, del material que hizo falta.
Alemanes federales e italianos también vieron sus paquetes abiertos al llegar a Bogotá y sólo tras largos inventarios pudieron determinar qué se había perdido.
Pero todo quedó olvidado después de la fecha de inauguración. Todavía en la primera semana, después de las ocho de la noche, cuando las luces de las exposiciones se apagaban, una legión de camiones invadía la Feria, subiendo por las rampas a los segundos pisos de los pabellones.
Fue entonces cuando el público se dio cuenta de que la Feria había cambiado. Ya no hay tantas cosas espectaculares para el público. Sólo maquinaria y más máquinaria. Aunque se encuentran contrastes: el artefacto más grande, una rueda Pelton de cinco metros de diámetro y unas grúas colombianas de 36 metros de altura contrastan con el objeto más pequeño, un microcomponente electrónico francés, y con el más curioso, una alfombra china trabajada por diez artesanos durante diez años. Pero el campeonato del objeto más raro se lo lleva, indudablemente, un gato electrónico, que no levanta carros sino que caza ratones, afectando su cerebro a través de campos magnéticos. En esa baraja está el éxito.