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GORGONA, CASA TOMADA

Las familias de jóvenes que volvieron a ocupar "Gorgona" la inhóspita residencia de la Universidad Nacional, sacan a luz las enormes deficiencias del bienestar estudiantil.

1 de noviembre de 1982

El legendario nombre de Gorgona hace estremecer a quien lo oye, porque trae a la imaginación condenas solitarias y centenarias vigiladas por el sol calcinante del Pacífico.
Pero en Gorgona no sólo viven los criminales y los otros presos. También viven--o tratan de vivir--en plena ciudad de Bogotá, unas cuantas decenas de estudiantes, sus mujeres y sus niños. Es el nombre con el que a lo largo de los años se ha designado a ese grupo de edificios, tan grises como el resto de la ciudad universitaria, que son las residencias estudiantiles. Quizá les pusieron así por el estado de deterioro en el que parecen haber estado desde siempre, o por el hecho de que su acceso, sin pavimentar durante mucho tiempo, se inundaba a tal grado que impedía la salida. O quizá fuera también por la fama de fortaleza infranqueable que tuvieron hasta hace seis años, cuando, tras allanarlas y cerrarlas, el ejército dijo haber encontrado en ellas, entre libros y tarros de Nescafé, cocteles Molotov y otras armas. Los estudiantes cuentan, por su parte, que por ese entonces los soldados quemaron hasta los textos de física.
Eran las épocas en que los cercos a "Gorgona" duraban semanas, y eran violentos los enfrentamientos entre la tropa y los estudiantes que se atrincheraban dentro. En medio de la batalla y esquivando tanto piedras como gases lacrimógenos iban saliendo a la calle muchachos de provincia con su ropa en una mochila y mujeres jóvenes con sus hijos de la mano. Eran los estudiantes que vivían allí, bajo el único techo que los amparaba en la capital.
Ahí se quedaban parados, frente a lo que unos minutos antes fuera su casa como una despistada colonia de gitanos, esperando que algún profesor ofreciera alojar a un par de ellos, o que un tercero lograra ubicar al pariente lejano que les abriera la puerta.
Tras el último desalojo, en 1976 "Gorgona" quedó vacía y librada al progresivo deterioro, salvo la residencia femenina, que ha permanecido parcialmente habitada, y el edificio Uriel Gutiérrez, donde echaron raíces 90 parejas de casados con sus hijos, que desafiaron allanamientos y cañerías dañadas y que nunca abandonaron el lugar.
Uriel Gutiérrez se llama el edificio en memoria de uno de los estudiantes muertos bajo la dictadura de Rojas Pinilla. A la entrada de las 10 de Mayo hay una placa que reza que las residencias son una donación del Senado a los estudiantes por "la sangre que derramaron por la democracia".

LA CASA RECUPERADA
El martes 21 de septiembre unos mil estudiantes resolvieron recuperar el cascarón semivacío y transformarlo nuevamente en casa. Las cámaras de televisión le transmitieron al país la extraña imagen de un gran grupo de muchachos y muchachas que, por miedo a las represalias, se tapaban la cara con pañuelos y bufandas mientras iban entrando su parafernalia de ollas, teteros, cobijas, tarros de leche en polvo y bolsas de Comapán.
Desde ese día, los grupos de vigilancia que han montado los estudiantes controlan estrictamente la entrada para impedir el acceso a gente extraña que busque provocaciones. Adentro hay medio centenar de niños, sus hijos, que penetraron durante la "toma" y que ahora juegan y duermen en ese arrume de colchones por los pasillos que tratan de entender como su nueva casa. Ellos serían las primeras víctimas si lo que hasta ahora ha sido una acción pacífica, sin intervención alguna del ejército o la policía, se convierte en un enfrentamiento.
Todos están tensos y a la espectativa. El ajetreo de los que tienden camas y tapan con cartón los vidrios rotos se suspende cuando los de la Comisión negociadora informan sobre el desarrollo de las conversaciones con las directivas de la universidad. Hay problemas de aseo porque los baños no funcionan. Grupos de estudiantes se sientan alrededor de ollas de tinto o de sopa que se cocinan en reverberos .
En su recorrido los periodistas y los fotógrafos efectivamente no encuentran nada que no sea esta extraña forma de vida doméstica; no hay ningún indicio de intenciones que no sean pacíficas. El rector de la universidad parece saber que esto es así y también el ministro de Educación, quien ha dicho que "la toma fue un acto de hecho, no de violencia".
A pesar de esto, que los antecedentes pesan y que a "Gorgona" la marca su pasado es lo que denota el "sin embargo" con que el ministro concluyó la frase: "No hay duda de que algunos sectores minoritarios en las universidades quisieran crear un movimiento que perjudicara el orden..."

"HOGAR, DULCE HOGAS"
¿Qué mueve a este grupo de jóvenes a instalarse, contra viento y marea, en estos edificios en tan lamentable estado? Según opiniones que allí dentro recogió SEMANA, los estudiantes que se han tomado las residencias, y los que están ahí desde hace años, lo hacen simplemente porque no tienen otro lugar para instalar a su familia.
Como en cualquier lugar del mundo, los horarios y el ritmo de estudio los limitan grandemente para trabajar, y necesitan que el Estado les devuelva el techo para vivir.
Miguel, uno de los recientes "inquilinos", es un estudiante de séptimo semestre de ingeniería civil, y ha participado en la toma junto con su esposa Yolanda y sus dos niños de 4 y 3 años. La pareja es de Santander y no tiene familia en Bogotá. Antes vivían en un cuarto en el sur de la ciudad, por el cual pagaban 7 mil pesos. Hasta que se les acabó la plata, y la disyuntiva se impuso sola: o acudían a las residencias universitarias, o dejaban de estudiar.
Oscar, de 22 años y Patricia de 20 son los dos boyacenses y tienen una niña de tres años. Compartían un cuarto con un compañero de estudios en las Cruces, pagando $ 4.000. Ahora según palabras de Oscar, "no podemos ni pensar en salir de acá. Nos vinimos por una necesidad, la necesidad de vivir. Por el estudio no podemos tener trabajo permanente, así que estas cuatro paredes son la salvación".
Una pastusa de 18 años, estudiante de odontología y madre de un bebé de 18 meses, reconoce que no puede dormir por el miedo y la incertidumbre, a lo que su marido Alfredo, de Ipiales, responde que lo que no lo deja dormir a él son las pulgas y las cucarachas que infestan el lugar.
El suyo es un problema que se viene arrastrando hace años y que afecta a la casi totalidad de los estudiantes de las universidades públicas. Como los pocos que logran el ingreso no consiguen donde vivir, se ha popularizado el cuento de que "la vivienda sin cuota inicial queda al frente de la universidad a distancia".
Los estudiantes han designado una Comisión negociadora, integrada por un grupo de profesores, y esperan que ésta negocie la legalización de su situación. Una de las personas que actúan como "puente" con las directivas es Guillermo Hoyos, graduado en Filosofía y representante de los profesores ante el Consejo Superior de la Universidad. Opina que la solución definitiva puede pasar por extender a los demás residentes la situación de las parejas que habitan el edificio 10 de Mayo, ubicado fuera de la universidad, y que viene funcionando en forma coherente y organizada mediante una corporación. El profesor Hoyos opina que el gobierno debe proporcionar una partida suficiente para vivienda, y que ésta debe ser manejada por una corporación similar a la existente, integrada por representantes de los estudiantes, del Ministerio de Educación y de la rectoría de la universidad.
Los estudiantes no quieren retroceder, porque, según dicen, dar un paso atrás les significaría, literalmente, pasarse a vivir al andén. El gobierno, por su parte, ha querido dejar claro que no acepta medidas de presión, y aunque ha manifestado que tomará decisiones en cuanto al bienestar estudiantil, ante esta situación específica se ha negado a dialogar mientras los estudiantes no desalojen. El forcejeo sigue, y al momento de redactar esta nota, es imprevisible el desenlace.
El ingeniero Contreras, director de Servicios de Bienestar Estudiantil de la Universidad, interrogado acerca del por qué las residencias no se volvieron a abrir desde 1976, dice: "Aunque a partir del 76, cuando el gobierno cerró las residencias aduciendo razones de orden público, se han venido realizando estudios defactibilidad de apertura, ha sido el factor económico el determinante para no reabrirlas"
Lo que sí parece claro es que los planes gubernamentales no contemplan la posibilidad de devolverles las instalaciones a los estudiantes. Según dijo a "Cromos "Jaime Arias, Mineducación "no puede pensarse en residencias ubicadas dentro del recinto de la universidad. Esto no existe en casi ninguna universidad del mundo. La idea es la de crear residencias en los diferentes lugares de la ciudad, aumentar el subsidio para los estudiantes casados y crear cafeterías dentro del campus".
Por ahora, y mientras esto no suceda, "Gorgona", pese a su nombre y a su aspecto carcelario, de frías paredes grises de airadas consignas en pintura roja, seguirá siendo un hogar codiciado por miles de estudiantes.