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Tecnología, el nuevo campo de batalla de Trump

Argumentando razones de seguridad nacional, el presidente de Estados Unidos lanzó una cruzada para impedir la expansión de China y otros países en la economía norteamericana. Las empresas tecnológicas sentirán el impacto, pero también el bolsillo de los consumidores.

1 de abril de 2018

En un comunicado firmado de su puño y letra, el presidente Donald Trump prohibió la que sería la mayor adquisición de la historia: la compra de la compañía norteamericana Qualcomm a manos de Broadcom, con sede en Singapur. Esta última había ofrecido en febrero 117.000 millones de dólares (incluso llegó hasta 130.000 un par de meses atrás) para hacerse con el más importante fabricante de chips de Estados Unidos. Pero el Comité de inversiones extranjeras en Estados Unidos, conocido como Cfius, recomendó impedir la fusión y el ejecutivo emitió la orden antes de que el mega negocio fuera anunciado oficialmente.

Qualcomm reina entre los procesadores para teléfonos móviles. Casi todos los smartphones con sistema operativo Android llevan un chip de Qualcomm. Y Broadcom está entre los mayores fabricantes de chips para la electrónica de consumo. Sus procesadores trabajan en miles de productos masivos como televisores, equipos de wifi y decodificadores de señal de cable. Casi en cada hogar hay algún diminuto dispositivo de Broadcom incrustado dentro de un electrodoméstico.

De haberse producido la fusión, la compañía resultante se habría convertido en el claro dominante de la industria de chips en el mundo. La Casa Blanca adujo como razón oficial para prohibir la compra la necesidad de proteger la seguridad de los norteamericanos, al evitar el espionaje de gobiernos extranjeros a través de tecnologías de consumo masivo.

Amparado en ese mismo argumento, el gobierno de Trump prohibió el año pasado el antivirus más popular del mundo, producido por el fabricante ruso Kaspersky, y cortó los contratos que esta empresa tenía como proveedora del Departamento de Defensa y de cualquier otra entidad pública norteamericana.

Y en enero pasado prohibió expresamente a los operadores de telefonía móvil AT&T y Verizon hacer negocios con la compañía china Huawei, con lo que bloqueó la venta en Estados Unidos del recién lanzado Mate 10, producido por el tercer mayor fabricante de móviles del mundo, que el año pasado vendió 150.534 millones de teléfonos en el mundo. AT&T y Verizon recibieron directamente la recomendación de no hacer más negocios con proveedores chinos, incluidos los acuerdos con el mayor operador móvil del mundo, China Mobile.

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Detrás de todo lo anterior se esconde en realidad una política económica proteccionista y una guerra comercial contra China, en primer lugar, algunas potencias asiáticas y Rusia. Los proveedores europeos de tecnología, como Nokia, no han recibido veto alguno, porque no obstante que hacen negocios en suelo estadounidense, participan en la torta mundial del negocio de las telecomunicaciones en un porcentaje más pequeño.

El gobierno norteamericano parece muy nervioso con la estrategia china de hacer adquisiciones globales estratégicas que podrían darle predominio en la carrera tecnológica. Y particularmente quiere evitar a toda costa que China y otros países tomen la delantera en dos tecnologías que influirán en la economía mundial: la Inteligencia Artificial y las redes 5G de telecomunicaciones.

Las empresas chinas Huawei y ZTE son los principales fabricantes de infraestructura para los operadores de telefonía. Casi cualquier llamada telefónica en el mundo pasa en algún instante a través de antenas, estaciones base o servidores de una de estas marcas. El desarrollo de la siguiente plataforma de telecomunicaciones, bautizada ya como 5G, tiene en Qualcomm a uno de sus principales líderes, con patentes importantes. Por eso, el gobierno de Trump ve en Qualcomm la oportunidad de recuperar el dominio norteamericano en la tecnología que los expertos consideran más relevante en el futuro de las telecomunicaciones.

Con la Inteligencia Artificial (IE) sucede algo similar. Moverá los negocios más prometedores, como los vehículos sin conductor que reemplazarán al transporte público actual, y la Internet de las cosas, el ecosistema de electrodomésticos inteligentes que inundará hogares y oficinas en los próximos años. Es conocida la meta del gobierno chino de hacer fuerte al país en IE, un campo en el que ha estado retrasado. En 2017, China gastó 182.000 millones de dólares en importar chips y el gobierno quiere modificar ese escenario.

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El nerviosismo norteamericano no surgió con Trump. En 2016, al final de su mandato, Barack Obama bloqueó una adquisición china: la compra de la empresa Aixtrom, pero se trataba de un negocio pequeño. En la era Trump las cosas se pusieron más duras para las tecnológicas extranjeras. En junio del año pasado, el Cfius bloqueó el intento de la firma china TCL, fabricante de productos electrónicos, por comprar a la norteamericana Inseego, productora de modems y equipos de redes utilizados por los bancos de ese país. Las protestas chinas no se hicieron esperar.

En realidad, las tecnológicas norteamericanas no parecen contentas con la política proteccionista de Trump, por el complejo entramado de la industria actual. Todos los grandes nombres de la tecnología norteamericana, desde Intel y Qualcomm hasta Apple y Google, dependen de proveedores asiáticos, especialmente chinos. Los afamados iPhone se diseñan en California, pero se fabrican en China.

Las tecnológicas se han quejado, desde luego, porque el gobierno no solo quiso poner trabas a la contratación de ingenieros extranjeros, apetecidos por su papel en la industria norteamericana, sino por obstaculizar negocios con proveedores chinos, lo cual afecta su propia competitividad. Producir en Asia no solo los hace fiables sino, al mismo tiempo, adaptables a los bolsillos y presupuestos de los consumidores del mundo, quienes sentirían cualquier medida proteccionista en materia tecnológica, pues se podrían disparar los costos hasta cifras inimaginables.

De hecho, los directivos de Qualcomm manifestaron públicamente su desacuerdo con la medida presidencial, puesto que la fusión con Broadcom estaba prácticamente sellada y era un buen negocio para los accionistas.

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No parece sostenible una guerra tecnológica contra el gigante asiático. De hecho, analistas señalaron el riesgo de que los organismos estatales norteamericanos compren únicamente productos de Qualcomm solo por ser un proveedor local, y no por competitividad. Lo mismo en cuanto a los contratos de seguridad digital, de los que quedó excluida Kaspersky en beneficio de las norteamericanas Symantec y McAfee. Pero en el tema de redes 5G Estados Unidos parece decidido a dar la batalla. En enero se filtró un borrador que indicaría que el gobierno de Trump ha considerado la posibilidad de nacionalizar las redes 5G, es decir, construirlas con fondos públicos y arrendarlas, una medida sin precedentes en la política de telecomunicaciones de ese país.

Los argumentos presentados invocaban razones de seguridad y de interés en fortalecer la economía de Estados Unidos y declaraban la tecnología 5G una “prioridad estratégica”. Y en diciembre pasado, la Casa Blanca publicó un informe sobre la Estrategia de Seguridad Nacional, en el que se lee: “Para mantener nuestra ventaja competitiva, Estados Unidos priorizará las tecnologías emergentes críticas al crecimiento económico y la seguridad, como ciencia de datos, encriptación, tecnologías autónomas, edición de genes, nuevos materiales, nanotecnología, tecnologías informáticas avanzadas e inteligencia artificial”.

El proteccionismo de la era Trump no se enfoca solo en los mercados tecnológicos: también en los aranceles a las importaciones de acero y aluminio. Con el bloqueo a Broadcom, llega a diez la cifra de intentos de adquisiciones foráneas interrumpidos por Donald Trump. Un deshonroso récord para un presidente que defiende a ultranza el capitalismo.