Las llamadas habilidades para la vida (o competencias socioemocionales) no solo aportan a que los estudiantes socialicen y se relacionen con el mundo, sino que, en efecto, contribuyen a estudiantes más competentes para trazar metas y ser exitosos. Foto de Escuela Nueva. | Foto: Archivo Semana

EDUCACIÓN

La escuela que soñamos se construye entre padres y docentes

Susan Sheridan, directora del Centro de Investigación de Niños, Familias y Escuelas de Nebraska, así lo dice: mejorar la educación es un trabajo conjunto entre la familia y los colegios, y debe enseñar el manejo de emociones y la empatía. Ahí está el futuro.

14 de septiembre de 2018

Ya no basta con que los alumnos sepan matemáticas, biología, español, inglés, física o química. La creencia generalizada de que el aprendizaje sucede únicamente durante la jornada escolar y que el profesor es el responsable de educar a sus 15, 30 o 40 alumnos habla de un modelo anticuado.

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Para Susan Sheridan, psicóloga especializada en educación escolar y directora del Centro de Investigación de Niños, Familias y Escuelas de Nebraska, la educación de los colegios debe dedicarse a hacer de sus estudiantes personas seguras, capaces de enfrentar y sobrellevar las diferentes etapas de la vida. Y este trabajo no le corresponde solo al docente. Es una labor articulada, que involucra a toda la comunidad educativa: a los colegios, los docentes, los alumnos y, sobre todo, a las familias.

“La mayoría de interacciones que los chicos tienen por fuera del colegio, ya sea con los hermanos y otros miembros de la familia, con los amigos, en la iglesia o en el parque, en cualquier lado, son determinantes en su educación. Ocurren en momentos en los que no está el profesor, en los que los padres están presentes y pueden observar o controlar o conocer cómo se desenvuelven social y emocionalmente. Las oportunidades para aprender habilidades como el manejo de emociones, la empatía y la resolución de conflictos (llamadas competencias socioemocionales) son muy vastas y pasan en todo tipo de ambiente. Por eso es muy importante que los padres entiendan su rol y se involucren de forma sentida en el desarrollo de sus hijos”.

¿Realmente son tan importantes este tipo de competencias? Para una autoridad en el tema como Sheridan, claro que sí. Según ella, está demostrado que estas habilidades para socializar y ser creativos en situaciones complejas sí influencian las habilidades para aprender, para alcanzar logros académicos y el éxito a lo largo de la vida. “No es que simplemente queramos que los chicos se lleven bien entre ellos, sino que reconocemos que son habilidades que trazarán varios aspectos del funcionamiento de los chicos. Los estudiantes son mejores estudiantes cuando saben mantener el control e interactuar de forma efectiva con los otros. Es fundamental que como sociedad reconozcamos el rol de estas habilidades para el colegio y para la vida. De todas las competencias, lo que te va a definir en la vida no es qué tanto sepas de álgebra, sino cómo te va en una entrevista de trabajo, o qué tan puntual eres o cómo tener relaciones sanas con los demás. Todo esto hace a una sociedad más feliz y compenetrada”.

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Sheridan, además, resalta cómo ella aplicó esta premisa en su vida personal: su hijo estaba batallando para desarrollar actitudes asertivas a la hora de interactuar con el mundo. “Le dimos un planeador y allí llevaba un récord de todo lo que hacía durante el día. Así lo ayudamos a crear una noción de estructura que lo ayudó a navegar mejor el mundo. Sabemos lo difícil que puede ser para un niño enfrentarse con diferentes aspectos mientras crecen y te puedo decir que cualquier cosa puede llegar a ser un problema para ellos”. El caso personal de Sheridan es un ejemplo, pero no es un referente porque cada caso tiene su propia naturaleza.

“Hay mucha variedad en las habilidades socioemocionales de los chicos. Algunos llegan al mundo y cuentan con mucho apoyo y de forma espontánea aprenden a llevarse bien con otros chicos y a conocer su entorno. Aprenden a compartir, cuidar, ayudar, Desafortunadamente, otros chicos llegan con más dificultades: desarrollan actitudes negativas o agresivas o actúan disruptivamente. Otras veces, usan su comportamiento como una forma de comunicarse con el exterior. Su comportamiento habla de que quieren atención o que no conocen otra forma de pedir ayuda o de iniciar a interactuar con sus pares”.

¿Qué hacer?

Aunque es un tema algo desconocido, las investigaciones de personas como Sheridan entregan a las escuelas y a los papás diversas formas para acompañar a los alumnos e involucrarse de una forma articulada para construir el sistema educativo con el que sueñan, es decir, uno que contribuya a una formación integral y para la vida de sus hijos.

Sheridan manifiesta que aunque el mundo sí tiene en el radar las habilidades para la vida, la comunidad educativa empieza a prestar atención cuando hay algún tipo de problema en el comportamiento de sus chicos. Sin embargo, la clave está en prevenir y entender cómo funciona el aprendizaje. “Actuamos cuando notamos que hay un chico dramático o que no logra relacionarse con los demás, cuando los vemos aislados, agresivos o antisociales. Pero debemos hacer un trabajo desde edades tempranas, incluso desde que son bebés. Ahí entra el trabajo de los padres, por ejemplo. Que los papás sean cálidos, respondan a los llamados de sus bebés y sean atentos con ellos aportan a que los bebés se sientan seguros y queridos. Eso predice el desarrollo socio emocional y realmente hace una gran diferencia”.

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En la etapa escolar hay metodologías formales e informales en las que los docentes y los padres hacen parte de ese engranaje para entender a los estudiantes. “Entre las medidas estandarizadas para conocer las habilidades de los chicos están los mapas sociales que muestran cómo se relacionan entre ellos en diferentes escenarios y evaluaciones de toda la escuela para detectar de forma temprana qué chicos tienen desafíos en este campo. Pero sin duda la observación es la forma más sencilla e informal de todas. Es una gran forma de medir las habilidades para la vida de estos chicos. Y monitorear cada cuanto piden ayuda en alguna forma, o inician una conversación, o se ajustan y se calman cuando sienten frustración o cuando sienten rabia. Si son capaces o no de mantener una conversación. Ver esto da luces para saber cómo realmente un chico se está comportando”.

Finalmente, una práctica núcleo es que los profes y los padres mantengan abiertos los canales de comunicación, mandar información constantemente a la casa porque hay muchos padres que realmente  quieren información sobre sus hijos, y que ambas partes se acerquen a los niños para entender cuándo algún comportamiento es extraño o inusual.

“Generalmente, el 60% de los niños en una clase se llevan bien. Solo algunos de ellos están atravesando situaciones difíciles o problemas para socializar con el mundo exterior. Con ellos y con sus familias en específico necesitamos tener una comunicación más fuerte, conversar a profundidad sobre cómo trabajar en conjunto para satisfacer lo que necesitan los estudiantes. En definitiva todos los niños necesitan acompañamiento, pero el nivel de colaboración entre la escuela y las familias, y de apoyo a cada uno toma un lugar crucial con aquellos que de verdad están luchando con ciertas cosas”.

Las luces que investigadoras como Sheridan han hecho no se pueden quedar en la academia. Como expresa ella, es un mensaje que debe llegar a la casa y a la comunidad en general. Y es un compromiso a largo plazo. "Al final, que la sociedad entienda esto importa porque simplemente no podemos dejar de lado a ciertas personas porque no nos parecen lo suficiente o porque son diferentes. Hay que abrazarlos y contrubuir a que sean una parte valiosa de nuestra sociedad".