Hasta hace tres años, la Orquesta Filarmónica de Bogotá no tenía un programa de formación para que más personas aprendieran música. | Foto: Commons.Wikipedia.org

MÚSICA

Partituras para la convivencia

De una forma u otra, todas las personas tienen una relación con la música. Pero quienes se aproximan a su estudio e interpretación adquieren habilidades que mejoran su vida en sociedad.

20 de octubre de 2015

Poco a poco se está superando la idea de que la educación musical es un asunto accesorio. La enseñanza de las artes, en general, pero especialmente de la música, debería hacer parte de la educación integral de los niños. Así lo consideran representantes de entidades públicas y privadas que han empezado a observar y estudiar los cambios que experimenta un menor cuando tiene un acercamiento consiente con los sonidos y su naturaleza.

Para David García, director de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, no es determinante si un niño tiene lo necesario para convertirse, a futuro, en un músico profesional. La educación musical es necesaria, dice él, porque forma a las personas en otras áreas. “Pitágoras decía siempre que la música es una forma auditiva de las matemáticas”, explica García, “y realmente es así. Cuando se estudia la música, muy rápidamente se ve que en la forma como se produce una nota, como un piano produce un acorde, hay relaciones físicas y matemáticas cuantificables”.

Pero además, complementa este músico cuya formación básica es la filosofía, dice que los psicólogos de la teoría del conocimiento han comprobado que la música ayuda a desarrollar el pensamiento abstracto de todo ser humano.

Esto se refleja de muchas formas en el comportamiento de los niños y jóvenes al poco tiempo de iniciar un proceso de aprendizaje con un instrumento musical. Y cuando esta tarea se hace en compañía de un grupo, los cambios son más significativos. En la Fundación Nacional Batuta, por ejemplo, tienen un modelo de enseñanza que, antes de formar músicos de alto nivel, se cuida de reconstruir tejido social por medio del refuerzo a la autoestima, el trabajo colaborativo y, en general, la reconstrucción de tejido social.

“La formación musical tiene un doble efecto”, explica María Claudia Parias, directora de Batuta, “por un lado, modifica estructuras cerebrales, en campos específicos del conocimiento, como las matemáticas y el lenguaje. Y por otro lado, a través de nuestra metodología, con esa manera de enseñar música hemos comprobado que hay una incorporación de valores sociales”.

Según un estudio realizado para Batuta por el Centro de Estudios Regionales Cafeteros y Empresariales (Crece) y la Universidad de Caldas, para el 74 por ciento de los niños, aprender música de esta manera les da valores para convivir, un 72 por ciento dice sentirse más feliz, el 63 por ciento identifica que está ampliando sus redes sociales y cerca del 57 por ciento afirma que este proceso de formación le ayuda a mejorar su desempeño escolar.

En términos técnicos, para Parias estas variables se condensan en la construcción de “capital social”, un elemento invaluable teniendo en cuenta que el grueso de las comunidades con las que trabaja Batuta han sido víctimas de la violencia en Colombia. No en vano uno de sus programas estrella es Música para la Reconciliación, que inició en 2001 con el apoyo de la Agencia Presidencial para la Acción Social y que todavía hoy cuenta con los recursos que le aporta el Departamento para la Prosperidad Social.

Y aunque este programa vino a cambiar los objetivos de Batuta hace más de diez años (antes pensaban solamente en la iniciación musical de niños y jóvenes, ahora se enfocan en la construcción de valores), la verdad es que por fuera de esta fundación muchos reconocen el valor transformador de la música. François Khoury, decano de la Escuela de Artes y Música de la Universidad Sergio Arboleda, dice que “la esencia misma de la música es estar en grupo. Y para tocar juntos en grupo hay que entenderse bien, personal y musicalmente”. A veces esa empatía es previa al contacto musical y otras veces ocurre gracias a este.

David García, director de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, explica que todo se reduce a un ejercicio tan sencillo como escuchar. Él, que fue violinista, sabe que en una orquesta hace falta coordinarse con otros músicos, estar atento a la interpretación, entrar en acción oportunamente y callar cuando le corresponda intervenir a otros. El gran reto consiste en llevar esa sinfonía a la vida diaria.

Este editorial hace parte de la décimo primera edición de la revista digital SEMANA Educación, que está disponible desde el domingo 13 de septiembre. Para descargar la publicación siga estos pasos o comuníquese al número 6468400 Extensión 4301 ó 4310.