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ALVARO GOMEZ Y JACOBO ARENAS

En su libro 'De Laureano a Alvaro Gómez: una visión del siglo XX', el escritor y periodista Juan Gabriel Uribe revelará una desconocida conversación de esos dirigentes sobre la paz. SEMANA reproduce el capítulo correspondiente.

25 de noviembre de 1996

El objetivo central de la campaña de Gómez era el de llegar a la paz como resultado de la Constituyente. Poco inclinado a los diálogos con la guerrilla, la desmovilización del M-19 había abierto una puerta a la llamada salida política del conflicto armado nacional. Pese a esta situación, el grueso de la guerrilla, representada en las Farc y el ELN, había permanecido impasible ante la decisión del M-19 y, por el contrario, había afianzado, durante el cuatrienio, sus frentes y su capacidad de combate.La agenda gubernamental, que había sido copada por el narcotráfico, tenía, desde la declaración de guerra de Barco, poco espacio para cualquier aproximación política a las Farc o el ELN, que, por demás, consideraban el gobierno como demasiado débil para hacer un intento global de pacificación. La guerrilla veía con interés el desenvolvimiento del enfrentamiento entre el Estado y el cartel de Medellín, y, no sin complacencia, aprovechaba para continuar con su estrategia de copamiento territorial.
La paz, sin embargo, era un tema clave para Gómez. Decidió darle una oportunidad a una propuesta audaz. Al fin y al cabo su mensaje de campaña, en medio de la generalizada conflagración, era el de "que no maten más a la gente", de manera que su intención podía cruzar por eventuales conversaciones con la guerrilla, siempre que ello tuviera resultados concretos.
Sin que Gaviria tuviese una política clara en torno de la paz, salvo por la continuidad de "la mano tendida y el pulso firme" barquista, uno de los asesores de Gómez buscó un acercamiento con Jacobo Arenas, legendario comandante de las Farc y curtido guerrillero con gran ascendiente sobre la guerrilla, para concertar una conversación con el candidato. La maniobra, mantenida en el más celoso secreto, se presumía irrealizable, pero el auge que había tomado la candidatura de Gómez lo colocaba de segundo en las encuestas, muy por encima de Navarro y Lloreda, y recortando rápidamente los espacios frente a Gaviria. Una aproximación definitiva hacia la paz podía acercarlo aún más al candidato oficialista, cuando cada día se hacía más evidente _en los sondeos internos de campaña_ que trepaba en las encuestas de a cuatro puntos por semana.
Al mismo tiempo se preparó un documento a la opinión pública en el que Gómez, como candidato, se mostraba dispuesto a dialogar con la guerrilla para que, entre su elección como presidente y el día de su posesión, se sentaran las bases de una agenda que, en un término de seis meses, condujera a la paz. La sola publicación del documento demostró, en los sondeos, que Gómez estaba en vías de capturar una mayor cantidad de opinión pública. Si la declaración era contestada resultaba evidente que seguiría creciendo en sus índices de favorabilidad.Cuando así se le informaba, replicaba que la política no se medía por encuestas. La temperatura y el medio ambiente nacional le indicaban que una propuesta en este sentido podía ser buena y que, no por los sondeos, debía hacerse.
Respuesta afirmativa
Jacobo Arenas contestó afirmativamente. La situación de orden público, con la guerrilla esparcida y activa por todo el país, hacía, ciertamente, inviable un encuentro personal, pero en camino de lograrlo se concretó una cita radiotelefónica en la que ambos pudieran conversar a extensión. En cualquier momento sería avisado de la comunicación.
Aquella noche se preparaba, con los dos más prestigiosos periodistas radiales del país, una intervención televisada en la que se foguearía a Gómez con respecto a su programa de gobierno. Hacia las 10:00 p.m. se retiró, discretamente, de la residencia de Alberto Casas Santamaría, antiguo amigo suyo, donde se realizaba el encuentro. En medio de la reunión había sido informado de que la entrevista se llevaría a cabo a partir de las 12 de la noche en su apartamento. Lo dispendioso del proceso había consistido en buscar una frecuencia que no tuviera la más mínima posibilidad de interferencia.
Gómez bajó a su biblioteca trajeado de bata a cuadros verdes y pantuflas marrones. Sin ninguna dolencia por su edad _Gómez siempre sorprendía por su estado juvenil_, con voz vigorosa dijo: _"Jacobo, habla con Alvaro Gómez. Creo que entre los dos podemos hacer la paz si usted tiene voluntad política". _"¡Hombre! _contestó Arenas_ nosotros hace 40 años estamos esperando la respuesta de la dirección liberal que nos iba a mandar auxilios económicos para las guerrillas del Llano con el fin de tumbarlos a ustedes... y aquí estoy esperando todavía"._"Sí... sí, esa fue una época muy difícil...!", respondió Gómez. _"Imagínese cómo son las cosas _continuó Arenas_. Yo comencé en el Batallón Guardia Presidencial y cuidaba a doña Lorencita Villegas de Santos. Pero me vine para el monte, allá para García Rovira, donde comenzamos a luchar porque yo era muy liberal... muy liberal". _"Vea Jacobo _increpó Gómez_ por eso es que tenemos que hacer la paz...". _"Mire _respondió_ usted es uno de los dirigentes más respetados del país. Usted es un hombre de principios. Usted tiene palabra, con usted podemos hacer historia... venga y se toma un brandy conmigo y conversamos...". _"Usted sabe que yo no voy a conversar por conversar, Jacobo. Si usted me garantiza que entre mi elección como presidente y el día de mi posesión podemos organizar la paz en este país, yo le puedo mandar a alguien para que iniciemos un acercamiento". _"Hay mucho tema _ dijo Arenas_. Está todo esto de la seguridad nacional, del estado de sitio... Fíjese que ni cuando las 'repúblicas independientes' pudieron acabar con nosotros. Ahora los muchachos están por todo el país...". _"Es que sí había 'repúblicas independientes' _replicó Gómez_. Lo que pasa es que yo nunca he tenido una oportunidad de gobernar. Yo le puedo contar mucho sobre eso... Yo le mando a alguien...". _"Mire, en este país hay que abrir compuertas y levantar esclusas. El país está equivocado con los interlocutores. Aquí solamente podemos hacer la paz entre los duros. Hemos hablado con todo el mundo. Con notables, con periodistas, con políticos, con mucha gente del país. Usted es un duro y yo con un duro soy capaz de hacer acuerdos. Es que, vea, a nosotros nos han matado mucha gente y solo un duro nos puede dar garantías. Por eso podemos hacerle...". _"Entonces yo le mando a gente muy cercana... Yo le pregunto a mi hija, María Mercedes, y a algún otro amigo". _"Hágale, pues. Así comenzamos bien. Usted tiene palabra, yo le doy la mía...".
Armar el viaje
En la mañana del día siguiente, Gómez se dedicó a conseguir un helicóptero que llevara hasta el secretariado de las Farc, empotrado en las montañas que enmarcan a los Llanos Orientales y en los cañones que atraviesa el río Duda, a la comisión que se disponía a integrar con dos de sus amigos y su hija María Mercedes.
La situación de orden público se había vuelto aún más compleja. Desde que se rompieron las conversaciones con el gobierno, el narcoterrorismo había reanudado sus ataques, en esta ocasión de una forma indiscriminada y virulenta contra la población humilde y sin influencia, causando múltiples y consecutivas muertes, especialmente en Bogotá, donde el clima de terror había minado por completo el clima de la campaña presidencial. Si en Medellín el cartel de la zona asesinaba policías al monto de dos millones por cabeza, el estremecimiento en las dos principales ciudades del país resultaba de tal dimensión, que en el resto de la Nación el desarrollo de la justa electoral se verificaba en medio de las más impresionantes medidas de seguridad. El cercamiento había sumido a la Nación en un desasosiego y una melancolía que no encontraban fácil redención.
Desde que Barco hubiese iniciado la guerra contra el narcotráfico, había expedido, al mismo tiempo, varios decretos en los que se aumentaban las penas para aquellos que, a través de las armas, pretendían derrocar al gobierno y anular el régimen constitucional. Había convertido en delito el proselitismo armado y había afianzado los mecanismos de la justicia sin rostro.Aunque el Ejército se concentraba en su combate al narcoterrorismo, la lucha guerrillera seguía en auge. Salvo por algunos contactos iniciales con el EPL, en retirada tras varios triunfos de las brigadas móviles en el bajo Bolívar, cualquier acercamiento con el grueso guerrillero de las Farc o el ELN había sido desestimado por sus comandantes que consideraban al gobierno de Barco sin vocería y sin fuerza.
Las conversaciones de Gómez con Arenas eran, pues, un mensaje en el sentido de que, más que en Barco o el candidato oficialista, veían en él a una persona con la que se podía organizar un proceso expedito, a término fijo, que pudiese terminar en la paz.
Con la comisión lista, Gómez consiguió rápidamente el helicóptero. Llamó a los generales de mayor jerarquía para obtener el permiso de ingreso en la Uribe. Replicaron que esta era zona de guerra y que tal permiso solo podría provenir de instancias superiores. Gómez llamó al secretario general de la Presidencia, Germán Montoya, que se abstuvo de dar una respuesta afirmativa, pero tampoco cerró las puertas, en espera de una conversación con el Presidente. Como ella no se produjese, Gómez insistió ante los generales. Estos ratificaron que no podían hacerse responsables de la seguridad de la comisión, ante lo que Gómez increpó que solo estaba buscando la autorización. En los siguientes días, le dijo a Montoya que podrían expedirse unos salvoconductos temporales de 48 horas, y que esperaba la contestación presidencial. Esta nunca se produjo.
No hay reuniónEn el transcurso, las Farc habían expedido un comunicado, firmado por Arenas, en el que se mostraba disposición a revisar una eventual agenda con la comisión que Gómez enviaría. Mientras éste hacía públicos los nombres, permanecía, en privado, la negativa gubernamental a cualquier acción en este sentido. En los sondeos internos se hacía evidente que, a medida que Gómez se introducía en el tema de la paz, su posición incrementaba considerablemente en la captura de opinión.
Gaviria, cabalgando en una valla con la imagen de Galán, había conmovido los sentimientos y, por lo tanto, había hecho una campaña relativamente silenciosa, no solo por razones de seguridad, sino también de táctica. Aunque de procedencia barquista, Gaviria había logrado que no se le señalara afecto o compromiso con el gobierno, de manera que su aureola galanista brillaba sin mayor problema. Lo mismo ocurría con Navarro que, sucesor de Pizarro, se remontaba a su nombre para despertar sentimientos favorables. Lloreda, en cambio, no tenía asidero sentimental, de manera que adelantaba una campaña por medio de la razón, cuando esta se encontraba impregnada de sensaciones y afugias.Con dos millones 800.000 votos Gaviria obtuvo la Presidencia. Gómez, satisfecho con su millón y medio de votos, atinó a decir en la intimidad de su biblioteca: "Obtuvimos que el régimen no se cerrara sobre sí mismo".
Gaviria logró tan solo 400.000 votos adicionales a los que había obtenido en la consulta popular. Estando muy lejos de lo que, cuatro años atrás, había logrado Virgilio Barco, era claro que debía hablar con todos los sectores. Lloreda y Navarro, casi empatados alrededor de los 700.000 votos, podían, también, contar con la vocería hacia la virtual Asamblea Constituyente.La campaña de Gómez, en permanente ascenso, había logrado en un mes y medio el objetivo de conquistar la opinión sin recurrir a la maquinaria. Vistos los resultados, era claro, según los especialistas en encuestas, que de haberse lanzado con anterioridad, o si se hubiera acogido el aplazamiento de las elecciones, hubiese continuado en aquella ruta ascendente. Como no se trataba de ello, sin embargo, era evidente que el propósito de revertir lo que había sucedido durante el cuatrienio de Barco estaba por darse. Al colgar, Gómez se quedó pensativo. Enfundado en su bata, en medio de la gran biblioteca decorada con cuadros _en verdad, retratos al óleo que el mismo autor le había regalado_ del afamado pintor comunista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, se dirigió al pequeño escritorio. Acababa, sin duda, de ocurrir una histórica conversación en la que el dirigente más aprestigiado de la centroderecha abría un camino para conversar con uno de los más curtidos revolucionarios de la izquierda radical.