Joyce Carol Oates

Una historia violenta

Hace dos meses, la prolífica escritora fue nombrada la humanista del año por la Asociación Norteamericana de Humanistas. ¿Quién es esta escritora cuyos temas giran en torno a la vida cotidiana y a la violencia del norteamericano promedio?

Jason S. Polley
19 de septiembre de 2007

Joyce Carol Oates (Lockport, 1938), la escritora seria más prolífica en Estados Unidos, ha publicado más de 110 libros. ¿O serán 120, o 130? No es fácil hacer la cuenta de sus publicaciones, ni qué decir de leerlas todas. ¿Alguien lo ha hecho? ¿Lo habrá hecho ella?
Las llanuras abiertas y vacías del oeste del estado de Nueva York, donde creció Oates, dejaron una impronta imborrable en su carrera: vive para llenar los espacios en blanco. Ella es como un actor beckettiano, solo que llena el escenario no con movimientos calculados, sino con un interminable flujo de palabras. Como dijo el crítico y escritor Joseph Epstein entre chiste y chanza, Oates (que ha ganado tres veces el Pulitzer y dos veces el National Book Award) teclea a la velocidad de una mecanógrafa neoyorquina.
Profesora de escritura creativa en Princeton, deportista dedicada, escritora de cuentos, autora de novelas para niños, dramaturga, poeta, ensayista, crítica, editora y novelista una vez más (Oates también escribe bajo los seudónimos de Rosamond Smith y Lauren Kelly), durante los últimos diez años, ha tenido de manera rutinaria dos libros en la imprenta a punto de publicarse.
Realista antes que nada, Oates incorpora con frecuencia el tema del castigo y representaciones de la justicia en su obra. Su novelas se centran en hombres y mujeres caídos en desgracia, en la ruina y la venganza, e incluyen, para enumerar unas pocas al azar, la oscura sátira suburbana Gente adinerada (Tusquets, 1971), la novela en clave sobre el escándalo sexual que sacudió a Princeton a finales de los ochenta titulada Nemesis (1990); el himno sensacionalista sobre el poder de las jóvenes Puro fuego: confesiones de una banda de chicas (Círculo de Lectores, 1997); la novela antiépica Qué fue de los Mulvaneys (Lumen, 2003) y la crítica virgiliana de la vida en los pueblos en Estados Unidos, La chica tatuada (2003). A pesar de reconocer la influencia de hombres norteamericanos –ella menciona a Thoreau, Henry James, Faulkner y Bob Dylan–, Oates guarda sus mayores elogios literarios para Sylvia Plath, la conocida poeta que se quitó la vida en 1963 a los treinta años y autora de Campana de cristal. Oates describe la seminal obra como una pieza artística casi perfecta.
La primera persona siempre merodea por los márgenes tanto de su ficción como de sus ensayos. Bien sea en Blonde (Plaza y Janés, 2000), la falsa autobiografía de Marilyn Monroe de 944 páginas, una novela que nos va ganando y absorbiendo a medida que vamos pasando las páginas hasta seducirnos por completo; o en el horror gótico y la contenida brutalidad de Ojos de serpiente (1992) –que al igual que la feroz y acelerada Puro fuego fue adaptada al cine–; o en Del boxeo (Tusquets, 1990), sus tres ensayos eruditos, tan aclamados por la crítica, en los que formula su interpretación del boxeo como paradigma de la cultura contemporánea.
Con todo, a pesar de la variedad de géneros que Oates explora, su voz es inconfundible. Una voz mordaz, crítica, que no maquilla sus temas principales: la violencia y el silencio, las apariencias y la fama, la desigualdad entre el campo y la ciudad y la venganza personal en la vida cotidiana de los Estados Unidos. Oates nunca pasa por alto la oscuridad y el espectáculo que caracterizan a la Norteamérica en la era post-Kennedy. Se ocupa de la exacerbada lujuria por la violencia y la sangre que la sociedad norteamericana intenta convertir en glamour. Pero el glamour, sin contar con su breve y fracasado coqueteo con Hollywood, nunca ha sido su meta.
La razón por la que Blonde tuvo tan buena acogida entre críticos y lectores fue porque Marilyn resultó ser una persona trágica y no solo una historia; una mujer real, pensante, guerrera, agobiada y abusada, y no solo la construcción impersonal de una máquina de hacer plata rubia y voluptuosa que inventó la industria del cine.
La característica más recurrente de la obra de Oates es su fascinación por la construcción de personajes, en los que prima una necesidad de triunfar, de ser reconocidos, de ser premiados por la sociedad. Es allí donde entra el boxeo con todo su poder simbólico: “Dentro de un iluminado cuadrilátero –escribe en Del boxeo– el hombre existe in extremis, al llevar a cabo un rito atávico o agon para el misterioso alivio de quienes solo pueden participar de forma indirecta en el drama: el drama de la vida en carne y hueso. El boxeo se ha convertido en el teatro trágico de América”. Oates se pregunta: ¿Por qué y cómo podemos encontrar consuelo presenciando el sufrimiento de los otros? ¿Por qué no podemos vivirlo en carne y hueso? ¿Qué barrera hay entre nosotros y la necesidad humana de llevar a cabo una lucha mano a mano por la supervivencia?
La respuesta se encuentra en los espacios en blanco que ella sigue llenando. Y que cada uno de nosotros debe encontrar y llenar, en vez de seguir los conocidos pasos de los agentes del poder o de los zorros de los medios de comunicación. La vida real no se resume en sangre y violencia. Tampoco en la amenaza y la venganza. Al contrario, vivir es reconocer que no hemos acabado, que nunca alcanzamos nuestros límites.