| Foto: URT

Morroa, Sucre

Escolástica: la primera mujer restituida

La historia de cómo una mujer, a sus 72 años, abrió la puerta para que cientos de otras víctimas del conflicto pudieran volver a sus tierras.

15 de octubre de 2020

A Escolástica nunca le regalaron nada. Por el contrario, le quitaron todo cuanto tuvo. Corría el año 2001 y esta mujer de tez trigueña y tan solo 1,48 metros de estatura tuvo que dejar su finca, en el corregimiento de Cambimba, del municipio de Morroa (Sucre) y salir con 10 de sus hijos rumbo a Sabanas de Cali para protegerse de los enfrentamientos que aturdían la zona.

Su esposo, Héctor Martínez, no tuvo otra opción que permanecer en la vivienda. El hijo menor de la pareja, Alis Martínez —que para entonces tenía tan solo 11 años— sufría de polio, una enfermedad que le impedía seguirle el paso a sus hermanos por el riachuelo que recorrieron para no encontrarse con los guerrilleros de las Farc o los soldados del Ejército Nacional que los enfrentaban. Se metieron a una pequeña pieza donde el hombre guardaba el coco que cosechaba. Permanecieron allí durante más de 10 horas, hasta que la balacera terminó y pudieron emprender camino a lomo de mula para alcanzar al resto de la familia.

En el terreno dejaron los sueños que habían construido desde que heredaron la finca de los padres de Escolástica. Dejaron también la tiendita que proveía a la vereda, unos cuantos cerdos, gallinas y otras vacas. Dejaron los cultivos que apenas iban a cosechar y, en últimas, la vida que por siempre habían querido vivir.

En Sabanas de Cali, un corregimiento del municipio vecino de Corozal, los recibió “un compadre”. Pero no era posible que una familia de 13 integrantes estuviera mucho tiempo de “arrimada”, como hoy dice Lucy, la hija número nueve del matrimonio. Como pudieron, empezaron a construir una nueva casa, donde también empezaron a construir una nueva vida.

Allí, el recuerdo de ese día de 2001 nunca se fue y volvía con mayor intensidad cada que en el pueblo había pólvora o cualquier ruido fuerte que perturbaba los nervios de Alis y afectaba su estabilidad por varios días. Pero como la tierra llama, tampoco se fue el deseo de regresar a la finca. En 2003, Escolástica y su esposo volvieron al terreno para ver cómo estaba. Y no fue lindo ver lo que vieron: la casa destruida, los terrenos inservibles.

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Regresaron a Sabanas con el corazón apachurrado y siguieron con la vida, seguros de que algún día regresaría para siempre a Pertenencia, para no dejar de pertenecer a ese terruño que, a pesar de los contratiempos, sabían que volvería a ser su hogar.

Pasaron más de 11 años. Sentada en la sala de su casa, con ventanas abiertas para apaciguar el calor de esta región sucreña, Escolástica vio que en las noticias anunciaban la creación de una entidad de nombre extraño—la Unidad de Restitución de Tierras—, pero lo que a ella le quedó sonando por días fue la explicación posterior que hizo el periodista: aquellas personas que habían sido desplazadas por la violencia podrían recuperar sus tierras y serían acompañados en el proceso judicial.

Con 72 años y la fuerza de quien todo lo ha luchado, armó una carpeta con papeles, le pidió a su hijo mayor que la acompañara y empezó el proceso que le terminaría devolviendo formalmente su parcela. Fue así como el 17 de enero de 2013 el Juzgado Primero Civil del Circuito Especializado en Restitución de Tierras de Sincelejo profirió la sentencia que le devolvió a la familia Martínez Mercado las 13 hectáreas que llamaron ‘La número uno’, pues ellos se convirtieron en la primera familia que veía restituida su tierra gracias a la Ley de Víctimas que se había firmado un año atrás.

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Ese día, que Escolástica aún conversa en su memoria pese a que ha empezado a tener algunas lagunas, ella lloró. No lo hacía solo por la emoción de tener de vuelta lo que nunca debieron arrebatarle, sino por la tristeza de que Héctor, su Héctor, no alcanzó a estar para vivir la dicha de regresar. Sentada de nuevo en la sala de su casa, recordó el día del 2003 en que caminaron cogidos de la mano sin musitar palabra después de haber visto la casa destruida.

La Unidad de Restitución de Tierras, desde su nacimiento, se había propuesto tener un enfoque de especial protección para las mujeres víctimas del conflicto que iniciaran sus trámites de restitución de tierras. Por eso, si bien ellas representan la minoría de las 125.828 peticiones que se han presentado ante la Unidad de Restitución de Tierras (URT) desde que la llamada Ley de Víctimas creó ese organismo en 2011, no es así si se revisan las 5.875 sentencias a favor, emitidas por jueces y magistrados de restitución. De los 10.073 casos en los que se ha decretado restitución, con corte a junio de 2019, el 52 por ciento son procesos en los que se le titula la tierra a una mujer.

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Colmenas de recuerdos

Con el terreno formalizado, Lucy Martínez Mercado pudo impulsar el negocio que había emprendido unos años atrás. Había estudiado apicultura en el Sena, en parte por la nostalgia del amor que su padre les tenía a las abejas cuando aún vivían en la vereda Pertenencia.

“Lo que nos tocó vivir no fue fácil”, dice con voz pausada y cadente, algo poco usual en su región. “Las arrugas de mi mamá le salieron después de salir de la finca. Y a nosotros, sus 11 hijos, nos tocó buscar cómo salir adelante sin la tierra para producir… porque es que nosotros somos del campo, de la tierra, cuenta.

Su primer proyecto lo montó con ayuda del Fondo Emprender. Tuvo un capital semilla para arrancar su primera granja apícola y hoy, a sus 40 años, ya recolecta miel que comercializa en Cartagena, Medellín, Cali y Bogotá. No ha tenido hijos, pero sus 25 sobrinos son más que suficientes, dice entre risas.

En Sabanas de Cali, con ayuda de profesionales que la visitaron, logró incluso crear un laboratorio para la modificación genética de las abejas, con lo cual ha podido aumentar su producción. “Lucy abejitas” la llaman algunos en la zona, un apodo que ella recibe con todo el gusto, pues se dice de ellas y para ellas. “Nunca he tenido un accidente. Ellas solo me pican cuando yo quiero que me piquen”, dice seria, con la solemnidad de quien ve en las abejas un ejemplo para la raza humana: trabajadoras, estéticas, organizadas, dadas al colectivo.

Su sueño, le dice a su madre de 80 años, es convertir a la finca en una granja apícola agroturística. Quiere que todas las personas puedan sentir la admiración que ella experimenta por las abejas, pero también desea que Colombia conozca, en parte, lo que han vivido las familias con la guerra. Le dice a su madre “berraca”, pero ignora que ella también ha vivido y construido muy a pesar de lo que les quitaron. Escolástica y Lucy, que este año se doblaron en edad, son un ejemplo de esa tenacidad con que las mujeres han seguido arando el campo colombiano, incluso cuando el conflicto se esforzó en expulsarlas de él. Quizás si Colombia aprendiera de las abejas, sonarían menos balas y cantarían más azadones.