Con los hilos de miedo tejiendo redes de vida
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Con los hilos del miedo tejiendo redes de vida

A través de la Organización Femenina Popular, un grupo de mujeres de Barrancabermeja sumó esfuerzos para proteger a una comunidad y, a pesar del peligro latente, luchar por la justicia y la verdad.

28 de noviembre de 2020
Bendita pandemia

Tejiendo redes de vida

A través de la Organización Femenina Popular, un grupo de mujeres de Barrancabermeja sumó esfuerzos para proteger a una comunidad y, a pesar del peligro latente, luchar por la justicia y la verdad.

El municipio santandereano de Barrancabermeja es el centro político y económico del Magdalena Medio; su importancia regional se debe a la actividad petrolera que se adelanta en este puerto desde principios del siglo XX. Barrancabermeja ha sido protagonista de la movilización social y fue epicentro del movimiento sindical en las décadas de 1970 y 1980, las cuales fueron fuertemente reprimidas por la fuerza pública y grupos de seguridad privados.

Desde finales de los 70, se fortaleció la presencia guerrillera de las Farc-EP y el Eln en la región, a través de expresiones armadas y de sus esfuerzos por construir una base social. El Eln consiguió hacer presencia importante en diferentes barrios de la ciudad a través del Frente Urbano Resistencia Yariguíes.

El 16 de mayo de 1998 se presentó la primera incursión de los grupos paramilitares a la ciudad, que derivó en una masacre en la que fueron asesinados 25 de sus habitantes. A partir de ese momento, el accionar paramilitar se intensificó, buscando fortalecer su control. Desde finales del 2000 las Auc iniciaron una ofensiva contra líderes sindicales, comunitarios y sociales que se desarrolló principalmente en los barrios populares.

La violencia paramilitar ocasionó profundos impactos en la comunidad barranqueña, entre los que se encuentran fracturas en la organización social por el temor generalizado de las acciones armadas. No obstante, y debido a la fuerte tradición de organización social, un número importante de iniciativas comunitarias y populares se articularon en defensa de la vida y el territorio en Barrancabermeja.

Arte y cultura

Gloria Suárez, con el micrófono, en una manifestación de la OFP.

“Empezamos a hilar esos miedos, a fortalecerlos y hacerlos red”

Gloria Suárez, coordinadora de la Organización Femenina Popular

En este contexto, la violencia llegaba a las casas con mucha frecuencia y generando terror. Hombres armados de los grupos paramilitares se tomaban los barrios, las casas, sometían a las personas que eran referentes de la familia o la comunidad. Ponían a los niños a informar en las esquinas, a las mujeres a atenderles y obligaban a los jóvenes a vincularse a su grupo. De esta manera se posicionaron en diferentes barrios y se apropiaron de un gran número de casas.

Las personas en las noches se desplazaban por el terror, incluso sin avisar a sus vecinos allegados. “Era un contexto de mucho temor, amenaza y desplazamiento. Ver salir todos los días camiones cargados de las casas, ver que una vecina no amanecía, nos acostamos, nos despedimos y al otro día no estaba la vecina, pues se fueron en la noche y no se sabe qué pasó”, cuenta de ese tiempo Gloria Suárez.

Las festividades que antes eran cotidianas también se vieron marcadas por el control territorial de los grupos armados. La novena del 23 de diciembre del año 2000 fue interrumpida por paramilitares armados que rodeaban a la población. El padre que oficiaba la novena gritó a todos los asistentes que corrieran a protegerse, mientras los hombres empezaban a disparar sin control. Este momento fue el preámbulo de la toma paramilitar y de una situación muy dura que duró 11 años, donde la violencia se convirtió en lo habitual, generaba preocupación e incertidumbre, mientras los silencios se hacían pesados y confusos.

Así, hacer gestos a las vecinas o llamarlas a escondidas se convirtió en una manera de alertarse mutuamente cuando había una amenaza cerca, cuando había hombres armados en el barrio, cuando ya habían dominado a personas de casas cercanas. De esa manera podían salir del barrio las familias que aún tenían oportunidad.

“Cogí bolsas y empecé a empacar. La ropa de navidad, juguetes y los regalos de navidad de mis hijos fue lo primero que empaqué. De esas cosas que uno después dice: ‘bueno, yo por qué empaqué eso y no llevé otras cosas que de pronto necesitaba más’”, cuenta en retrospectiva Gloria.

De esta manera transcurrieron los días y las noches de las personas de esta ciudad, haciendo frente a la toma de casas, la expropiación, el terror, el sometimiento, las desapariciones, los desplazamientos forzados, las torturas y a los homicidios... Lo cotidiano era la violencia y el temor. En respuesta a este miedo generalizado, se promovieron acciones colectivas, pues como plantea Gloria: “Uno no se atreve a entrar a un patio oscuro si está sólo, pero si está acompañado sí”.

Arte y cultura

La Casa de la Mujer fue derribada por los paramilitares.

Las llamadas entre las integrantes de la organización se convirtieron en una manera de defender la vida. Como acciones de supervivencia, las mujeres entregaban celulares para llamar en situaciones de urgencia, para denunciar actos de violencia, y escribían los números de teléfono en las paredes, en las tablas de las camas y otros sitios donde los niños podían esconderse para que desde allí pudieran reportar situaciones de peligro.

“Yo me acostaba con ropa, zapatos y el teléfono al lado todos los días. Mis hijos a esa edad sabían que yo no iba a sitios públicos por cuidarlos a ellos. La vida familiar nuestra, puertas hacia afuera, no existía. Los niños se sabían de memoria los teléfonos de Mercedes, que yo había escrito en las tablas de la cama, detrás de las puertas, en rincones donde veíamos que ellos se podían esconder. Ellos sabían que si se metían a tal rincón encontraban un celular. Esa era la dinámica de todos los días”, recuerda Gloria.

Cuando recibían llamadas o notas de otras familias, las mujeres de la OFP ayudaban llamando a Monseñor, a otras organizaciones sociales, a actores como Brigadas Internacionales de Paz y a las autoridades; incluso desarrollaban ellas mismas acciones humanitarias, haciendo jornadas de búsqueda de personas desaparecidas y yendo a los lugares donde familias, jóvenes, hombres y mujeres requerían ayuda y rescate, por estar detenidos por el grupo armado o siendo objeto de amenaza o tortura, entre otros.

“Llegaban 10 o 15 mujeres a un barrio a la hora que fuera cuando estaba en riesgo la vida de alguien”, cuenta Gloria. De esta manera la Organización Femenina Popular se convirtió en un referente de denuncia en la comunidad, pues era general el temor por denunciar ante las autoridades. A pesar de la desconfianza latente, la OFP sí denunciaba y muchas veces la información que se les daba a las autoridades llegaba rápidamente a conocimiento de los grupos paramilitares.

Y, siguiendo los principios de solidaridad, resistencia y autonomía las mujeres empezaron a tomar una postura de rechazo a los grupos armados. Se negaron a pagar los cobros de seguridad y no asistían a los ‘sancochos de cuadra’ que promovían, ni a las jornadas de limpieza al frente de las casas, pues estas eran estrategias que usaban los grupos armados para dominar y medir el control de la población. Estas decisiones, las pusieron en alto riesgo.

“Las mujeres no vamos a financiar la guerra. Cuando estaban haciendo el cobro de seguridad, el hijo de una de nuestras mujeres escribió en una hoja de cuaderno ´Aquí somos de la OFP` y la puso en la puerta. Y no golpearon en su casa”, recuerda Gloria.

Impacto positivo

Sin duda alguna, el mayor logro de todo este esfuerzo colectivo fue la protección de tantas vidas. Las mujeres de la Organización Femenina Popular destacan su decisión de quedarse en el territorio para “seguir siendo allí”, promoviendo principios de solidaridad, resistencia y autonomía de las mujeres, así como la importancia de la denuncia y de las acciones comunitarias para proteger la vida.

Mantenerse como organización sin renunciar a estos principios, adaptándose a lo que ocurría, es de los mayores logros que se podría rescatar en medio de tantos dolores. En el desarrollo de todo este trabajo surgieron iniciativas colectivas como la campaña contra el miedo ‘Ojo con la vida’, las movilizaciones con el lema “las mujeres no forjamos hijos /hijas para la guerra” y las redes de información. También las casas de la mujer promovidas por la Organización Femenina Popular (OFP) se convirtieron en una manera de defender la vida, en un espacio humanitario donde las personas buscaban protección y refugio.

Si bien fue posible salvar la vida de muchas personas, hijos, hijas, también hubo grandes pérdidas dentro de la organización, por homicidios o desplazamientos. Esto ha generado dolores profundos, marcas y cicatrices en las mujeres que dan su vida para proteger a su comunidad.

Aprendizajes en clave de convivencia y no repetición

Estos procesos que defienden el territorio y la vida arrojan varios aprendizajes para la construcción de paz. Primero, aprender que el conflicto armado ha costado mucho dolor y mucha sangre, pero que las mujeres han tenido que afrontarlo, levantarse y remendar el tejido social.

Esta historia enseña que pese al dolor y la barbarie, se deben conocer también los procesos de transformación con los que se ha buscado construir la paz integral, verdadera y completa, como derecho para todos y todas. “Ahí es donde están los aprendizajes, en ese convencimiento por la vida, por los derechos humanos, por la paz, eso es fundamental”, agrega Gloria.

Otro aspecto fundamental es el tejido social, esa capacidad de las personas de unirse en medio del dolor, del miedo e incluso en medio de las diferencias, para obtener fines superiores. En esto se ve la solidaridad; las acciones para enfrentar el miedo fueron posibles de manera colectiva en el territorio gracias al respaldo desde lo individual y a la unidad en los mensajes que promovían las mujeres en los diferentes sectores. “Esto generó una autonomía de las mujeres en las bases paramilitares donde tenían a todo el mundo sometido al silencio”, comenta Gloria al respecto.

Esta experiencia demuestra que, a partir de la solidaridad, fue posible tejer redes de vida a pesar del miedo. “Juntar esos miedos y hacerlos fortaleza. Empezamos a hilar esos miedos, a fortalecerlos y hacerlos red”, agrega.

1. Barrios como Las Margaritas, Primero de Mayo, Campestre, La Planada del Cerro, Palmas, Torcoroma, La Esperanza, Cincuentenario, Pueblo Nuevo, Camelias, Granjas, Altos del Campestre, Villarelis, Minas del Paraíso, Palmar, María Eugenia, Recreo, Américas, Tora, Yarima, Boston, Las Torres, San Pedro, San Judas, así como zonas cercanas a la avenida del ferrocarril y Pozo 7.