Nury Bustamante, 2020
Especiales Semana

Haciendo visible lo no invisible

Como fórmula para sanar las heridas de la desaparición y la zozobra, los habitantes de Puerto Berrío crearon el rito sagrado de adoptar a los muertos anónimos que bajaron por el río y enterrarlos en el cementerio. Hoy, cuidan sus tumbas para que les ayuden a encontrar no solo a otros desaparecidos, sino la paz.

21 de diciembre de 2020
Bendita pandemia

Los cuidadores de ánimas

Como fórmula para sanar las heridas de la desaparición y la zozobra, los habitantes de Puerto Berrío crearon el rito sagrado de adoptar a los muertos anónimos que bajaron por el río y enterrarlos en el cementerio. Hoy, cuidan sus tumbas para que les ayuden a encontrar no solo a otros desaparecidos, sino la paz.

“Si es cierto que la vida imita la ficción, este caso lo comprueba. En 1968, Gabriel García Márquez escribió El ahogado más hermoso del mundo, la historia de un pueblo costero al que un día llega un muerto arrastrado por el mar. Al salir del agua, el cuerpo era tan grande y tan bello que sorprendió a todas las mujeres y las hizo desear secretamente poder quedarse con él. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas. ‘¡Bendito sea Dios –suspiraron–: es nuestro!’ ”.

Rutas del conflicto. Especial Río Magdalena.

No siempre los pescadores de Puerto Berrío, Antioquia, lograban atrapar la vida entre sus redes. Por el contrario, durante muchos años tuvieron que dedicarse a rastrear la muerte que bajaba por el río y que se les aparecía sin aviso: eran cientos de cuerpos de personas no identificadas que pasaban flotando sobre las aguas, en una época triste en la que ese municipio, situado a orillas del Magdalena, permaneció azotado por la violencia proveniente de diferentes actores armados que causaron violaciones masivas de derechos humanos tales como desapariciones forzadas, torturas y agresión sexual, entre otras.

Ese cruel escenario acrecentó, sin embargo, el cuidado, la devoción y la ilusión de la comunidad. Los pescadores, por ejemplo, convertidos en testigos anónimos de esas procesiones macabras, fueron los primeros en cuidar de aquellos seres sin identidad que descendían por la corriente.

Pero no fue un trabajo fácil. La mayoría reconoce que pudieron ser muchos los cadáveres que no lograron rescatar, aunque los que lograron ser trasladados hasta el cementerio recibieron de la comunidad un lugar, una oración e, incluso, un nombre, aun sin saber su procedencia o quiénes fueron en vida.

En realidad, eso no importaba: la acción natural de redimirlos surgió en el pueblo al ver que aquellos cuerpos pertenecían a seres humanos, y la decisión de cuidarlos fue un acto de fe.

“Después de más de 15 años pescando, Elkin sabe que el río que bordea su pueblo guarda mucho más que peces y palizadas. El Magdalena contiene la historia de cientos que ni él ni otros pescadores han encontrado”.

Rutas del conflicto. Especial: Río Magdalena.

Con el tiempo, aquellas ánimas devuelven el favor: hoy, Puerto Berrío les reza, les pide, les llora y les acoge.

Sus tumbas son mantenidas con rigurosidad y se han convertido, con los años, en un templo, en un acto de convicción. Y lo que comenzó con una austera misa que se les ofrendaba cada ocho días, hoy es una tradición. Y los porteños encontraron en ella una identidad: una nueva forma de creer.

“Pudo ser la vehemencia con la que el río Magdalena arrastró los cuerpos que la violencia arrojó desde más al sur, o la fuerza con la que deseaban dejar de verlos a diario. Nadie lo sabe. En cualquier caso, hubo algo que llevó a los porteños, como son conocidos los habitantes del pueblo, a desarrollar una práctica que sorprendería hasta al más creyente: adoptar los cuerpos sin nombre que desde los años 80 han visto pasar por su río”.

Rutas del conflicto. Especial: Río Magdalena.

Nury Bustamante, habitante de Puerto Berrío, hace parte de esta historia. Su experiencia comenzó cuando uno de sus hijos, que estaba en el Ejército Nacional, fue amenazado de muerte. Ella recuerda que, en medio del temor, encomendó la vida del soldado a las ánimas, a Dios y a María Santísima y que fue entonces cuando alguien del pueblo le recomendó que, además, adoptara a uno de los NN –como llaman a los cuerpos rescatados del río–, pues “ellos hacían muchos milagros”. Cuidar de estos NN significaba mantener su tumba limpia y orar por ellos, al menos una vez a la semana y en particular los lunes, cuando los pobladores visitan el cementerio.

Pero el dolor fue más fuerte que la esperanza. Años después, a la desaparición de su hijo se sumó la de su otra hija, de 9 años, y entonces Nury decidió adoptar a otra persona no identificada para pedirle a su alma que le ayudara a encontrar sus seres queridos. En esta ocasión, desde su profunda pena, valoró de otra manera la importancia de cuidar la memoria de los NN. “El dolor es el que nos humaniza –dice– y nos hace reconocer lo que sentía aquella persona desconocida y pensar en cómo vamos a hacer para ayudar a quienes buscan a sus desaparecidos”.

Así, cientos de pobladores de Puerto Berrío que recuperan, trasladan, sepultan, nombran y apadrinan los cuerpos de aquellas víctimas anónimas de la violencia enfrentaron el dolor de la guerra y convirtieron en rito una realidad de violencia imposible de ocultar. Hicieron visible lo que, de por sí, no se podía ocultar, y aportaron un granito de arena a la dignificación de las víctimas con un acto que, tal vez con el tiempo, permita encontrar personas que hasta el momento se dan por desaparecidas.

Hoy, en el cementerio de este pueblo porteño se ven múltiples tumbas con cuerpos que nadie sabe quiénes son. A la entrada, hay una lista de personas asesinadas y desaparecidas que intentan, en silencio, ser reconocidas. Pero adentro deambulan las ánimas benditas de cientos de NN que nadie ha hallado, y que hoy les dan esperanza e ilusión a muchos de sus guardianes: los cuidadores de ánimas.

Según la Unidad de Víctimas, en el municipio de Puerto Berrío, desde la época en la que hizo presencia el paramilitar Ramón Isaza, se han registrado alrededor de 1.112 asesinatos y 538 desaparecidos. Tan grave ha sido la situación que, para marzo de 2020, la Jurisdicción Especial para la Paz puso la lupa sobre esta región de Colombia; especialmente sobre su cementerio. “Es necesario adoptar medidas cautelares urgentes para proteger los lugares en donde se ha evidenciado que existen presuntamente cuerpos no identificados de víctimas del conflicto en riesgo y que sin lugar a dudas constituyen, además de un significado moral y espiritual para los familiares de las víctimas, evidencias o medios de prueba de los delitos que sobre sus familiares se hayan perpetrado”, dice el llamado de la JEP.

Impacto positivo

A pesar de los efectos perversos que la guerra produjo sobre el territorio, en el municipio de Puerto Berrío se tejió un lazo colectivo alrededor de prácticas culturales y espirituales producto de la misma comunidad, que edificó una verdadera identidad entre sus habitantes.

A su vez, este mensaje de unidad logró contrarrestar los efectos que la guerra produjo entre sus individuos. En efecto –como lo señala Nury Bustamante–, mediante esas prácticas espirituales lograron hacerle duelo al dolor causado por la desaparición de sus seres queridos, al tiempo que conectaron ese lazo con ayudas colectivas para continuar viviendo sus vidas a pesar de las dificultades sufridas.

Finalmente, esta historia –y la comunidad que la protagoniza– logra visibilizar hechos de violencia que sucedían en la región y llamaron la atención de varias miradas. Por ejemplo, la Jurisdicción Especial para la Paz ha tomado medidas judiciales para proteger los cuerpos del cementerio e investigar las posibles graves violaciones de derechos humanos ocurridas en la zona, especialmente, durante la época en que hacía presencia en la región el grupo paramilitar al mando de Ramón Isaza.

Así mismo, esta historia fue visibilizada por nuevos protagonistas. En el año 2007, Nury Bustamante conoció a dos jóvenes universitarios, Daniel Orozco y Dalila Pulgarín, quienes la acompañaron en el proceso de hacer visible lo no invisible. Por su parte, el artista Juan Manuel Echavarría creó una réplica del cementerio de Puerto Berrío y elaboró el documental Requiem NN en el que dio a conocer esta nueva tradición.

Aprendizajes en clave de convivencia y no repetición

La fuerza de la comunidad, la solidaridad y las creencias colectivas son lo que la población de Puerto Berrío demostró a través de esta experiencia. Mostró que es posible, incluso, adoptar como propios los cuerpos y las almas de aquellos a quienes la guerra les quitó su nombre. Los habitantes evidenciaron un carácter solidario que los unió bajo un objetivo común.

A partir del valor que le dieron a lo humano –y a los cuerpos–, y transformando su propio dolor, comprendieron el impacto que causa la desaparición forzada en familiares, amigos, comunidades e, incluso, una nación. Por ello, también es una experiencia desde la que se pide justicia: un paso fundamental para pensar en la reconstrucción de las familias, de los proyectos de vida y de las comunidades en su camino hacia la superación y la no repetición del conflicto armado. “Así comenzamos a pensar en cómo ayudar a encontrar a las otras personitas perdidas. A mirar cómo buscamos ayuda para que el Gobierno se ponga la mano en el corazón y empiece a hacer algo por nuestros NN. Ya necesitamos saber dónde están, quiénes son sus familias”, concluye Nury Bustamante.

Referencias

Rutas del Conflicto. S.f. Especial: Río Magdalena, ningún nombre. Disponible en: https://rutasdelconflicto.com/rios-vida-muerte/especial/rio-magdalena/ningun-nombre.html