Especiales Semana

AGUA QUE HAS DE BEBER

Un revolucionario método colombiano para depurar aguas, despierta un gran debate

17 de junio de 1985

Los expertos que nos visitan se quedan asombrados: el río Bogotá es probablemente el mas sucio del mundo. Lleva las aguas negras de una ciudad de cinco millones de habitantes y las de veinte pueblos sabaneros y arrastra los desechos fabriles de un tercio de la industria del país. Materias fecales, jabones no biodegradables, abonos químicos, grasas, sales, mercurio, residuos de curtiembres, gasa de hospitales, cadáveres de perros, e inclusive metales preciosos. No de sangre y llanto, como en el Himno Nacional, sino de excrementos un río se mira allí correr. Se huele allí correr. Desde el hotel turístico del Salto de Tequendama, ese desague fétido por el que se vacían las deyecciones de Bogotá y la Sabana, se ve la catarata, cuando cae, no blanca sino gris
Pero es tal la magnitud del problema -de la ciudad de Bogotá sale un torrente de aguas negras de 24 metros cúbicos por segundo- que en general se piensa que no hay nada qué hacer. El doctor George Anderson, de la Universidad inglesa de Newcastle, una de las primeras autoridades mundiales en tratamiento de aguas, traído en estos días a Bogotá por la empresa de Acueducto y Alcantarillado, dice moviendo la cabeza: "Lo malo es que ustedes empezaron cien años tarde". Y entonces acuden a la mente imágenes de costos astronómicos, de sofisticadisimas tecnologías, de inmensas plantas de tratamiento, de tanques, tuberías, percoladores, agitadores, precipitadores, filtros, evaporadores.
Una empresa de tal calibre que sólo estaría en condiciones de operar la NASA, digamos, que tiene ya la experiencia de haber llegado a la luna. Y el costo: mil millones y pico de dólares, empezando ya y echando por lo bajo -y olvidando que vivimos en Colombia-, donde las "cláusulas de reajuste" de las empresas contratistas acaban duplicando siempre el costo original de cualquier obra. Fernando Carrizosa, director de Planeamiento de la empresa de Acueducto, habla a SEMANA de una "primera etapa" que podría empezar a operar en el año noventa para limpiar un volumen de cuatro o cinco metros cúbicos de agua por segundo a un costo de entre 200 y 250 millones de dólares. Pero la totalidad del problema costaría unas cinco veces más. Y al evocar esas cifras -y recordar que vivimos en Colombia- el hedor de los posibles chanchullos supera al del propio río Bogotá, que en los potreros vecinos a la Planta de Canoas deja privadas a las vacas.
Y sin embargo últimamente ha empezado a sonar un nuevo sistema para limpiar las aguas, bueno, bonito y barato. Tecnología colombiana, equipos que se pueden producir en Colombia, y un costo que podría reducirse a una tercera parte de cualquiera de los otros métodos conocidos. Su inventor, el físico e ingeniero quimico Jorge Miller, bogotano de 65 años que tiene dieciocho cajones llenos de patentes, no es, entre otras cosas, un desconocido para la NASA: una vez le vendió una pequeña bomba electromagnética para oxigeno líquido para cohetes espaciales.
El nombre del invento puede asustar al profano: "sistema de electrocoagulación y flotación", o "de flotación espumante". Pero lo que hay detrás de eso son unas limpias planticas de plástico que parecen de juguete. En la estación de bombeo que el Acueducto tiene en El Salitre funciona desde hace meses una planta piloto del sistema de Miller (Hidrotronic), al lado de otra que utiliza el método de los lodos activados (de Hidroestudios y la multinacional Black & Veach), y en medio de un pastizal de kikuyo y pasto Brasil donde se estudia para el Insfopal el sistema de los filtros biológicos (las raíces del pasto). Y al lado del vasto y complejo enredo de tanques, tuberías y sedimentadores unidos por puentes y escaleritas que es la planta de lodos, la sencillez y el tamaño de la planta de Miller sorprenden. Ambas tratan las misma cantidad de agua: unos dos metros cúbicos por hora. Pero el sistema de Miller es sólo una caja translúcida del tamaño de una nevera grande, en cuyo interior bailan millares de piedrecitas negras atrapadas en un costillar de electrodos de aluminio. En la superficie flota, y va escurriendo, una costra grumosa y espesa de fango de color y textura repugnantes, que misteriosamente no hiede: tiene apenas un vago perfume de jabon porque es una fango que está, por decirlo así, empaquetado en aluminio, y éste suspende instantáneamente el proceso de corrupción Por un tubo que asoma por debajo va corriendo agua clara.
La idea no es nueva. Desde 1888 se empezaron a hacer, en Inglaterra y los Estados Unidos, experimentos de purificación de agua por electrocoagulación. Pero fueron abandonados en todas partes porque presentaban un escollo insalvable: muy rápidamente los electrodos se colmataban (se encostraban de suciedad petrificada) y las exigencias de energía eléctrica se iban volviendo en consecuencia más y más elevadas. Y los métodos para limpiar los electrodos intentados en todas partes -desde un obrera con un palito hasta un sofisticado sistema de ondas ultrasónicas- resultan de un costo prohibitivo. Lo que se inventó Jorge Miller es simplemente eso: una manera sencilla y barata de limpiar los electrodos a medida que se van ensuciando, mediante un "lecho fluidizado": las piedritas flotantes que impulsadas por un chorro de aire van rascando y frotando sin cesar las láminas de metal de los electrodos.
A escala de laboratorio, todo el mundo está de acuerdo en que los resultados son espectaculares, y en instalaciones pequeñas también. Guillermo Sarmiento, ingeniero del Acueducto encargado del proyecto, dice a SEMANA que para tratar aguas contaminadas de residuos industriales de pequeñas fábricas el método es "la machera". Miller asegura, por su parte, que "el método ofrece numerosas ventajas en cualquier dimensión. No sólo disminuye a una octava parte los costos de inversión, sino que prácticamente suprime la parte más dispendiosa del tratamiento de aguas, que son las obras civiles: las grandes lagunas de oxidación donde las aguas negras reposan días enteros, corrompiéndose -es decir, siendo limpiadas por las bacterias". El sistema Miller hace en cuatro minutos lo que de otra manera toma un mínimo de ocho horas: y con esto, el tamaño del equipo se reduce a la centésima parte. Además, dice el inventor, el manejo de los lodos es mucho más fácil, pues salen secos (son hidrófobos). Se pueden entonces incinerar, dice Miller, o mejor todavía, separarlos de nuevo para recuperar sus ingredientes; puesto que, a diferencia de lo que ocurre con los sistemas normales de oxidación, aquí se recupera todo el material orgánico. Además, este método no solubiliza (y en consecuencia no devuelve a la corriente del río) los fosfatos ni los metales pesados. Y no devuelve tampoco los detergentes que no son biodegradables: en los demás sistemas el agua sale clara, pero con espuma. En resumen -dice Miller a SEMANA- "se recupera todo y se hace mucho más rápido".
No todo el mundo está de acuerdo, ni mucho menos. Cuando el sistema fue presentado hace dos años en un congreso de ingenieros, Acodal (la Asociación Colombiana de Ingenieros Sanitarios) saltó como picada por una víbora. El sistema no era "ni nuevo ni barato", afirmó al dia siguiente en un comunicado para la prensa. El ingeniero sanitario Jorge Arboleda Valencia, de Acodal, especialista en tratamiento de aguas, sugiere incluso a esta revista que hay intención fraudulenta: "Todo el sistema fue montado para confundir al posible comprador", sostiene Arboleda. Javier Ramírez Soto, consejero presidencial para asuntos de vivienda, había presentado el método de Miller ante Acodal como "una tecnología revolucionaria", y ante los ingenieros incrédulos se había bebido un vaso de agua del río Bogotá tratada en su presencia por el nuevo sistema. "Un espectáculo de circo -se indigna Arboleda-, de culebrero de pueblo". Y acusa a Ramírez Soto de "faltar a la ética" al promover el sistema Hidrotronic siendo funcionario público.
Pese a todo, el entonces director del Acueducto de Bogotá, Juan Manuel Lleras, pensó que valía la pena ensayar la idea. Fonade puso la mitad de la plata (en la investigación del método de Miller el acueducto ha gastado hasta ahora unos tres millones y medio de pesos; en la de los lodos activados, de Black & Veach e Hidroestudios, unos quince millones). La Universidad de los Andes hizo el seguimiento del proyecto, y en estos días acaba de sacar un informe preliminar al respecto.
Lo malo es qué el informe no satisface a nadie, y es, a decir verdad, bastante vago. "El equipo requiere todavía más optimización", dice la Universidad. Hablando en plata, afirma:
"aunque los costos de inversión del proceso Hidrotonic son menores, los costos de operación son mayores" (según una tabla adjunta, la operación y el mantenimiento del metodo Hidrotronic casi triplicaría el de los lodos activados y quintuplicaría el de los filtros biológicos). La Universidad piensa que "en grande escala" la aplicabilidad del método "no es concluyente", aunque es interesante en pequeña escala. Y reconoce que la investigación se hizo con la llamada "planta I", pues no hubo tiempo para hacerla con la "planta II".
Según explica Miller, la "planta 1" se diseñó para el río Bogotá en Fontibón, y no para el Salitre, en donde está operando. Y señala que los costos no tienen nada que ver con los indicados por el informe, pues éste añade una serie de cosas que su sistema no requiere -espesamiento de lodos, lagunas, etc. En el Acueducto también dicen que "la parte más discutible del informe son los costos". Entre otras razones porque, en lo referente a Hidrotronic, se han extrapolado a partir de los sistemas rivales, puesto que por tratarse de un sistema nuevo no existen datos del resto del mundo. Dice Carrizosa a SEMANA: "La extrapolación a partir de datos de laboratorio, o de una plantica piloto tan pequeña como la del Salitre, no se puede hacer. Nosotros preferimos en principio, por barato y fácil de operar y ya ensayado en el resto del mundo, el sistema de los filtros percolatores. Pero no creemos tener la verdad revelada. Hemos abierto el debate, y nos gusta este debate de Hidrotronic. Es demasiada la responsabilidad para que no se haga un debate. Se trata de tales sumas (mil milllones de dólares) que no nos parece excesivo gastar tres o cuatro millones de pesos en investigación. También ensayamos nuevos sistemas para evitar, por ejemplo, que se roben las tapas del acueducto: ¿por qué protestan entonces de que llevemos un año investigando distintos métodos para tratar las aguas negras?"
Ramirez Soto, el consejero presidencial, también responde a las criticas: "Todo lo que se haga en investigar está bien empleado" dice a SEMANA. "Yo en esto he actuado como técnico: me he reunido con técnicos a dialogar sobre problemas técnicos que conciernen al bienestar del país. Esa es mi función. Y además considero que es un derecho natural, y los derechos se ejercen, no se mendigan". Y Ramírez repite lo que afirmó hace unos meses en la asamblea de Camacol, en Barranquilla, hablando de las resistencias denodadas y feroces que despierta el invento de Jorge Miller: "como somos colombianos y no creemos en lo colombiano se ha pretendido que se ignore y se desconozca esta tecnología colombiana".
La verdad, sin embargo, es que no todo el mundo es tan escéptico (o tan "colombiano" en el sentido en que lo dice Ramírez Soto) como los indignados voceros de Acodal. Así, el Leman Croup, que es la firma que coordina los programas de urbanismo y sanidad ambiental de la "megalópolis" de los grandes lagos de Norteamérica, adquirió ya la tecnología Miller para distribuirla en el Canadá los tres estados norteamericanos limítrofes de los lagos, y la China, la India, Indonesia, todo el Africa... Y desde hace años, más de 5.600 pequeñas plantas depuradoras de la patente Miller son usadas por piscinas públicas y hoteles de Alemania, Suiza, Holanda y los países nórdicos de Europa.
Sobre todo, explica Jorge Miller a SEMANA, no tiene mucho sentido embarcarse en la colosal tarea de limpiar de un golpe el río Bogotá. Lo que hay que limpiar son los caños que van a dar al rio y lo contaminan, los afluentes de alcantarillas, fábricas, curtiembres. Y de ese modo el río correrá limpio por su propia cuenta. Los métodos tradicionales ocupan demasiado espacio para que eso sea posible. Pero los aparatos de Hidrotronic, que no requieren grandes colectores, ni tanques, ni lagunas de oxidación, ni hectáreas y más hectáreas de campo sembrado de kikuyo o de pasto Brasil, caben en cualquier parte: en cualquier sótano o en cualquier esquina.
En Colombia misma, y pese a Acodal, ya se están utilizando numerosas plantas de Miller. Los militares tienen una en Indumil de Sogamoso, y otra de agua potable en la Escuela de Artillería de Bogotá. Según explican a SEMANA, esta planta les costó algo menos de dos millones de pesos, y operarla les sale entre 20 y 30 mil mensuales. Antes por la misma agua para dos mil personas, le pagaban al Acueducto entre 460 y 480 mil pesos al mes. Cementos del Norte, en Cúcuta, limpia con otras plantas sus residuos industriales. Y en la urbanización Las Margaritas, también en Cúcuta, doscientas familias tienen con una planta Hidrotronic un acueducto autonomo y completo.
Porque el sistema, con la adición de una pequeña planta de cloro a partir de sal común y electrodos de plata (desarrollada también por Miller) no sólo tiene el objeto de limpiar aguas negras, sino también el de producir agua potable. A partir de aguas crudas, o a partir de aguas negras. Por cuenta del gobierno alemán, los resultados del método fueron analizados durante dos años por el famoso Max von Pettenkofer Institute de Higiene y Medicina de Munich, que descubrió que el método acaba con todos los microbios cloro-resistentes y con los elementos cancerígenos de las aguas contaminadas. Miller explica a SEMANA que es perfectamente posible, en zonas o barrios donde escasee el agua, construir acueductos que la estén reciclando permanentemente para usar siempre la misma: el agua puede salir, por ejemplo, de un lago artificial, ir a las casas, salir convertida en aguas negras que irían a una planta depuradora de la cual saldrían convertidas en un riachuelo limpio y cristalino lleno de pescaditos de colores para volver al lago y recomenzar todo el proceso. El único problema seria, dice Miller, psicológico: convencer a la gente de que no tiene nada de sucio beber, una vez depurada, el agua que ya usaron.
Se trata, claro está, de uno de esos espectáculos de circo que irritan al ingeniero Arboleda Valencia. Pero en Colombia la mitad de la población carece hoy de agua potable. En estos días publicaba El Tiempo una fotografía que mostraba gente de los barrios bogotanos de San José, Ciudad Jardín del Sur, Gustavo Restrepo y Pijaos sacando agua de una alcantarilla para cocinar con ella, (si encuentran cocinol para hervirla). Evidentemente, hay otro problema: que en Colombia -como señala a SEMANA Arboleda Valencia-, no se puede confiar en la corriente eléctrica, y las plantas de Miller funcionan con electrodos. (Aunque, claro está, todos los demás sistemas de depuración de aguas funcionan también con electricidad). La tecnología, pues falla por otro lado. Pero en sus cajones de patentes Miller guarda también las de unas pequeñas plantas eléctricas inventadas por él, que funcionan con agua o viento para producir hasta 300 kilovatios, a un costo irrisorio, totalmente fabricadas en el país y que ya se exportan a la Argentina y la República Dominicana.
Lo malo es que el costo es demasiado irrisorio. Y el ICEL, en consecuencia, dice que es imposible que el método funcione...