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Bogotá: ¿Oasis en peligro?

La revolución capitalina cumple 10 años pero no todo es color de rosa para este ejemplo urbano en América Latina. ¿Cuáles son las amenazas?

1 de diciembre de 2002

Como dos buses Transmilenio a toda velocidad y frente a frente, dos percepciones de Bogotá han estado enfrentadas durante este año. Por un lado está la ciudad progresista, moderna y cosmopolita, mientras que por el otro hay una urbe con cada vez más pobres, desplazados, huecos en las calles y acorralada por el terrorismo urbano.

Los bogotanos se preguntan con razón cuál de las dos caras de la capital es la verdadera. ¿Acaso la revolución de Bogotá, que la convirtió en un oasis en medio de la guerra y la recesión, está en peligro?

No es una pregunta retórica. Como en la Edad Media, cuando las ciudades eran amenazadas por los ataques de las tribus bárbaras, las urbes contemporáneas también sufren sitios. En el caso bogotano la economía, la inseguridad y la política son los frentes en los que los logros de las últimas administraciones podrían estancarse y hasta retroceder. Esta semana el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) le dará un reconocimiento a la ciudad por su experiencia de gobierno y la pondrá de ejemplo por seguir para los países latinoamericanos. Es buen momento para pensar en el futuro de este modelo que le cambió la cara a Bogotá.

Ojo a la economia

Hace unos dos años, mientras el desempleo campeaba por el país y las ciudades se declaraban en quiebra, la capital mantenía unos niveles aceptables de desocupación y la inversión pública suplía a un sector privado debilitado y golpeado por la crisis económica. A un marco institucional moderno y a un saneamiento del gobierno de la ciudad se le sumó una importante inyección de capitales extraordinarios, los que hicieron realidad ambiciosos proyectos como el sistema de transporte masivo Transmilenio, la red de bibliotecas y la inauguración de hermosas obras públicas.

Esos dineros se invirtieron en su totalidad y el músculo financiero de la administración regresó a la normalidad bajo el mandato de Antanas Mockus. Este par de años se han dedicado no sólo a buscar nuevas fuentes de financiación sino a garantizar la sostenibilidad de las inversiones hechas. No es un secreto que cada peso que se gastó requiere otro tanto para no dejar perder la obra. En general, el manejo de las finanzas públicas es responsable y goza de unos buenos indicadores en comparación con otros entes territoriales del país (ver artículo). Esto es de resaltar ya que la crisis financiera de los centros urbanos ha afectado hasta a Estados Unidos según un informe de The New York Times.

Sin embargo no se puede decir lo mismo de la actividad de la economía de Bogotá en su conjunto. Según cifras del proyecto Bogotá Cómo Vamos la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto cayó de 3,1 por ciento en el año 2000 a 2,3 en 2002. El Observatorio Económico de la Cámara de Comercio de Bogotá alerta sobre los malos comportamientos de indicadores como las ventas de los comerciantes, que cayeron en comparación con enero, y las exportaciones, que sólo crecieron en 4 puntos porcentuales.

Este aspecto en particular ha llamado la atención de la administración Mockus, que ha incluido en sus prioridades de gobierno el estímulo al desarrollo económico de la capital mediante los clusters exportadores.

Otra situación preocupante es la del empleo. Tanto la tasa de desempleo como la de subempleo han crecido. En los últimos dos años los subempleados han aumentado unos 7 puntos. Las ventas ambulantes en calles y semáforos son un indicador inocultable de las consecuencias sociales y económicas de estas cifras. No es gratuito que en la encuesta Gallup contratada por SEMANA los bogotanos califiquen el desempleo como el segundo problema más grave que hoy aqueja a la ciudad, con 23 por ciento, muy lejos de temas como la corrupción o la congestión del tránsito.

Ya es evidente que el dinamismo de la economía capitalina no puede depender de la liquidez de la caja del Distrito. El gasto público es importante y continuará inyectándole recursos a la ciudad, pero en la revitalización de las empresas privadas está la llave para generar suficientes puestos de trabajo que palien un poco la crítica situación de los 1,8 millones de habitantes de la capital sin empleo o subempleados.

La amenaza fantasma

A pesar de que el tema económico es preocupante los bogotanos identificaron la inseguridad como el problema más apremiante de la capital. Pareciera paradójico ya que los índices de homicidios siguen cayendo y esa experiencia se ha convertido en ejemplo también para otras ciudades del continente. Según el comportamiento de esos indicadores Bogotá es hoy más segura que Washington, Caracas, Rio de Janeiro y Brasilia.

No obstante los continuos ataques terroristas de este año han disparado las alarmas, no sólo de los organismos del Estado sino también de los ciudadanos. El fantasma del narcoterrorismo de principios de los años 90 sigue presente en la memoria de los capitalinos. Las imágenes de los muertos de El Cartucho, las bicicletas bomba, el ataque a la Fiscalía General de la Nación y demás acciones producen una sensación de zozobra generalizada que ha sido inteligentemente manejada por el alcalde Antanas Mockus.

Al mejor estilo de Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York, Mockus ha desplegado un fuerte liderazgo cívico con su política de resistencia civil para contrarrestar el efecto del terrorismo en Bogotá. Ante las tragedias ha puesto el pecho, no se ha amilanado y ha sabido comunicar la necesidad de colaboración entre la ciudadanía y las Fuerzas Militares para prevenir los ataques. Un 53 por ciento de los habitantes apoyan al burgomaestre en su campaña aunque las medidas de seguridad pasan raspando con un 3,2. Hay que ser realistas y entender que Mockus no evitará futuros actos terroristas en la ciudad. Tal misión es casi imposible. Pero darle fuerza a una red cívica es una estrategia coherente que blinda a Bogotá del caos y del miedo.

No es fácil para las autoridades distritales borrar de la memoria de los ciudadanos la percepción de una capital rodeada de frentes de las Farc por todos los flancos, con sus goteras invadidas de subversivos y sus barrios marginales como escenario de enfrentamientos territoriales de milicias, paras y guerrilleros. En esa imagen hay algo de cierto pero mucho también es exageración. Sin embargo la ciudad debe estar preparada.

El retorno de la politica

Más que las dificultades económicas y el problema de seguridad, es el panorama político el más nublado para la capital. No se necesita analizar mucho para darse cuenta de que la revolución bogotana, que cumple 10 años, ha dependido en gran medida del liderazgo individual de alcaldes como Enrique Peñalosa y Antanas Mockus. Sin demeritar el esfuerzo de sus equipos de gobierno, formados por funcionarios competentes y honestos, han sido las directrices de estos dos líderes las que le han dado forma al espíritu de cambio en esta década.

No obstante la política bogotana no es tan madura ni tan moderna como parecieran indicar las elecciones a alcalde. Tanto el Concejo Distrital como las Juntas Administradoras Locales son espacios en los que el clientelismo tradicional está enquistado y no parece dar su brazo a torcer. A pesar de los esfuerzos de la administración Mockus para construir unas relaciones con los concejales que no dependan de los puestos y los contratos la mayoría de ellos le han bloqueado numerosos proyectos. Sin embargo hay que reconocer que una minoría de concejales ha respaldado al Alcalde en temas tan impopulares para los políticos como los impuestos.

A esto se le suma la ausencia de sucesores claros, tanto de Mockus como de Peñalosa (ver artículo siguiente). La Alcaldía de Bogotá es un territorio virgen para conquistar porque los gobiernos de la ciudad no se han traducido en proyectos políticos capaces de promover líderes con carisma entre los habitantes.

Así, el sucesor de Mockus necesita, más que reconocimiento nacional o calidades ejecutivas, una claridad política para entender los acuerdos mínimos a los que han llegado los bogotanos en estos 10 años de buenas administraciones. El apoyo a la recuperación del espacio público, el manejo fiscal austero y serio, la fuerte inversión en rubros sociales como salud, educación y desmarginalización, el mejoramiento del sistema masivo de transporte, son políticas que gozan de un amplio respaldo ciudadano y que ningún futuro alcalde podría alterar.

Las cifras hablan por sí mismas. El modelo de gobierno de Bogotá es un éxito. La cobertura neta de educación ya alcanzó 90 por ciento mientras que 86 por ciento de los capitalinos están cubiertos por el Sistema General de Salud. Además las redes de acueducto ya cobijan a 96,3 por ciento de los habitantes y las de alcantarillado a 88 por ciento. A diferencia de otras ciudades latinoamericanas, como Caracas, Bogotá mantiene unido su tejido urbano y no se ha dividido en municipalidades ricas y pobres con las consecuencias sobre la equidad que eso trae.

En conclusión, esta década de cambios le ha permitido a la ciudad construir sus defensas para afrontar los peligros del crecimiento de la pobreza, la inseguridad, la debilidad financiera y la incertidumbre política. No obstante las demandas ciudadanas siguen presionando a una administración que ahorra e invierte bien. Como escribía el poeta colombiano Juan Manuel Roca: "Como el caracol que lleva a cuestas su propia casa, el hombre moderno lleva la ciudad adentro".