Especiales Semana

DIA DE LA MADRE

4 de junio de 1984

NO TAN MADRES
Hay madres de madres y María Antonieta no fue precisamente un modelo.
Dijo Dios a la mujer: "Agravaré tus trabajos y tu preñez parirás con dolor. La pasión te llevará a tu esposo y él te dominará". (Génesis 3-16). Así comienza la historia de nuestra maternidad, manchada con la sangre de la herida que produjo la cólera divina; las mujeres perpetúan su papel de abnegación y dolor a fin de permitir por su sacrificio el florecimiento del fruto que han puesto en el mundo y que necesitará hasta su maduración de su savia nutritiva, sus ramas protectoras y sus raíces firmes e inmóviles.
La sociedad occidental moderna, presenta este amor maternal como una constante necesaria para el bien del niño, de la familia y la sociedad. Sin embargo, este amor que hoy consideramos instintivo y natural y que ante nuestros ojos aparece como un deber de toda madre, "un grito de la naturaleza", ha estado ausente en algunos periodos de la historia y una serie de conductas tanto de la mujer como de la sociedad en su conjunto dan prueba de ello.
En la Francia de los siglos XVII y XVIII el amor maternal y la condición del niño difieren mucho de lo que hoy pensamos al respecto. Para esta época el recién nacido no era propiamente la criatura enternecedora, protegida por escuadrones de especialistas y madres devotas. Para la religión era un ser imperfecto, cargado de pecado y símbolo de las fuerzas del mal. La ciencia médica y las madres lo consideraban un estorbo; para la primera por la incapacidad del niño de nombrar sus dolencias y para las segundas por los excesivos cuidados que se le debía otorgar; frente a esta situación se ven prácticas generalizadas que van desde el abandono físico hasta poner fuego a las ropas del bebé.
El primer paso de rechazo al recién nacido es la negativa maternal a dar el pecho. La costumbre de pagar una nodriza era propia de la aristocracia francesa, sin embargo esta práctica se generalizó desde la corte hasta la servidumbre, y para el siglo XIII ya existía en París una próspera agencia de mujeres que amamantaban hijos ajenos.
María Antonieta, Reina de Francia, esposa de Luis XVI; mujer. demasiado interesada en el ejercicio del poder y en la administración de los bienes del reino pero poco animada por sus "deberes" de madre puso en manos de las nodrizas la crianza de sus hijos. El abandono de los pequeños se producía unas horas después del alumbramiento y estos niños retornaban después de su crianza a la convivencia con un ser totalmente desconocido para ellos: su madre. Las razones principales, que mujeres como la Reina de Francia esgrimían para justificar su inacción eran, en primer lugar, que amamantar a los hijos era malo para la salud de la madre y segundo que dicha acción iba en detrimento del único y efímero atributo de la mujer, es decir, su belleza.
Por otra parte, cabe anotar que la muerte del niño, era para esta sociedad un acontecimiento banal que no producía la consternación y tristeza que produce hoy. Este rechazo de la maternidad puede explicarse en la medida en que ser madre no representaba nada socialmente y sin embargo era ésta la función social primordial otorgada a la mujer.
Francia fue el primer lugar donde se practicó el arte de vivir sin niños, las mujeres "olvidando" el llamado instinto maternal se lanzaron a buscar reconocimiento social fuera del yugo del marido, de las labores domésticas y de la crianza de los pequeños.
Las preciosas parisinas, cuya principal representante es la Señora de Rambouillet se presentaron resueltamente hostiles al matrimonio y a la maternidad, llegaron a la conclusión de la necesidad de que la mujer asumiera una frialdad rigurosa para poder ser reconocida socialmente por sus méritos e inteligencia y no por su capacidad reproductora.
Lo que hoy consideramos una virtud de nuestra cultura y de nuestras madres, lo que siempre hemos catalogado como instintivo y natural, es decir, el amor maternal, debe ser analizado en el orden de la cultura y de las mentalidades y no en el orden de la naturaleza; pues como lo demuestra el caso francés, el rechazo o aceptación de la maternidad depende de los marcos ideológicos, sociales y económicos sobre los cuales está articulado cada conglomerado humano.

-LUZ CASTRO DE GUTIERREZ
UNA MAMA GRANDE
Doña Luz Castro de Gutiérrez es una mamá grande, inmensa y en esto, poco tiene que ver el haber dado a luz a un hijo que llegaría a ser Ministro, significa mucho más que el hecho de procrear, es que ella ha movido cielo y tierra para que miles de niños que estaban destinados a nacer en un tugurio y frente a una partera improvisada, pudieran ver la luz en una sala cálida y en manos limpias y expertas. Todo por su tozudez en sacar adelante un proyecto que en su época hubiera resultado difícil hasta para el más quijote de los quijotes: la Clínica de Maternidad Luz Castro de Gutiérrez, un nombre familiar a los antioqueños. La historia de este centro asistencial para mujeres indigentes, para mamás abandonadas de todos: del esposo, de la sociedad, de la familia y hasta de los planes del gobierno, está llena de escollos, amarguras, triunfos pero sobretodo satisfacciones que dejaron un sabor dulce en todas las personas que la protagonizaron.
La clínica fue primero una fuente. Todo empezó cuando el grupo de señoras que formaban el cuadro de honor de la Sociedad de Mejoras Públicas, pensaron en hacer algo más que regalar claveles rojos el día de la madre; fue así como decidieron construir una fuente luminosa, porque, según ellas, la madre era algo así como una fuente de vida. Pero doña Luz en su innagotable recorrido diario. visitó un día el pabellón de maternidad del Hospital San Vicente de Paul y allí vio a una mamá dando a luz frente a más de veinte estudiantes, "en ese momento pensé que la pobreza también debe tener pudor y sin desconocer la importancia académica del hecho decidí que todo esto debería hacersé con discreción. Así me fui a revisar los fondos de la Sociedad y encontré los trescientos pesos para los claveles". Esto no la hizo desistir, siguió indagando y tropezó con una partida del Concejo por valor de cinco mil pesos para construir una clínica y así comenzó una pelea que duró más de veinte años. Primero consiguió un edificio construido literalmente de ladrillo en ladrillo y dotado de catre en catre. El edificio quedó impecable y comenzó a funcionar tan bien que el gobierno le puso el ojo, muy pronto llegó la orden de Bogotá, la clínica debía ser vendida al Seguro Social. Aquello fue un golpe bajo que tampoco la hizo deponer las armas. Se fue a Bogotá a hablar con el ministro de Hacienda que en ese momento era Antonio Alvarez Restrepo y aquellá visita que no fue bien vista dado el clima político existente y la marca liberal de doña luz, fue un completo éxito. Así comenzó a gestarse una nueva clínica de maternidad gracias a esta mujer tan terca en su empeño, que cuando la veían venir todos se preguntaban: ¿qué vendrá a pedir ahora?
Sin embargo, parecía que algo estuviera confabulado en contra de la idea y así, por cosas sin explicación, unos días antes de inaugurar la nueva clínica, el gobierno pactó una amnistía y volvió a poner sus ojos en ella para albergar a los guerrilleros que se dedicaron durante tres meses a desbaratar las camas, romper los colchones, obstruir los sanitarios y dejar el edificio lleno de piojos.
Tampoco esto la hizo retroceder, se limpió todo aquello y se comenzó a trabajar con un equipo muy completo, un pabellón de prematuros por primera vez en Medellín y una serie de programas educativos y de beneficencia que enseñaban a la mamá todo lo relacionado con su nuevo estado y además la mandaban para la casa con el ajuar completo para el bebé. Allí se daba toda la atención médica del caso pero lo que se daba a manos llenas eran afectos a personas que poco sabían de eso.
"Cuando la administración vio que ya contaban con recursos propios y que podían seguir solos decidieron deshacerse de esta vieja que estorbaba, le cambiaron el nombre a la clínica, cosa a la que yo no le dí mucha importancia porque con los años uno aprende a comprender todas las situaciones, además siempre trabajé por una causa y no por los halagos". Lo dice con extrema sencillez pero la delata su expresión de satisfacción por algo que ella siempre consideró como un deber: servir a los demás.
Se alejó de la clínica pero no del trabajo, siguió dedicada a otros frentes y en su hoja de vida figuran fundaciones como la de la Universidad de Medellín en la que es pieza fundamental, juntas, voluntariados, instituciones para menores. "Es que la palabra no desapareció de mi vocabulario, acepto todo lo que sea trabajo, de no ser por mi sólido fondo moral habría aceptado hasta las malas propuestas", dice risueña, porque sus palabras siempre están enmarcadas en una sonrisa cálida y bondadosa, es que ella es el prototipo de la mamá dulce y firme y de la abuela alcahueta. Mientras cuenta historias y conversa sin pausa y con todo el sabor, va dejando ver una sensibilidad extrema que se le sale hasta por los poros, todo la conmueve pero no para arrancarle lágrimas blandas sino para impulsarla a trabajar. Uno se queda mirando a esta mujer que hace honor a su nombre y parece como si se hubiera detenido en los veinte años, su lenguaje es fresco, joven, actual, liberal, es una mujer religiosa pero "no soy una viejita camandulera ni fanática, yo me entiendo con Dios directamente". Para una cosa sí es tradicional y estricta: para la conservación de la familia, para darle toda la importancia que tiene al papel de mamá, para entender que una mujer no debe apartarse de sus hijos por lo menos en los tres primeros años. "Yo no resisto una niñez solitaria, sin calor de mamá, por eso sueño con que el gobierno subsidiara a las madres con hijos pequeños obligadas por el hambre y la necesidad y por eso creo que es mucho más imperdonable lo que hacen muchas mamás ricas que abandonan sus hijos para dedicar su vida al salón de belleza, la moda y las actividades sociales, mientras sus niños están solos, encerrados en cárceles de cristal. Es que la vida es agridulce".
Esta es una Luz Castro de Gutiérrez a pasos largos, se levanta muy temprano y se acuesta muy tarde, en su cama lee los periódicos y las revistas porque "a mi edad no se pueden leer libros, cuando uno va en la página cincuenta ya se le ha olvidado el principio", allí también escribe sus ya famosas cartas que tienen la extraña propiedad de romper cualquier barrera, de conseguir auxilios para sus fines sociales.