Especiales Semana

DIVERSION Y ESPARCIMIENTO

2 de octubre de 1989

ESCAPAR DEL CEMENTO
No hacen falta mayores estudios para comprobarlo...
El mundo parece loco. Si existiera una máquina de tiempo, pobre de aquel hombre de siglos pasados que quisiera viajar a la actualidad. Le bastaría con detenerse durante un par de minutos en algún semáforo de cualquier ciudad relativamente grande del planeta, a eso de las 7 de la noche. Antes de enloquecer comprobaría que el mundo, definitivamente, parece loco - si es que de hecho no lo está.

Un semáforo es un buen medidor de presión. De esa única presión que no aparece en los libros de mecánica ni de ingeniería, ni de problemas del sistema circulatorio. Frente al poste tricolor rojo, amarillo y verde - de los cruces de calles y avenidas, los hombres de hoy suelen reflejar el peso de las enormes presiones que lo afectan en su contacto permanente con las "selvas de cemento" en que se han convertido las urbes de la segunda mitad del siglo XX.

Pitos y cornetas de automóviles y buses, chillar de llantas, alaridos, insultos... hombres que revisan con desconfianza su alrededor, ramilletes humanos que cuelgan de los buses inclinados por el peso, gente que se pelea por un taxi, jóvenes que corren detrás de los relojes y las cadenas, mujeres que miran la hora y luego se halan el cabello mientras el semáforo está en rojo, vendedores ambulantes que van de ventanilla en ventanilla... el panorama es preocupante. Las tensiones se han acumulado y el estrés deja ver alguna de sus formas de presentación. En la agenda también han quedado apresadas otras de sus manifestaciones: la explosión en plena junta directiva, el grito frente a los hijos, son minutos de retraso que van aumentando en el reloj.

Y la ciudad, con el humo de las fábricas y de los automóviles, con las casas apretadas que pisotean el verde del suelo, con los rascacielos que ocultan el azul celeste como una nube vertical, con las congestiones y las demoras, con la inseguridad y los temores, con todo esto y tal vez con lo que se queda entre el tintero por las angustias y los afanes del redactor, la ciudad se ha convertido en el verdadero símbolo de la vida moderna... una vida apresada entre moles de cemento.

Por eso se tilda de locos o de bohemios a los que algún día armaron su maleta y se fueron en busca del aire puro.
Cambiaron las hamburguesas por la zanahoria plantada en la huerta casera. Tal vez se quedaron armando un grupo de teatro con los hijos de los campesinos o decidieron montar un taller de artesania para vender vasijas y collares a los turistas.

Pero esos bohemios - también el redactor urbano aprendió a decirles asi-tenian alma de bohemios. Tenían sus esperanzas en un mundo que corria libre en el laberinto de su imaginación.

El mundo real - por querer hablar del mundo de la mayoria de los mortales - se mueve, precisamente, entre el cemento. La subsistencia depende de unas acciones que se venden a gritos en el ruedo de una bolsa de valores, depende del balance de un negocio que se anuncia al público con luces de neón o depende de los planos para levantar un puente o construir un nuevo edificio. De manera que no se podrian cambiar las acciones por rábanos, ni los edificios se trocarían por hornos para cocer vasijas.

Por eso, y porque a pesar de la intermitente fobia hacia los achaques urbanos el 99 por ciento de los citados se moriria en un lugar donde la bulla y las congestiones no existieran ¡la fuerza de la costumbre!... por eso la solución está en escapar también intermitentemente-en busca de los planes campestres.

¡Salir de la ciudad! La pupila se dilata de inmediato con la idea. Cualquier pulmón se aguanta un poco más-de gas carbónico, porque sueña con el transparente aire del campo. Y el campo, por fortuna, está muy cerca de las ciudades.
Lo único malo es que en el limite suele ubicarse la zona industrial, con menos semáforos, pero con mucho más humo y hediondez.

Después esta el verde... también está el azul. Y azul y verde empiezan a reinar y se apoderan de los 5 sentidos del hombre que dejó atrás la ciudad. De repente, en alguna curva del camino o al lado de los trozos de carretera que se desvían para mirar hacia las montañas, aparecen las construcciones que el hombre ha ideado para calmar la fiebre del citadino, en su propósito de divertirse lejos de los rascacielos.

El plan, entonces, adquiere una forma definida: almuerzo en cabaña de madera, con mesa al lado de la chimenea o del ventanal que mira al lago, decoración informal, música apta para todas las edades y platos con comida de verdad, preparados sin afán y sin ingredientes sintéticos. Más allá una piscina, un par de canchas de tenis, un campo de fútbol e incluso unos cuantos hoyos para quienes practican el golf.
Por eso los clubes campestres, los restaurantes de "las afueras" y hasta las haciendas en miniatura con servicio de alquiler de caballos han tenido tanta acogida. La misma de las cabañas con postres para el regreso, los puestos de almojábanas o pandebonos cocinados en el horno de la abuela, los asaderos de ternera a la vera del camino, los ranchos para tomar cerveza alrededor de un pequeño ruedo y los potreros con nombre impreso en tablones de madera que ofrecen la oportunidad de sentarse en el pasto, mirar hacia el cielo azul y respirar aire puro.

Los más arriesgados, los que quieren olvidarse del todo del cemento cambiarán la piscina por un lago o por un rio, los campos de golf por las montañas agrestes y las cabañas de madera con olor a churrasco por un asador portátil o incluso una fogata campesina, docena y media de mazorcas, papa salada y un trozo de carne que cada quien se encarga de poner a la brasa.

El barro en los bluyines y el aroma de las hogueras adherido al saco serán testigos de un día en que la ciudad quedó atrás. También lo serán los morrales de nylon con raquetas de grafito y los esquíes de fibra de vidrio que asoman por el baúl. Todo depende de los gustos de cada quien, y al fin y al cabo hay un plan campestre para cada gusto. Lo importante es saber escapar de la ciudad... recordar que aún quedan espacios sin cemento sobre la faz de la Tierra.