Especiales Semana

EL CARTEL DEL BUCHE

Colombia es el país del mundo con más presos en el extranjero. La gran mayoría son mulas, quienes muchas veces pagan cárcel por los capos.

27 de octubre de 1997

Aproximadamente cuatro horas después de que se inició el interrogatorio Grisales expelió tres objetos con forma de globo en cuyo interior apareció un polvo que parecía cocaína. Tras ser confrontado con el hallazgo, el sospechoso aceptó ser traslada- do al hospital, donde se le tomaron rayos X y se confirmó la existencia de objetos extraños en su organismo. El sospechoso expelió un total de 81 globos con un peso bruto total de 2,2 libras (811,6 gramos). Un análisis posterior del contenido reveló que en realidad se trataba de heroína". De esa manera consigna el texto judicial el momento de la verdad en la vida de Gilberto Grisales *, un hombre de 52 años que se dejó tentar por el dinero 'fácil'pero resultó siendo víctima de una nueva figura que está llenando de dolor y miseria a cientos de hogares colombianos: Grisales creyó estarse convirtiendo en mula, uno de los cientos de pasadores de droga que año a año intentan burlar los controles de los aeropuertos del mundo. Pero en realidad su destino era ser lo que en el argot de los narcotraficantes se conoce como un 'gancho ciego'. Gilberto había llegado varios años atrás a Estados Unidos como otro de tantos emigrantes económicos pero, al perder su empleo en una panadería, la combinación de sus necesidades con el hecho de tener green card (permiso de residencia en Estados Unidos) lo convirtieron en un blanco obvio. "Un paisano que yo conocía me propuso que viajara a Colombia para ganar unos dólares porque como yo tenía residencia las aduanas sospecharían menos", cuenta. Y efectivamente, al llegar a su nativa Pereira le esperaba un sujeto que le confirmó el ofrecimiento de 20.000 dólares por hacer el viaje de regreso con 800 gramos de heroína en la barriga. Grisales había entrado en contacto con una nueva modalidad del narcotráfico, no siempre motivada por el negocio de la droga sino por móviles mucho más oscuros: el 'cartel del buche'.Gilberto pronto entendió que el dinero podía ser mucho, pero no sería 'fácil'. El hombre que lo contactó lo puso en manos de otro encargado de 'entrenarlo'. El responsable de esta operación le tuvo dos semanas a una dieta rigurosa consistente en tres comidas al día, perfectamente regulares, con el objetivo de convertir su organismo en un mecanismo de relojería. "Sólo debía ir al baño una vez cada 24 horas y a la misma hora. Mi entrenamiento era comer racimos completos de uvas y salchichas", cuenta. Los últimos días sólo comió pescado y caldo de pollo, sin ningún vegetal. Pero lo más duro fue el momento en que ingirió las cápsulas de droga, hechas con los dedos de los guantes que usan los cirujanos para operar. Tuvo que intentarlo tres veces antes de que el primer 'dedito' le bajara por el esófago, lubricado por un poco de aceite de olivas. Poco a poco su 'amigo' le fue acomodando los 'dedos' en el tracto digestivo mediante suaves masajes, hasta que estuvo listo. Desde ese momento tendría 36 horas de vida con todo ese cargamento en el cuerpo; después nadie podría garantizar que los deditos no se reventaran para arrastrarlo a una dolorosa agonía. Ese no fue su caso, y Gilberto llegó sano y salvo a su destino. Pero al bajar del avión le esperaban cuatro detectives que no se molestaron en mirar su equipaje. Confrontado el número de su pasaporte, el colombiano fue conducido directamente a una sala especial para esperar a que su cuerpo se encargara del resto. Después de todo la radiografía no fue nada más que una humillante formalidad. El modo como fue capturado le señaló a Gilberto lo que después le confirmaron unos familiares desde Colombia. Había caminado por el borde de la muerte con la esperanza de salir de aprietos pero desde el comienzo su suerte estaba definida. Grisales había servido de 'gancho ciego', una nueva figura que consiste en que algún narcotraficante de verdad, preso en Estados Unidos, negocia con el juez una rebaja de pena (plea bargain) con el compromiso de entregar otros involucrados en el comercio ilícito. En vez de señalar algún secuaz los narcos del 'cartel del buche' organizan el viaje de un tercero que pasará los siguientes cinco a 10 años de su vida en la cárcel por cuenta de la libertad de un delincuente. Pero al menos Grisales sabía a lo que iba y los riesgos que corría. En cambio Flavio Ortega ni siquiera esperaba ganar dinero, pues dice que su error fue pecar de exceso de confianza con un amigo de la infancia (ver recuadro). Mercancía humanaEl problema de los 'ganchos ciegos' es apenas una nueva manifestación, tal vez la más dolorosa, de un fenómeno que sigue afectando a los colombianos más susceptibles al canto de sirena del narcotráfico. Prácticamente todos los días se conoce la captura de algún nacional en cualquier aeropuerto del mundo, y esa misma cotidianeidad ha conspirado para que el país haya ido perdiendo sensibilidad ante el tema. Pero las cifras son impresionantes. Colombia es el país del mundo que tiene más nacionales presos en el extranjero. Según las estadísticas del Ministerio de Relaciones Exteriores, hay más de 12.000 colombianos presos en el mundo, y de ellos, según cálculos conservadores, el 95 por ciento son correos de droga. No es ninguna exageración decir que las mulas son los representantes de Colombia más numerosos y de mayor resonancia en el exterior. Las mulas no son por definición delincuentes consuetudinarios sino colombianos del montón para quienes, por una jugada del destino, el flagelo del narcotráfico dejó de ser un asunto de los periódicos para convertirse en el centro de su propia vida. Pero esos colombianos, además de protagonistas del delito, son sus víctimas. Y lo son por muchas razones. Una de ellas es que, como dice el coronel Leonardo Gallego, jefe de Antinarcóticos de la Policía Nacional, "los contactos les aseguran que no tendrán ningún riesgo, que los controles son burlables y que los países no tienen una legislación antidrogas fuerte. Pero lo cierto es que de todos los viajes de mulas, que en ocasiones son hasta de 10 al mismo tiempo, inevitablemente caerán por lo menos tres o cuatro". Pero además la existencia en algunos países de convenios de rebaja de penas basadas en la delación ha convertido a las mulas en una mercancía humana. Hoy puede decirse que la mayor parte de los capturados en el exterior, sobre todo en Estados Unidos, llegan prácticamente condenados de antemano. Los presos colombianos que SEMANA entrevistó en la cárcel de Fort Dix, New Jersey, confirmaron que entre sus compañeros hay varios que viajaron a sabiendas de que serían capturados, es decir, que se vendieron para favorecer la rebaja de condena de un capo. Una señora"Mire, señor, si por mí fuera y yo pudiera volver atrás, me dedicaría a pedir en la calle antes que meterme en un problema como este. Preferiría mendigar antes que pasar una sola semana en una cárcel en Estados Unidos. Esto es muy duro. Yo era una simple ama de casa, mi marido sembraba café. Un día entramos en quiebra, usted sabe cómo está la situación para los cafeteros en Colombia. Entonces él y un hermano tuvieron que pedirle prestado a no sé quién, uno de esos que ofrecen hipotecas. Como tarde o temprano dejamos de pagar, comenzaron a amenazarnos para que buscáramos un arreglo, y en esas asesinaron a mi hermano. Nos tuvimos que cambiar de casa, pero a donde fuéramos nos conseguían. Un día él me dijo: 'Vea mija, ya estamos en la olla y no hay nada qué hacer. Para salir de este problema me ofrecieron que lleváramos una droga, que no sólo pagábamos la plata sino que nos quedaban unos pesos y además conocíamos'. Yo le dije que sí, que lo que él dijera".
Quien así habla es una mujer de unos 50 años de edad, vestida con un desteñido uniforme naranja de tela burda, el mismo que recibió hace tres meses en la Union County Jail de New Jersey, Estados Unidos. Se trata de un edificio enorme y tétrico que suele ser muy caliente en verano y muy frío en invierno, en el cual las enormes guardianas acostumbran a hablar a gritos y donde las reclusas no pueden hablar ni reír en voz alta. Allí, Lucy Jiménez * llora sus ojos cuando recuerda sus hijos, su casa, sus muebles, todo lo que tal vez esté ya perdido cuando regrese, por lo menos en 2007.
Mercancía humana
Pero la historia de Lucy, a pesar de todo, no es la más trágica. Hay familias en Colombia que han recibido noticias peores, como la de Roberto Rodríguez*, un taciturno muchacho de Chiquinquirá, quien el 29 de abril pasado le dijo a su mamá que se iba a Manizales a trabajar como camionero pero el 30 apareció muerto en Tokio (Japón). La madre, una sencilla campesina, vendió todo para viajar hasta el otro lado del mundo a confirmar lo que su entendimiento se negaba a aceptar. O el caso de Emilia Sánchez*, quien viajó a Hong-Kong obligada por el secuestro de uno de sus hijos, fue capturada y condenada a 15 años de prisión. Sus otros cuatro hijos están en manos de diferentes familias. O la de Marta Ramírez*, una señora de 45 años que desapareció de su casa y apareció en Tel Aviv (Israel) muerta tres días después de su llegada al reventársele varias cápsulas de cocaína en el estómago. Sus familiares comenzaron a recibir llamadas anónimas que los amenazaban si se iniciaba una investigación en Colombia. En una época en que la opinión pública conoce la forma como los carteles de la droga usan hasta aviones cargueros para transportar toneladas de sustancias en un solo viaje, la existencia misma de las mulas resulta extrañamente anacrónica. Pero la persistencia con que son capturados los colombianos en el exterior sugiere la existencia de una o varias organizaciones cuya finalidad no sería siempre la exportación de droga por razones económicas, sino algo mucho más tenebroso, un tráfico humano en función de un oscuro mercado de delaciones. Esa es la razón por la cual ese supuesto 'Cartel del buche' se caracteriza por una absoluta despreocupación por el destino de las mulas potenciales. Porque quienes llevan la droga en su tracto digestivo corren el riesgo de morir desde el mismo momento en que tragan las cápsulas de material plástico. Basta con que haya quedado una mínima burbuja en el interior para que el calor corporal expanda esa pequeña cantidad de aire y la muerte sea cuestión de tiempo. Y por lo demás, son facilmente identificables porque viajan demacrados, tienen una actitud corporal muy característica (no se pueden, por ejemplo, agachar para recoger su maleta) y por lo tanto son los más detectables por los aduaneros. Un investigador del DAS que pidió mantener su nombre en reserva dijo a SEMANA que "quienes hacen los contactos son agencias independientes y especializadas que sirven de intermediarios con los dueños de la droga. Los contactos se hacen en discotecas, colegios, universidades, o prácticamente en cualquier lugar. El asunto funciona también como un mercado negro al que acuden las personas más desesperadas económicamente". Una vez que la persona acepta servir de mula su vida cambia definitivamente, pues queda en poder de los narcotraficantes, quienes detectan sus debilidades y averiguan la dirección de sus familiares más cercanos para tener un seguro contra la posibilidad de que la mula se arrepienta o decida escaparse con la droga.

Un drama jurídico
Un alto porcentaje de las personas que aceptan ser mulas viajan convencidas de que no irán a la cárcel por una ignorancia absoluta sobre los riesgos que corren. Pero además los jueces del extranjero suelen aplicar las penas más fuertes por el solo hecho de que el inculpado sea colombiano. En Italia, por ejemplo, las mulas reciben la pena máxima, que es puede llegar a seis años, y son recluidas en la cárcel de alta seguridad de Rebbibia, que donde están presos los criminales más connotados de las Brigadas Rojas y la mafia napolitana. Aunque carecen de antecedentes penales, las mulas son consideradas reos de alta peligrosidad. En Estados Unidos sucede algo parecido, con el agravante de que los colombianos presos que tienen residencia legal en ese país son deportados inmediatamente después de cumplir su condena, lo que produce la desintegración de sus familias. Pero aparte de esa problemática, los capturados en el país del norte pueden esperar con toda seguridad que se les aplicarán las penas en su nivel más alto. Son señalados los casos en los que los copartícipes colombianos han recibido condenas de 10 y 15 años mientras sus contrapartes estadounidenses reciben dos años de libertad bajo palabra. Los convictos colombianos se quejan en Nueva York de que son presionados por sus propios abogados para que se declaren culpables para evitar una mayor condena. Parece que el establecimiento judicial norteamericano considera que no declararse culpable luego de una captura in fraganti, como la de las mulas, es una conducta poco cooperativa que significará costos para el Estado. "A veces los abogados se ven obligados a aconsejar a sus defendidos que se declaren culpables, porque las evidencias en su contra son demasiadas y saben que si no lo hacen, el juez será más estricto con ellos", dice el abogado Robert Hantman, asesor legal del consulado de Nueva York. Para muchos, esa consistente actitud de los jueces de los jueces se basa en prejuicios étnicos, como la percepción de que a un colombiano no hay que creerle cuando afirma que no sabía nada de la droga que llevaba en su equipaje. Pero fuentes jurídicas de Estados Unidos opinan que otro factor que conspira contra los colombianos es el sistema de las Federal Sentences Guidelines, imperante en Estados Unidos para calcular las penas por delitos federales, que se basa en la aplicación de un puntaje en el cual, en el caso del narcotráfico, la cantidad de droga tiene gran importancia. Aunque muchos especialistas critican ese procedimiento, e incluso hay campañas para eliminarlo, lo cierto es que su vigencia deja a los jueces federales sin ningún margen de maniobra para aplicar segun su criterio, por ejemplo, los atenuantes. Otro problema jurídico que se presenta en Estados Unidos con creciente frecuencia es el de los niños. Cada vez es mas común que caigan personas que viajaban con menores de corta edad y matrimonios con sus hijos. En esas ocasiones los niños son entregados a foster homes en espera de que se acredite que tienen parientes idóneos para devolverlos al país. En esos casos la labor de los consulados es fundamental para poner en marcha la investigación que hace el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Pero el riesgo de que el niño termine siendo dado en adopción en Estados Unidos siempre está latente. El Estado y la protecciónNo todos los colombianos que caen presos en el extranjero buscan el apoyo del gobierno nacional ni todos los que resultan muertos son identificados, por lo cual, entre otras cosas, las estadísticas que tiene el Ministerio de Relaciones Exteriores podrían ser apenas la punta del iceberg. Por ejemplo, mientras en Bogotá hay registrados 823 presos en España, Instituciones Penitenciarias, el organismo competente de ese país, sostiene que allá hay 1.075 colombianos. Pero lo cierto es que desde 1993 el Estado comenzó a tratar de alargar sus brazos hacia esos colombianos en el infortunio. En ese año la ley 73, desarrollada por el decreto número 333 de 1995, centralizó el tema en un organismo que tal vez no tiene par en el mundo: el Comité para la Asistencia de los Connacionales en el Exterior. En esa dependencia, un grupo de sociólogos y trabajadores sociales coordina el trabajo de los consulados para tratar de ayudarlos en la medida de lo posible y para, cuando es del caso, intentar la repatriación de los cadáveres, que es muy costosa. Para todo ello el decreto mencionado autorizó la contratación de firmas de abogados en 40 consulados alrededor del mundo. Pero, como dice la directora del Comité, Consuelo Pedraza, "sus funciones se dirigen a que el cónsul tenga suficiente ilustración sobre el derecho interno de cada país y a evitar que los colombianos vean violentados sus derechos fundamentales. No se trata de que Colombia defienda de oficio a esas personas en los estrados, pues ello es función de cada sistema judicial". Aunque algunos presos se quejan contra sus cónsules, la percepción generalizada es que esas dependencias hacen una buena labor en ese campo. Pero la realidad es que, a pesar de su buena voluntad y la de los abogados asesores, es muy poco lo que se puede hacer una vez que la persona ha sido capturada con droga en su poder. Por eso brilla por su ausencia un programa intensivo para tratar de detener esa tragedia antes de que se produzca. Como dice la cónsul Olga Lucía Echeverry, quien maneja el programa de asistencia a connacionales en Nueva York, "es urgente que se realice una campaña masiva de publicidad para advertir a los colombianos los riesgos que corren. Podría ser, por ejemplo, en forma de advertencias por televisión, radio, volantes en las agencias de viaje, en los aeropuertos, para que nadie se quede sin enterarse de que puede perder su libertad y, muchas veces, su vida". Un 'gancho ciego'a historia de Flavio Ortega parece demostrar la existencia de los 'ganchos ciegos', colombianos que son vendidos al sistema judicial de Estados Unidos a cambio de la rebaja de la pena de algún narcotraficante con recursos suficientes para montar el costoso operativo. Seg;ún Ortega, residente legal en Estados Unidos, estaba de vacaciones en su nativa Cali cuando un amigo de la infancia le pidió el favor de que le llevara una maleta y una chaqueta de cuero a un hermano que vivía en Nueva York, pero él sólo aceptó llevar la prenda. "Cuando llegué al aeropuerto de Miami el 29 de enero de 1995, con un retraso de 24 horas pues sólo pude viajar un día después de lo previsto, me estaban esperando más de ocho agentes de la DEA que inmediatamente me arrestaron, sin mediar palabra. Cuando me quitaron el pasaporte uno de ellos lo comparó con una fotocopia que sacó del bolsillo". Al abrir el equipaje una mujer detective buscó directamente la chaqueta y la abrió en la espalda, donde había una cantidad de heroína disimulada entre el abullonado. Ortega afirma que los documentos que le entregaron como recibo de la incautación prueban que a él lo estaban esperando. Cuenta que los recibos que tienen que ver con la relación de la ropa que usaba y con los 50 dólares que llevaba en efectivo tienen una numeración continua y fecha, 01-29-95. En cambio el recibo de la chaqueta tiene una numeración más antigua, la fecha 01-28-95 (el día que tenía inicialmente pensado para viajar) y allí aparece, bajo un tachón, la maleta que nunca transportó. Ortega pensó inicialmente pelear su caso pero el abogado que le asignaron le aconsejó declararse culpable para evitar ser condenado a 10 años. "El problema no es si la droga es suya o no, sino que usted es colombiano y nadie le va a creer", le dijo. Hoy el caleño purga una condena de cinco años e insiste en su inocencia. "Con mi arresto no sólo perdí la residencia en Estados Unidos, sino mi esposa, que se fue con otro hombre. Cuando salga voy a ser deportado a Colombia, donde no tengo familia y no sé hacer nada, dice Ortega. Yo acepté hablar con SEMANA para que la opinión pública sepa del grave peligro que se corre al recibir objetos para traerlos a Estados Unidos, para que se enteren que no hay verdaderos amigos porque a esa gente no le importa destruir la vida de quien sea".

Buscando mulas
yo diría que el 30 por ciento de los arrestos que hacemos en el aeropuerto J.F. Kennedy provienen de informaciones recibidas de las autoridades colombianas. Pero también la Aduana de EE. UU. tiene una unidad de investigación que analiza las tendencias del tráfico y produce recomendaciones de acuerdo con los precedentes. Por ejemplo, cuando alguien que cayó vino con un pasaje comprado en determinada agencia de viajes, quienes vengan de igual forma pueden ser sospechosos". La agente de la aduana, que pidió reservar su nombre, contó a SEMANA en sus instalaciones del terminal los tres pasos que tienen para llegar a una captura: el primero es el registro simple, puede ser hecho a cualquier persona, prácticamente al azar, por los agentes que observan al grupo de viajeros en el reclamo de maletas. Si la reacción del afectado es sospechosa por nervios, respuestas inconsistentes o mentiras, lo que sigue es una requisa en la que el afectado debe quitarse toda la ropa. Si en esta no aparece nada, pero se denotan otros indicios, como rigidez corporal, el siguiente paso es la radiografía.La agente está impresionada por la variedad de colombianos que caen en sus filtros contra la droga y de la creciente incidencia de parejas con niños. "Ultimamente me han tocado hasta un copiloto de la aerolínea, un hombre ciego que traía la droga en una maleta y un par de ancianas". Ese testimonio es corroborado por un directivo de una de las aerolíneas que sirven la ruta Bogotá-Nueva York, quien cuenta que en los últimos tres meses cayeron en su vuelo 17 personas, cinco en primera clase, entre quienes estaba un abogado de una importante firma bogotana que traía heroína en su maletín de ejecutivo. El mensaje de la agente es claro: "Yo les diría que ni lo intenten porque nosotros somos un equipo altamente profesional, nos entrenamos constantemente, hay mucha labor de inteligencia y estamos siempre al día. Así que las probabilidades de ser arrestados aquí son muy altas". Colombianos en Prisiónlas autoridades penitenciarias norteamericanas consultadas por SEMANA coincidieron en que los presos colombianos son trabajadores y tranquilos, se interesan por aprender oficios, despliegan una creatividad superior a sus compañeros y no buscan problemas. En la prisión de Fort Dix, por ejemplo, las actividades artísticas, como la pintura, están prácticamente monopolizadas por presos de ese origen. Pero no todo es color de rosa. Lo que produce más quejas es el hecho de que cualquiera que quiera ir a juicio, esto es, que se niegue a declararse culpable, es automáticamente tratado con mucha mayor severidad. Para ellos la justicia brilla por su ausencia en los procesos, el juez generalmente está prejuiciado contra los colombianos y todo ello se agudiza por el desconocimiento del inglés por parte de los acusados. Citan con ironía cómo el encabezamiento de los expedientes se titula : "Estados Unidos de América contra xxxxxx". Y sí, dicen,"allí todo el mundo está contra nosotros", inclusive los abogados defensores, quienes, según los presos entrevistados, muchas veces son amenazados con represalias profesionales si no ayudan a que se declaren culpables. Si bien las instalaciones son generalmente mejores que las colombianas, muchos quisieran terminar sus condenas en el país. Para ello argumentan el desprecio que reciben y la tortura sicológica que significa estar lejos de la familia y carecer por completo del derecho a la visita conyugal. El consulado en Nueva York, en asocio con la Universidad de Columbia, realizó recientemente una encuesta entre la población carcelaria de esa jurisdicción, la cual dio algunos resultados interesantes: El 95,7 por ciento de los detenidos están sindicados por drogas. El 65,4 por ciento tienen entre 26 y 43 años de edad.
El 80 por ciento tienen hijos menores de 11 años.
El 50 por ciento de los entrevistados tiene estudios de bachillerato y el 38 por ciento estudios universitarios o técnicos.n Hay mulas que se venden a los capos a sabiendas de que pasarán varios años en la cárceln Los niños que van con sus padres al ser capturados pueden ser dados en adopciónn Aunque el Estado colombiano lo quiera, es muy poco lo que puede hacer en favor de quien cae con droga.