Especiales Semana

El destape

Este año los colombianos asumieron el desnudo de cuerpo y alma en forma definitiva.

Daniel Samper Ospina
21 de diciembre de 2003

En la ultima edicion del año de la revista SoHo cayó el último mito: Natalia París, que durante toda su vida le había dado la espalda a la idea de hacer un desnudo, siguió en esa tónica pero con un matiz: esta vez no le dio la espalda a la idea, sino al fotógrafo, y se la dio como Dios la trajo al mundo. Se trata de una serie de fotos en que la modelo que más ha facturado en la historia de Colombia posa de espaldas, sin camisas ni calzones, en un arrebato al que nunca antes había sucumbido.

Las fotos no sólo son importantes porque en ellas la modelo mira con esa perversa ingenuidad que la ha hecho tan famosa; tampoco porque en cada una de ellas hay una mezcla de desdén y deseo que produce un erotismo fascinante, casi involuntario. Las fotos son importantes porque es Natalia París: el ícono de todas las modelos paisas; el símbolo sexual más grande de Colombia; la modelo más cotizada de la última década y a la vez la más precavida, exhibiendo su tatuaje y sin nada que la cubra.

¿Por qué fue posible conseguir que ella posara de semejante manera? Porque 2003 fue el año en que Colombia asimiló el tema del desnudo de una manera casi definitiva.

El primer paso lo dio durante el mes de mayo Juliana Galvis, una exitosa administradora que se atrevió a hacer un desnudo frontal, también para SoHo, bajo el entendido de que la iba a ver sólo quien quisiera: una tinta removible, parecida a la que utilizan en los concursos de 'raspe y gane' fue su efímero brasiere. El ejercicio de autocensura valió la pena: si en los seminarios los sacerdotes la veían sin nada, no era culpa de ella sino de ellos: allá ellos...

En julio la revista Diners sorprendió a toda Colombia con un desnudo inesperado: el de

Fanny Mikey, que no tuvo problema en abrirse la camisa para que el fotógrafo Carlos Duque le auscultara la edad en blanco y negro.

Pero esos desnudos fueron apenas el resultado de unos destapes más audaces: los de las confesiones sexuales.

El que pasó puede ser el año en el que el velo de las intimidades se ha corrido con más facilidad. Las declaraciones sexuales parecían una epidemia: en marzo, la modelo Lina Isaza declaró para el canal RCN que se daba besos con las amigas y la actriz Patricia Castañeda escribió para SoHo sus encuentros homosexuales en los baños de un bar. El bisexualismo femenino, rentable en las fantasías masculinas, se convirtió casi en una moda, hasta el punto de que a las actrices de la telenovela La Venganza les midieron su profesionalismo poniéndolas a interpretar las escenas lésbicas que requerían sus personajes, en horario triple A. Aun en la edición de noviembre de SoHo, Emperatriz Hoyos y Nataly Correa, dos jóvenes modelos paisas con trayectoria, confesaron su noviazgo y dieron fe de él en las fotos que acompañan la extensa entrevista en la que con un envolvente desenfado cuentan su historia.

Sin embargo, frente al maremoto de tantas declaraciones, algunas famosas prefirieron la prudencia. Fue el caso de la modelo y presentadora Carolina Cruz, que retiró, en su justo derecho, una entrevista que le había concedido al disc jockey Alejandro Villalobos, también para la revista SoHo.

Fue un año libertario: mientras la prensa registraba el matrimonio del periodista Felipe Zuleta con su compañero, y el escritor Alonso Sánchez Baute agotaba libros con una maravillosa novela en la que la voz de un drag queen revelaba el mapa homosexual de Bogotá, John Henry Orozco, un participante del reality Gran Hermano, por poco llega a la final. Nunca tuvo que ocultar su opción sexual, y ella jamás le produjo mayores problemas. En un país de costumbres conservadoras, construido con una moral de yeso, nunca antes un homosexual había sido tan tranquilamente visible.

Pero probablemente lo que mejor interpreta el destape que vivió el país fue la actitud que ante él tuvo el Congreso de la República: a pesar de todos los aires libertarios que refrescaban la tenebrosa realidad de cada día, el proyecto de ley que buscaba otorgarle igualdad ante la ley a las parejas de los homosexuales fue hundido. No tiene nada de raro. Al fin y al cabo no es la primera vez que los congresistas le dan la espalda a estos temas, aunque se la dan de una manera diferente a como se la dio Natalia París al fotógrafo de SoHo: sin ningún fondo de erotismo ni un asomo de flores en el medio.