Especiales Semana

LA CIUDAD DE LOS HOMBRES SOLOS

En 1959 Gabriel García Márquez enviaba colaboraciones desde Venezuela al programa "Correo de la Cultura" de la HJCK; éstos son de los pocos escritos del premio Nóbel que nunca han aparecido impresos...

22 de noviembre de 1982

Ayer regresó el calor. Desde el mes de diciembre, una brisa que se helaba al amanecer les recordaba a los inmigrantes napolitanos el otoño dulce del Mediterráneo. Las señoras europeas desempolvaban sus tapados de pieles para sentarse a la prima noche en las terrazas de las heladerías. Había tantos idiomas,tantos árboles pelados y tantas hojas muertas en las calles de Caracas,que sólo hacía falta un olor de castañas asadas para sentirse en Europa.
Esa ilusión se repite todos los años durante tres meses. Despues viene la interminable estación del calor, la sofocante atmósfera de gasolina quemada y las tertulias de hombres solos a la puerta de las pensiones gallegas y las peluquerías italianas. Es difícil encontrar en ninguna parte tantos hombre solos como en Caracas. Los primeros meses de la inmigración, mientras se encuentra el camino, son una especie de servicio militar obligatorio. Hombres que en los suburbios de Lisboa o en los domingos de Nápoles eran esposos puntuales y padres de muchos hijos,vuelven a ser solteros en Caracas. En las sombrías pensiones con cuartos de cartón piedra, donde viven apelotonados por tres bolívares diarios,esos solteros con obligaciones de casados y añoranzas de viudos, empapelan las paredes con fotografías de las esposas y los hijos. La vida se les pasa trabajando duro, intercambiando recuerdos de la tierra y esperando cartas. Es como si por segunda vez volvieran a ser novios de sus propias esposas.
Ahora, por fortuna, las cartas llegan. Antes necesitaban 30 horas para llegar desde Europa hasta la oficina del correo de Caracas,y a veces hasta un año para llegar de la oficina del correo a las manos del destinatario. El correo de Venezuela tenía fama de ser el más lento y negligente del mundo. Tratando de filtrar los contactos entre la oposición clandestina y sus agentes en el exterior,la dictadura puso una oficina de censura en la administración postal. Ninguna carta era tramitada antes de ser leída por el censor. El comercio utilizaba el cable. Pero los inmigrantes pasaban meses enteros esperando que los censores acabaran de leer sus cartas.Cuando cayó la dictadura se encontraron 80 bultos de correspondencia haciendo cola frente al escritorio de los censores. Había cartas llegadas a Caracas un año antes. Muchas fueron repartidas, con sus noticias viejas y frías, tan pronto como se normalizó la situación. Pero otras se quedaron para siempre sin ser leídas, a causa de las direcciones equivocadas. Había cartas dirigidas así: "Para Salvatore, que le manda su tío"; o simplemente: "Para mi hijo Guido, Venezuela". Salvatore y Guido, sin apellidos ni dirección, Salvatore solo y Guido escueto, como los llamaban en su casa, deben estar todavía esperando esas cartas que no llegarán jamás.
El gobierno venezolano no está interesado en que perdure la soledad de los hombres solos. A los inmigrantes se les facilitan los trámites para que traigan a sus esposas y a sus hijos.
Pero aunque la mayoría quisiera hacerlo, sus condiciones económicas no se lo permiten, o no les conviene hacerlo por ahora. Su negocio consiste justamente en ganar en Venezuela para que su familia gaste en Europa.
Un almuerzo en un restaurante para inmigrantes de Caracas, cuesta seis bolívares: casi dos dólares. Esos dos dólares mandados a Italia se convierten en 1.200 liras.Y con 1.200 liras se comen 10 platos de espaguetis en una fonda de Italia. Lo mejor que puede hacer un inmigrante, mientras no esté en condiciones de traer a su familia, es mandarle bolívares. Así pueden comer todos, todos los días, aquí y allá, y además se paga el alquiler de la casa y se compran zapatos para los niños.Con lo que se gastarían aquí para vivir mal una semana, viven un mes en Europa.
Así se explica que Caracas esté llena de hombres solos, mayores de 30 años,que andan en grupos bulliciosos y tristes. En las noches de calor se sientan en los parques, y se trasnochan hablando de Nápoles, como antes se trasnochaban en Nápoles hablando de Caracas. Esa multitud de hombres solitarios está viviendo una segunda adolescencia.
Tal vez desde los tiempos de la Colonia no hubo un tráfico más intenso de pensamiento y recuerdos a través del Atlántico. De eso vive el programa radial más interesante que se transmite en Caracas. Es un servicio de cartas habladas, captadas por agentes que viajan por las aldeas de la Italia meridional,con una grabadora de cinta, recogiendo mensajes familiares para los inmigrantes de Caracas.
Todos los días, de 7 a 8 de la noche, los hombres solos de esta ciudad oyen llegar la voz de sus parientes, viva y dramática, como si estuvieran hablando en el cuarto de al lado. Esta noche he tomado notas de uno de esos mensajes, hablado en un italiano casero, lleno de accidentes dialectales. Decía: "Querido Franco: recibí la carta con las 30.000 liras. Compramos las medicinas para Antonietta que ya no podía dormir por la tos. Ahora está aquí, a mi lado, y dice que te diga que todos te esperamos para tu cumpleaños. Estamos bien en casa, y con la plata que nos mandaste en Navidad pusimos el vidrio en la ventana del cuarto de atrás, donde duermen Franco, Giuseppe y el abuelo, que siempre andaban resfriados. Ellos están bien. Franco salió a comprar azúcar y las cosas para las gallinas, y le dije que viniera pronto para que te mandara a decir algo, pero ya son las cuatro de la tarde y todavía no regresa. Siempre es lo mismo. En cambio el pequeño Giuseppe, a quien ya no le sirven los pantalones que le puso el Niño Dios,está aprendiendo a leer y sabe contar hasta cien. El abuelo fue a calentarse a la cocina. Está bien, pero cada día más sordo. Yo también estoy bien, pero paso toda la noche con dolor en los riñones y por la mañana siento como si me hubiera tirado de cabeza por las escaleras. Franco querido: no comas más pescado, que siempre te hace daño, aprovecha la buena situación para hacerte arreglar los dientes y no salgas a la calle cuando haya revolución. La última vez, yo estuve cinco noches sin dormir y después nos fuimos todos a Nápoles, a preguntar por la lista de muertos en el consulado de Venezuela. Mientras leían los periódicos, yo me fui para la calle, antes de que leyeran tu nombre. Antonietta salió a buscarme para decirme que no estabas en la lista, y entonces me puse tan contenta,tan contenta...". Las palabras se le enredaron en un sollozo, luego de un llanto incontrolable, y un locutor intervino para decir que aquel era un espectáculo conmovedor. Así terminan todas las cartas habladas: con una firma de llanto.
En realidad,es difícil hacer un programa radial más humano que ése. En las pensiones de tres bolívares, olorosas a geranios y a salsa de carne, los inmigrantes lo escuchan a la hora de la comida, y se les forma en el corazón un nudo de espaguetis sentimentales. Es posible que esa noche, los hombres solos de Caracas se sientan más solos y solitarios que nunca.