Especiales Semana

LA MASACRE

Al asesino de Pozzetto lo aterraba la inseguridad de Bogotá

5 de enero de 1987

EN BLANCO Y NEGRO
Lloviera o hiciera sol, andaba siempre en mangas de camisa. Era veterano de la guerra del Vietnam. Deliraba por los buenos postres. Cuando tenía catorce años, su padre se suicidó tras anunciar que "iba a visitar a los muertos". Traducía del francés poemas y cuentos infantiles. Solía despertar a las cuatro de la madrugada a su profesor de computadoras para plantearle problemas de programación. Vivía solo con su madre de setenta y dos años, a la cual llamaba "esa señora", y a veces la golpeaba por peleas de dinero. Le gustaban los espaguetis acompañados con Colombiana. Dictaba clases de inglés, usando como libro de texto la novela de Stevenson Dr. Jekyll and Mr. Hyde. Le daba miedo salir solo de noche en una ciudad tan peligrosa como Bogotá. Era lector asiduo de la revista Playboy. Tenía la obsesión de "optimizar la guerra" mediante el uso de computadoras. Le gustaba jugar al póker, apostando fuerte. Ni bebía ni fumaba. Se jactaba de ser buen tirador de pistola. Era un fanático del aseo personal, hasta el punto de que después de bañarse no se secaba con una toalla sino con tres rollos de papel higiénico. Jamás daba la mano, por no contaminarse. Odiaba a los iraníes.
Era culto, inteligente, reservado, discreto. Su última recomendación a su mejor amiga, doña Clemencia de Castro, fue "que no castigara a sus hijos". No votaba en las elecciones. Usaba el pelo casi al ras, y los zapatos bien embetunados. Un jueves por la tarde asesinó a tiros a su madre y a continuación a veintiocho personas más, hiriendo a otras catorce. Con esos datos se trata de hacer un retrato del personaje, Campo Elías Delgado, santandereano de 52 años muerto por la Policía a las 8:45 de la noche del jueves 4 de diciembre en el restaurante Pozzetto de Bogotá, rodeado de los cadáveres de sus víctimas. Su hermana, que según un amigo "lo odiaba", no acudió a la morgue a reclamar su cadáver.
De todo lo señalado, el dato más llamativo es el de la guerra del Vietnam. No es la primera vez que los antiguos combatientes de esa guerra terrible se salen de sus cabales y protagonizan grandes matanzas gratuitas, súbitamente acometidos por lo que los siquiatras llaman "sicosis de guerra". Pero ese "síndrome del veterano" no se inventó con el Vietnam. Se ha presentado siempre, después de todas las guerras, empezando por la muy famosa guerra de Troya - y en general ha encontrado una salida "natural", por llamarla así, en una nueva guerra. Así, los mercenarios que hoy combaten al lado de la "contra" nicaraguense son por lo general viejos soldados del Vietnam. Si el caso de Campo Elías Delgado llama la atención es porque no son muchos los colombianos que fueron a ese país a combatir en las filas del Ejército norteamericano, pero de casi cualquier sicópata asesino de los que a diario matan en las calles o los campos de Colombia se puede decir que es, él también, veterano de una guerra. De la Violencia, por ejemplo, que el propio Campo Elías debió conocer de cerca en su Santander natal hace treinta y cinco años. O de la guerra de guerrillas cuya existencia, según los que lo conocieron, tanto lo molestaba. Las guerras, más que provocar el "síndrome homicida", lo sacan a la luz. Y en Colombia eso no es nuevo.
Los fundamentos mismos de la nacionalidad, están ahí, en esos conquistadores veteranos de las guerras contra los moros y de las guerras imperiales de España en Europa que llegaron a América con el síndrome del veterano corriéndoles por las venas, y protagonizaron algunos de los genocidios más brutales que registre la historia. Un siquiatra y escritor venezolano, Francisco Herrera Luque, señala en su libro "Los viajeros de Indias" que la altísima tasa de homicidios que se registra en los países latinoamericanos, especialmente Colombia, México y Venezuela, debe achacarse a las consecuencias genéticas de ese síndrome, y cita para ilustrarlo no solamente docenas de casos de conquistadores asaltados por la manía homicida, sino el hecho diciente de que para encerrar a los más peligrosos hubiera sido necesario fundar en los pequeños poblados que eran las ciudades americanas de entonces asilos de locos como los que sólo existían en las más populosas ciudades de Europa. Porque, en efecto, su peligrosidad no iba dirigida solamente contra los indios conquistados, lo cual formaba parte indisoluble de la conquista misma, sino contra sus propios compañeros. Anota sobre ellos el cronista de Indias Cieza de León: "Nunca se vio que grupo tan pequeño de hombres, y todos de una misma nación, se dedicaran a matarse los unos a los otros de modo semejante".
Por eso el llamativo "síndrome del veterano" no basta para explicar la demencial acción de Campo Elías Delgado, el aventajado técnico de computadoras, el ordenado estudiante de la Alianza Francesa, el solterón que hablaba a veces vagamente de dos mujeres que había tenido, el hombre sobrio y pulcro y de zapatos bien embetunados que vivía con su madre en un apartamento de la calle 52 y le prohibía a la señora que utilizara "su" baño. Según los siquiatras consultados por SEMANA -los doctores Luz Helena Sánchez y Luis Carlos Restrepo- lo único que hay que achacarle a la guerra del Vietnam en la tragedia son sus aspectos que pudieran llamarse anecdóticos: la buena puntería de Campo Elías Delgado y la espectacularidad apocalíptica de la matanza. Pero el problema, apuntan ellos, no está en que el hombre hubiera matado a tiros a veintiocho personas y herido a catorce más; sino en que había empezado por asesinar a su mamá.
"No se trata, por lo que de él sabemos, de una personalidad sicopática -dice el doctor Restrepo. Un sicópata se revela desde muy pronto, con actos antisociales y rechazo a las normas. Y Delgado, por el contrario, era un hombre meticuloso y ordenado y con una personalidad rígida. Es más bien un caso de disociación de la personalidad. Un trastorno de la personalidad con un cuadro disociativa agudo. Y él mismo debía ser consciente de su problema, dado el interés que ponía en el libro del Doctor Jekyll y Mister Hyde: al regalárselo a su amiga, en realidad su 'madre sustituta', doña Clemencia de Castro, lo que estaba haciendo era pedir auxilio, señalar su propia peligrosidad". "Tenía una relación infantil con la madre -señala la doctora Sánchez- a quien le pegaba y le pedía dinero y en quien posiblemente encarnaba, de manera simbólica, toda la parte mala suya y del mundo; y en cambio su vida exterior, fuera de la casa, era la de un adulto responsable: un estudiante serio, etcétera. Era una madre sobreprotectora -y toda sobre-protección es una forma de agresión. Y cuando por fin la mata - que es probablemente lo que soñó toda su vida: matar a la mamá, para liberarse- entra en un fenómeno apocalíptico de destrucción del mundo, que es lo que produce los demás asesinatos. No podemos saberlo, puesto que tanto él como la mamá están muertos: pero debió existir un detonante que rompiera su equilibrio, ese equilibrio que él había conseguido mantener a la fuerza durante cincuenta y dos años". "Su participación en la guerra del Vietnam -dice el doctor Restrepo- puede venir precisamente de ahí: es muy frecuente que una personalidad disociada busque las situaciones de riesgo, las situaciones límite, como es la guerra, para integrarse en ellas".
Dentro de ese cuadro de personalidad disociada encajan los diferentes testimonios de quienes lo conocieron.
Su obsesión por la limpieza: "Cuando llegaba a la academia -cuenta Jaime Paz, su profesor de computadoras- empezaba a limpiar con su pañuelo su pantalla, su teclado y su silla, y cuando terminaba iba de inmediato a lavarse las manos". Su relación de dependencia infantil y de odio por su madre: vivía con ella, porque no podía separarse de ella, pero la trataba mal con la queja de su tacañería y de que le lavaba mal la ropa: su vecina cuenta que en más de una ocasión lo vio dándole patadas.
Y ella decía: "¿Qué puedo hacer; si es mi hijo?". Y eso le da al asesinato su aspecto ritual: después de matarla Campo Elías envolvió en periódicos el cadáver de su madre para incinerarla, "para purificar por el fuego su parte sucia, que era ella".
"En el libro está la clave -dice el doctor Luis Carlos Restrepo. 'Jekyll y Hyde' trata de la lucha de un hombre por controlar su propia parte de mal. Por erradicar su parte mala y hacer que sólo quede su parte buena. Proyecta su parte mala en la mamá. La erradica -matándola- y entonces se derrumba: porque la parte mala y la buena son una sola". "Esas personalidades disociadas son muy frecuentes en nuestra sociedad -señala Luz Helena Sánchez-: por eso hay en Colombia tanta gente que se mete a la guerra".
Campo Elías Delgado, en efecto, se había metido a la guerra. Alistándose como voluntario en el Ejército nortearnericano -en 1965- y yendo a combatir al Vietnam no sólo una, sino dos veces: en el 69-70 y luego en el 71-72, siendo ascendido a sargento de primera clase y recibiendo distinciones por su valor en combate. De regreso a Colombia, en 1978, seguia pensando en la guerra. No ya en la práctica -según sus compañeros de la Alianza Francesa y de la academia de computadoras despreciaba por igual a la guerrilla y al Ejército colombiano, por "ineptos"- sino simbólicamente: jugando a la guerra en la pantalla de su computadora. "No pensaba en otra cosa -dice Jaime Paz. Se la pasaba elaborando programas de estrategia militar en su computadora para 'irnos a la guerra', como él decía". Y sin embargo, sentía temor a salir de noche solo en Bogotá, a causa del peligro. "Siempre preguntaba a los compañeros que tenían carro que quién iba hacia el norte para que lo acercara", dice Saúl Serrato, compañero suyo en los cursos de la Alianza Francesa.
No bastaría, sin embargo, con dibujar el perfil del asesino, con sus temores de adulto y sus traumas infantiles, ni con colgarle a su cadáver la etiqueta de una clasificación siquiátrica. Habría que hacer también el perfil de la sociedad amedrentada en la cual pudo realizar su apocalipsis personal. Ante el asombro que provoca la pasividad demostrada por los comensales del restaurante Pozzetto, que se fueron dejando matar uno por uno sin más reacción que la de arrojarse al piso, Luz Helena Sánchez comenta: "Ese cuadro de pasividad refleja la intimidación colectiva que se vive en Colombia, donde la gente está inmovilizada internamente ante la amenaza. Es una metáfora de este país: frente al asesino que disparaba su revólver con toda calma, todo el mundo se metió debajo de las mesas".